Después del devaneo poético del capítulo anterior, la señorita Esther nos introdujo en el género costumbrista, que es aquél que se caracteriza por el retrato de los usos, costumbres y tipos del país, sin analizarlos, ni interpretarlos, pues si no entraríamos en el realismo literario.
¿Os ha quedado claro? Pues a mí... qué
queréis que os diga. No obstante, decidí aplicarme lo mejor posible, como siempre
me gusta hacer, intentando emular a los maestros del cuadro de costumbres y, así, convertirme en el Mesonero Romanos de
nuestra época. Pero sería mucho mejor no hacer ningún tipo de comparación, para
evitar vergonzosas descalificaciones.
Si leísteis el número anterior,
recordaréis que me decanté por el tema culinario. Pues debí quedarme con
hambre, porque volví a las andadas. Aunque, esta vez, tengo que reconocer que
quedé estragado. Mucho. Si leéis el cuento, lo entenderéis.
En cuanto al vídeo para ilustrar el
cuento, llegué a pensar en "La barbacoa", de Georgie Dann; pero
después recapacité y me dije que, pudiendo elegir un buen tema, por qué iba a
poner esa fuente de colesterol musical. Así que eché mano de Manhattan
Transfer y les tomé prestado su "Soul
food to go", mucho más digestivo. Creo que hice bien.
La escena que se narra a continuación la
encontraremos diariamente en cualquiera de los hoteles vacacionales que pueblan
el litoral español.
Cojamos un folleto turístico y seleccionemos el alojamiento
que más nos guste. No es necesario que nos fijemos en si tiene una bonita
piscina, una hermosa y moderna habitación con televisión de plasma o unos
frondosos jardines. Preferentemente,
observemos las fotografías donde aparezcan los manjares del buffet y nos asegurémonos de que ofrece todo
tipo de régimen alimenticio, sin que falte el de “todo incluido”.
Ahora, nos situaremos en el hall de entrada al comedor del alojamiento elegido.
***
La una y media de la tarde. Leona y Ambrosio,
matrimonio con más de medio siglo de experiencia, aguardan impacientes a que el
maître proceda a la apertura del
salón. A pesar de la cojera de la señora y del perímetro del hombre, consiguen
que ningún otro comensal ocupe su mesa favorita, desde donde controlan todos
los movimientos producidos en la parrilla de la llamada “cocina en vivo”, donde
el cocinero asa sobre la marcha carne o pescado a demanda.
El primer paseo lo da Ambrosio, que, mientras
dispone en una fuente una saludable ensalada para compartir -compuesta por un
par trozos de tomate, cuatro de lechuga, cebolla, espárragos, cien gramos de
atún, cuatro huevos duros, una docena de sardinillas, caballa, un cazo de
aceitunas de cada color, guindillas, pepinillos y salsas de tres tipos- repasa
visualmente el contenido de las otras fuentes.
—¿Qué tenemos hoy? —Apremia Leona
—Habichuela,
paella, magro con tomate, pescaílla
en salsa, hamburguesas, salshishas, picha… Bueno, lo de to los días.
—Tráeme un plato dabichuela, pero echa una paletada de arroz, que aquí los guisos
los hacen más flojos que el hijo de tu prima Juana, el concejal. Yo estaré
pendiente de la comida viva esa, que creo que hoy toca sardinas.
Mientras el marido disponía dos platos de legumbre
con paella, apareció el cocinero en vivo. Leona pegó un salto y, renqueando, se
colocó delante de la plancha, anticipándose, en una peligrosa maniobra, a un
grupo de jubilados maños.
—Échame más, hermoso, que a mi Ambrosio le ha recetao
el docrino comer pescao azul. Esas dos pachuchas que quedan, también —salió la
señora con un plato rebosante de
pescado, mientras los otros viejos, que se quedaron relatando entre dientes,
esperaban una nueva tanda de sardinas.
Ambrosio sudaba a chorros, después de pasear
varias veces su quintal métrico por el comedor, mientras devoraba las alubias con
arroz acompañadas de un puñado de guindillas. Casi al mismo ritmo, su mujer se
afanaba con su plato. Simultaneaban ambos la ensalada y el pescado que habían
dispuesto en el centro de la mesa.
—Habrá que comer un poco de carne —dispuso el
hombre—. Voy a hacerme un par de jojdos
de esos que se toman los chicos, con quecho
y mostaza, y me apañaré un poco de magro
en una orilla. Y una hamburguesa también. Y na
más, que no quiero pasarme.
—¿Una hamburguesa?, pero si te has jamao dos en la piscina, enseñando la
pulsera del to incluido que nos encontramos ayer.
—¡Bah! Eso fue a las once. Y después hice de
cuerpo.
—Bueno. A mí me traes lo que quieras de carne
—Sugirió Leona—. Pero ten en cuenta que yo sólo tomé una hamburguesa esta
mañana.
Después de guardar en una bolsa unos bocadillos de
chóped con quesitos y paté para la merienda, decidieron participar del postre:
un trozo de cada tipo de tarta, con un poco de fruta para desengrasar, o sea,
melocotón en almíbar con nata, apurando lo que quedaba en las botellas de vino
y gaseosa.
Cuando dieron por terminada la comida, Leona
reprendió a su marido:
—¡Jodo,
Ambrosio! Has comío más de la cuenta.
—Tampoco he comío
tanto. Como otros días.
—Pues esa peste a establo es de cuando te engochas.
—¡Qué no, hostias! Serán labichuela.
Salió el matrimonio del comedor, ella con su
garrota y él con su algo más de quintal métrico, camino de la cafetería, a
tomarse unos cafelitos con leche, en vaso largo, acompañados de unos trozos de
bizcocho de manzana muy ricos, especialidad de María Sergia, la jefa de cocina,
que habían guardado del desayuno. Antes, los sobrecitos de azúcar los cambiaron
por otros de sacarina.
***
Y después del mesurado almuerzo, atravesaremos el
frondoso jardín que circunda la bonita piscina y nos dirigiremos a nuestra
hermosa y moderna habitación con televisión de plasma, para disfrutar de una
siesta reconfortante. Sólo un rato; hasta la hora de la merienda.
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Dios mio que empacho!! Pero es real como la vida misma.
ResponderEliminarHay que leerlo con el estómago vacío. Esta contraindicado hacerlo después de las comidas.
EliminarSaludos.
Hola, Cuentón.
ResponderEliminarA mí me dan asco las personas que comen de ese modo. Hay que ser un poco más fino y no porque te pongan la pulsera liarte a comértelo todo...
Muy divertido en esta segunda lectura.
Unos abrazorcios.
Yo que te iba a regalar una pulsera de esas.
EliminarAbrazaderas.
Cuentón
Dijo alguien que "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra", y es que la gula es el sustituto natural de la lujuria; por lo que cuando nada queda de la segunda, la primera ocupa la plaza. Muy buen relato, Cuentón.
ResponderEliminarSi Leona y Ambrosio se dieron con tanto empeño a la lujuria como ahora lo hacen a la gula, debieron ser una pareja muy feliz.
EliminarUn abrazo, Luis.
Pensar que en el lanzamiento de mi blog también mi pacurro anduvo mezclado con los manjares y las Rusias, haciendo de claque en los grandes teatros del Mundo, hasta que - algo que nunca debemos hacer - le colaboré a un colega enviando un cuento de los de verdad. Y al final me convenció que dejara mi pacurro andalú hasta mas allá de los talones. La verdad, yo era mas feliz que ahora, que me dejo arrastrar por el dolor de todas las orillas del Planeta.
ResponderEliminarGracias, Beatriz, por pasearte por mi blog. A mi bufet sólo le faltaba tu salsa madre.
EliminarUn saludo,
Cuentón
Lo siento, Cuentón de mis entretelas. Te tengo abandonado. La vida de groupie va a acabar conmigo, deverdadtelodigo. Vaya dos energúmenos que te has buscado como protagonistas. Se han puesto tó gochos.... Pero yo aquí he venido a hablar del vídeo de la cover de Rihanna que tan magistralmente hace Cuentina y que encabeza tos tus cuentos. La parte de la playa mencanta.... pero te ha traicionado eso del Bernabeu ;). Mepartotoa. Buen trabajo¡¡¡¡¡ Y mucha suerte¡¡¡¡¡
ResponderEliminarGracias, Rubia. Había que buscar algo representativo de Madrid. Si hubiéramos estado cerca del río, habría salido el Calderón.
ResponderEliminarUn saludo.