Dado el éxito obtenido en el anterior trabajo, nuestra apreciada jefa de taller decidió
obsequiarnos con otro relato del mismo género, de realismo
fantástico, estilo que sus discípulos empezábamos a odiar. Principalmente
porque no éramos capaces de captar el matiz que lo caracteriza y, máxime, de ponerlo en práctica.
Como suele ser habitual, llegó
el fin de semana y mi mente cuentística seguía vacía. Pero durante el desayuno
del sábado me surgió la chispa. Intenté acomodarme a los preceptos de esta categoría, jugando, sobre todo, con el factor tiempo-edad, pero otra vez volví
a fallar. Parece ser, según la Esther, que mi escrito podría pasar, como mucho,
por fantástico, pero de realismo fantástico, nada.
Bueno, escribí un cuento, de
no sé muy bien qué género, y, como siempre, lo único que espero es que os guste. Y que me dejéis algún comentario. Que voy a pensar que las visitas al blog, que según las estadísticas son de muchos países hispanohablantes y de algunos que no lo son, son realizadas por máquinas. O quizás sea así. Animaos. Aunque sólo sea para desear un buen año 2014, como yo espero que sea para todos vosotros. Incluso sin comentarios.
Para ambientar la narración, y en
homenaje a su protagonista, que leyéndolo podréis imaginaros quién es, os dejo
con “Amarraditos”, el bello vals que introdujo Chabuca Granda, interpretado
magistralmente por María Dolores Pradera, acompañada por Los Gemelos.
Cogí el tren de
cercanías, sólo una estación, en dirección al barrio donde viví muchos años. Demasiado temprano para ser sábado, pero había quedado con una mujer
que, aunque granada, conservaba un jovial atractivo. La recogí en su casa y,
amarraditos, como en una de sus canciones favoritas, fuimos a desayunar a la
plaza de la iglesia, centro neurálgico de lo que hasta no hace demasiados años era
un pueblo. Nos acomodamos dentro de una de esas casetas de lona transparente para
fumadores que destrozan la vía pública y roban el espacio a los viandantes. No
fumamos ninguno de los dos, pero con ese cielo tan radiante apetecía salir de
la cafetería, a pesar de las bajas temperaturas. Ella pidió tostada y
descafeinado. Yo, pan con aceite y café con leche.
Nos pusimos al lado
de tres maduros caballeros, cuyas mujeres, seguramente, les habían concedido
una mañana de recreo, para que comentasen partidos y achaques. Apareció un
cuarto hombre, bastante más joven y elegante, que portaba una bolsa de papel
rellena de humeantes y crujientes porras, festejadas por el trío que allí
aguardaba, de las que iban a dar cuenta junto con los hambrientos chocolates
que esperaban en la mesa. Ese tostado aroma a festivo madrileño me tentó a mendigar una, pero me
pareció demasiada osadía. En cualquier caso, hubiera supuesto la reprobación de
mi compañera.
Pasado un rato, se
despidieron amablemente nuestros vecinos de mesa, que, tras recoger sus
enseres, abandonaron la terraza. Al momento, el menor y más elegante de todos,
al que aprecié más envejecido que antes, regresó a recoger un periódico que
dejó olvidado en una silla. Sonriente, se despidió de nuevo. Un par de minutos
después volvió el mismo hombre, preocupado, buscando una jeringuilla de
insulina que debió inyectarse y no se acordó de hacerlo. Miramos por la mesa y
el suelo y no apareció por ningún sitio. El señor, que aparentaba ahora más
edad que ninguno, marchó apesadumbrado, dejándonos un adiós con voz cansada.
En la luminosa plaza
estaban todos los bancos vacíos. Le propuse a mi acompañante que nos sentáramos y
nos hiciésemos una fotografía con mi desfasado teléfono, para inmortalizar el
momento. Ella adujo que cómo iba a hacérsela con esas pintas, sin haber pasado
por la peluquería, sin arreglarse ni nada. “Si estás más guapa y más joven que
yo”, le dije. La rodeé con el brazo derecho y estiré el izquierdo todo lo que
pude, pero no entrábamos los dos en la imagen.
Un estiloso joven,
que bajaba por la cuesta paralela al magnífico templo del siglo XVII que
teníamos enfrente, donde se habían impartido sacramentos a gran parte de mi
familia, observó mis vanos intentos por retratar la escena y, agitando los
brazos, nos indicó que esperásemos, que él haría la foto.
Según se acercaba,
descubrimos asombrados que se trataba del señor de la insulina. Después de
mirar la pequeña y polvorienta pantalla del aparato, confirmó el figurado joven
lo estupendos que habíamos salido.
Ya en casa, tras
conectar el móvil al ordenador, descargué la foto y la colgué en Facebook,
relatando, a modo de cuento, el especial desayuno de esa mañana.
Por la tarde volví a
entrar en la red esperando el comentario de alguna de mis hermanas. Encontré un
mensaje de una de ellas, la que acapara la mayor parte de las fotografías y
recuerdos de nuestra infancia, que me resultó extraño: “¿De dónde has sacado
esa foto?, nunca la había visto antes”. Abrí de nuevo mi biografía y apareció
una imagen desconocida para mí. Era yo, en mi párvula edad, subido en un banco
de la plaza de la iglesia, echándole un brazo por el cuello a mi madre,
rezumante de juventud, manteniendo en mi mano izquierda una de esas cámaras de
juguete que disparan un fuelle con cabeza de payaso.
Feliz 2014 lo primero. El cuento me ha parecido muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias por acompañarme este primer día del año, que espero que sea estupendo para ti.
EliminarHola, Cuentón.
ResponderEliminarJajajaja, ese realismo fantástico nos dio la lata un poquito, pero tu cuento está fantásticamente resuelto y a mí me gustó.
Besotazos.
Vaya quebradero de cabeza. No sé si acertaríamos, pero cuentos curiosos nos salieron.
EliminarUn beso
Cuentón
¡Muy bueno el cuento! Voy a leer los anteriores. Gracias por publicarlo
ResponderEliminarHola Zangeles. Bienvienda, o bienvenido, a la bahía de Los cuentos tontos. Puedes pasear por cualquiera de sus rincones, y si disfrutas, mucho mejor.
EliminarHasta siempre,
Cuentón
Me ha encantado. Muy bien trabado y con la apariencia de sencillez necesaria. Gracias
ResponderEliminarGracias, Juan, por dedicar unos minutos a mi cuento. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarCuentón.
Tú, eres fantástico, tú, eres real. Eso es, realismo-fantástico a tope, y que no te ponga pegas La Esther, o tendré unas palabras con ella.
ResponderEliminarMuy bueno.
Que recuerdos más curiosos. Siempre he pensado que de esas "cámaras" se disparaba un gusano.Esos gusanitos te ayudaban a encuadrar el mundo en miles de imaginarias fotos. Además eran obedientes, admitían ser estrujados hasta meterlos de nuevo para adentro, sin la más mínima queja, y sin soltar ninguna de esas gotas verdes y viscosas que echaban el resto. (De esos también me acuerdo). Y de vosotros, compañeros.
José A.
Muchas gracias por tus palabras, amigo cuentista. Sean gusanos, payasos o híbridos, te disparo un fuerte abrazo. Y a ver si te reenganchas, la Esther estaría encantada.
EliminarCuentón.
Qué sería de nosotros si la fantasía y la imaginación no viniera a rescatarnos de la realidad, ¿verdad?. Sobre todo a algunos de nosotros cuyo hígado no da más de sí.
ResponderEliminarBuen relato para empezar el año.
Saludos.
Hola Luis, me alegra verte de nuevo por mis tontunas. Que te vaya bien con tus plantas, tus animalitos y tus escritos.
EliminarCuentón.
Aunque no muy bien escrito -"los habían concedido...", en lugar de "les...", por ejemplo-, resulta un bonito e ingenioso cuento. Felicidades.
ResponderEliminarGracias, desconocido, por la corrección. Esto de los lo-la-leísmos me trae frito. Voy corriendo a cambiarlo.
EliminarCuentón,me encanta el cuento, por lo singular que es y por lo sucinto y escueto , sin dejar de ser un cuento de fantástica realidad, gracias por él.
ResponderEliminarSigue así, un saludo de Loli.
Hola, Loli. Me alegro mucho que te haya gustado 'La fotografía'. Te invito a que pasees por mis cuentos tontos, por si encuentras alguno más de tu gusto.
ResponderEliminarY gracias a ti.