¿Hay
algo peor que madrugar por obligación? Yo pienso que deberíamos levantarnos
cuando la claridad del día y la señora que limpia la escalera, dando golpes a
la puerta con el cepillo, nos despertasen. Eso, en invierno. Porque en verano, con lo que cuesta dormirse
por la noche, con más de treinta grados en el exterior, el mejor momento para estar en la cama es al
amanecer; es el único rato en que el fresco entra por la ventana.
Estás
tan feliz, a las seis de la mañana, sumergido en un mundo diferente al real -aunque parezca auténtico-, unas veces mejor y otras para salir corriendo, cuando sientes un
martillazo en la cabeza, das un aullido, te incorporas -si puedes-, pero no sabes en dónde te encuentras, si en ese barquito
de vela, sujetando una caña de pescar, o en esa inspección de hacienda, por no haber pedido factura en la
reparación del inodoro que te inundó la casa, que aparecían en tus sueños, o en la jodida
realidad. Y estás en la jodida realidad. Recobras como puedes el conocimiento y... deprisa a la ducha, a desayunar de pie mientras te vistes y adecentas la cama y
corriendo al coche, que llegas tarde al trabajo. Y dando gracias por no engrosar las listas del paro.
Te
montas en tu excrementada lata con ruedas y enciendes la radio, que vas oyendo de manera inconsciente.
Si fueras al colegio y te preguntaran el resumen del noticiero de ese 2 de mayo
de 2013, suspenderías. "El gobierno subirá el copago a los
dependientes", "Capriles impugna las elecciones", "Facebook
incrementa su beneficio", "La ONU critica a India por no penar la
violación dentro del matrimonio"... Hasta que escuchas algo que te llama
la atención. Sucede en la localidad de Cáseda, en las Bardenas Reales de
Navarra, un lugar que nunca aparece en las noticias. Y en ese momento recobras el conocimiento y dices: "ya sé de qué va a tratar mi próximo cuento".
—Papá, me parece que
me estoy mojando. No sé si me la he puesto bien.
—No te preocupes,
cariño. Luego en el baño del colegio te la colocas mejor. Tienes que decírselo
a la señorita Mercedes; que sepa que has tenido tu primera menstruación. En la
mochila tienes otras bragas y más compresas.
—Mamá me hubiera
enseñado a ponérmela bien. Tú no sabes nada —Se quejó Leyre, colocando esos
pucheros que tanto le hacían reír a su madre.
Javier observaba de
reojo a su hija a través del retrovisor, sin descuidar la atención a la
carretera que rodeaba el extenso lago, al que los primeros rayos maquillaban
con trazos argénteos, y que tantas mañanas los habían deleitado con sus
caprichosas tonalidades.
De pronto, el gesto
irritado de la niña se volvió sonrisa.
Un hilillo de saliva empezó a correr por su barbilla y Leyre, que siempre
llevaba un pañuelo a mano, se apresuró a
limpiarse.
Los ojos de Javier
brillaban, licuándose entre sus párpados. Se los secó con la mano izquierda.
—¿Por qué ha tenido
que irse mamá? Ella me ayudaba a hacer las cosas. Tú lo haces todo mal.
¿Estás llorando, papito?
—No cariño. Es que
anoche me acosté tarde y tengo sueño.
—Tengo la coleta
torcida. Se va a reír Paloma de mí coleta tan mal hecha.
—Ya verás cómo voy a
aprender a hacértela muy bien y vas a ser la niña mejor peinada del colegio.
—Papáaa —continuó
Leyre mientras liberaba un gran bostezo—, yo también tengo mucho sueño. No sé
qué me pasa hoy.
—Duérmete un rato; te
vendrá bien. Así estarás luego más descansada.
—¿Seguro que no estás
triste? Yo lloro muchas veces acordándome de mamá. Cuando venía a buscarme por
la tarde lo pasábamos muy bien en el coche, jugando a las adivinanzas. Mamá
siempre estaba contenta y tú ya no te ríes, estás siempre serio. Creo que ya no
me quieres.
—No digas eso, que me
partes el corazón. Si tú eres todo para mí. Pero yo también la echo mucho de
menos. Ella siempre estaba pendiente de todo, de ti, de mí; con la sonrisa en
los labios. Pero no temas, a partir de ahora todo va a cambiar. Vamos a volver a
estar como cuando éramos felices los tres juntos.
—Sí, pero como antes
de que se pusiera mala. Como cuando la cepillaba esa melena —otro bostezo le
interrumpió la frase— negra tan suave.
La niña apoyó la
cabeza en el cristal y cerró los ojos. Javier no pudo reprimir el llanto. Las
imágenes se precipitaban como un torrente. La fiesta cuando conoció a Beatriz. La
boda en el castillo del lago. El nacimiento de Leyre. La larga conversación con los
pediatras. La primera comunión. La repentina enfermedad. El terrible
tratamiento. La muerte. La primera regla. El fuerte tranquilizante que le dio
esta mañana…
Conducía pausado
contemplando como el agua se teñía púrpura. Tras la larga recta, tomó una
estrecha carretera que bordeaba el lago sobre una suerte de acantilado, plagado
de cerradas curvas. Prohibido circular a más de treinta en los próximos dos
kilómetros. Las pulsaciones se disparaban. La cabeza le volteaba como cuándo
montaban los tres en el pulpo, en la feria del pueblo. Continuaron las lentas revueltas, hasta llegar al lugar adecuado. Un pequeño trecho, el suficiente,
antes de un pronunciado giro a la izquierda. Al frente, la líquida extensión de
brillantes y absorbentes colores, con el castillo al fondo. Javier hundió el
pie derecho y cerró los ojos.
Gracias por leerme. Puedes dejar tu comentario y, si te ha gustado, compatir en las redes sociales, picando en los botones de abajo. Cuentón
¡¡terrible!!!
ResponderEliminarDesgraciadamente, la vida es así de dura. En este cuento me limité a recrear un hecho real. Gracias por leerlo.
EliminarPerdón, demasiado lacónico. Terrible, porque hay pocas razones que justifiquen el final. Seguro que si te esfuerzas puedes salvarlos, parecen buena gente
ResponderEliminarSeguro que podría salvarlos. Pero en este caso estaba relatando un suceso real. Gracias por pasearte por este rincón.
EliminarHola, cuentón.
ResponderEliminarUn gran cuento, sí señor, con un final que te deja helada.
Besos.
El final es desolador. Pero en este caso, me limité a recrear un suceso real.
EliminarBesos.
Es un relato estremecedor. Pero tienes razón, así es la vida, y hay circunstancias que nos hacen dejar de ser quienes somos para cometer grandes locuras.
ResponderEliminarFelicidades! Muy bien narrado.
Hola, María Clara. Se te echaba de menos por estos lares. Gracias, por tu lectura y tus comentarios.
EliminarGracias por la visita y los comentarios. Se te echaba de menos.
EliminarQué lindo!
ResponderEliminarmoitas grazas.
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