“Rompí la carta. Al fin y al cabo, tampoco podría pagar el rescate
aunque quisiera hacerlo”. Así se iniciaba el desafío. A partir de ese texto
deberíamos conformar un cuento.
Si analizas el enunciado te das cuenta de que nuestra querida
jefa de taller te está obligando a crear una nefanda (perdón) historia. Tienes que pagar un rescate, pero se supone
que esto sólo se hace por alguien a quien quieres. Pero, además, no hay euros
suficientes en la cuenta. Y, lo peor de todo, es que, aunque tuvieras, no te daría
la gana. El escenario parece ciertamente complicado. Jodido, diría el otro.
Piensas en la gente que te rodea y no se te ocurre nadie con
quien puedas llevarlo a cabo. Porque a qué
cabeza se le ocurriría pedirte un rescate por un político, o por un banquero,
ni siquiera por tu jefe. Por un compañero de trabajo o un vecino, quizás, pero,
no nos engañemos, es muy poco probable. Que nos lo pidan y que lo paguemos.
Pues nada, tocaba estrujarse el caletre (…). Pero recordé una historia que me había contado un amigo días atrás y de ahí surgió la idea que me ayudaría a crear "Hijo único". Me estoy dando cuenta de que, cada vez más a menudo, las narraciones que escribo se apoyan en situaciones reales. Unas veces me han afectado personalmente, otras las he encontrado en gente que conozco y algunas pertenecen a desconocidos.
¿Que qué canción voy a poner? Imagínatelo. “Rescue me”.
de The Supremes. Ya sé que aquí el caletre no ha
trabajado demasiado, he sido muy previsible, pero es que me gusta este tema. Espero que a ti también, la canción y el cuento. ¡Hasta dentro de quince días!
Rompí la carta. Al fin y al cabo, tampoco podría pagar el rescate
aunque quisiera hacerlo. En los últimos días lo he perdido todo.
Marta siempre elegía parajes maravillosos para el recreo de
nuestros sentidos. Además de cultura, disponía de un refinado gusto, que
invitaba a disfrutar de cualquier placer que la naturaleza pudiera ofrecer o
que la mano del hombre hubiera elaborado.
—Cierra los ojos y mastica despacio —me dijo sonriente,
mientras se acercaba a mí con un tenedor que tapaba con la mano izquierda, para
que no pudiera ver su contenido—, lo he hecho especialmente para ti.
—Está delicioso —balbucí mientras mis papilas se despedían
llorosas de tal tesoro —, ¿de qué está hecho?
—De mucho cariño. Los demás ingredientes me los reservo, no
sea que alguna mala persona que yo conozco, haga mal uso de ellos —respondió
sarcástica, mientras su cara reflejaba un gesto burlón.
Y corrí tras ella, como tantas veces; siempre en la misma
dirección; siempre haciendo que la cena se enfriara.
Nunca me había sentido tan feliz. No podía imaginar que,
metido en la cuarentena, encontraría una mujer tan maravillosa, que colmara de
esa forma mi existencia, consiguiendo que mi vida tuviera un verdadero sentido.
Haría lo que fuera por ella.
Aquella gélida mañana de mediados de febrero, con las aceras
enmoquetadas en blanco, propicias para resbalar, apareció ella, que se deslizó
a mi lado, aferrándose a mi brazo para no caer, a punto de precipitarnos, como dos
niños en su primera visita a una pista de hielo. Cara de susto, disculpas,
primero. Sonrisas, chocolate caliente, después.
Ese día afloró Marta, como un beneficio añadido. Fue nada más
salir del banco, donde contraté aquel fondo, tras aquella jugosa operación
financiera. A partir de ese momento, mi suerte cambió.
Ser hijo único, aunque pueda no parecerlo, cuenta con
numerosas bondades. Éstas aumentan si perteneces a una familia económicamente
respetable: puedes estudiar en los mejores colegios, te mueves en círculos
distinguidos, conoces a personas que para otros serían seres de ficción y,
sobre todo, no tienes que rivalizar con nadie para conseguirlo.
—¿Quién es? —pregunté a Marta, al ver la foto que llevaba en
el interior de uno de los desplegables de su cartera, complemento que solía
utilizar con la mayor discreción. La había abierto sin reparar en mi presencia
y rápido la cerró.
—Es mi hermano Rafa. Sabes que soy muy celosa de mi intimidad,
prefiero no hablar de mi familia.
No hice ningún otro comentario. Ese hermetismo era lo único
que podía reprocharle, pero yo actuaba de forma similar. Por un momento me resultaron
conocidos los ojos de Rafa; quizás me recordaban la mirada de su hermana.
Ser hijo único, si bien puede creerse que todos son excelencias,
acarrea ciertos inconvenientes: no poder compartir tus ilusiones y confidencias,
largos ratos de aburrimiento, no desarrollar ciertas habilidades que poseen
otros niños. En mi caso, estas desventajas se acentuaron por el hecho de perder
a mi madre en plena pubertad, quedándome sólo con mi padre, siempre muy
ocupado, y con alguna asistenta severa, aburrida y… fea, todo hay que decirlo. Parecía
que mi padre se esmerara en contratarlas así.
Él se ha dedicado a los más variopintos negocios, en muchos
casos ignorados por mi madre y, más tarde, por mí. Sé, por terceras personas,
que no todas sus ocupaciones han sido tan honorables como se pudiera desear del
padre de uno. También conozco de sus adicciones al juego y al güisqui,
aumentadas desde que enviudó. No sólo perdió dinero sobre el tapete, también
posesiones y participaciones empresariales; amén de las hipotecas que pesan
sobre todas nuestras pertenencias, incluida la casa donde yo vivo, y de los
avales, firmados por mí.
Nadie cercano sabe de mis avatares paternos, ni siquiera
Marta, que, en los dos meses en que llevamos saliendo, no ha conocido a mi
progenitor; además, he procurado mentarle lo menos posible en nuestras
conversaciones, a pesar de que, en varias ocasiones, se ha interesado por sus
negocios.
Hace tres días falleció mi padre, de un infarto de miocardio.
A su débil estado de salud no ayudó el estrepitoso fracaso financiero sufrido
en las últimas semanas, fruto de ciertas especulaciones infligidas sobre sus
bienes por sus llamados amigos. Al
entierro no hemos ido más de diez personas. Marta estuvo todo el tiempo
ofreciéndome consuelo, pero recriminándome, también, no haberle dado la
oportunidad de conocerle en vida.
Ser hijo único supone que, en la mayoría de las ocasiones, heredas
todas las riquezas de tus padres. A veces, como en mi caso, sucede lo
contrario, y lo que obtienes son todas sus deudas, consiguiendo que pierdas,
además, tus bienes, tus ahorros, tu reciente fondo, quedando en la ruina;
aunque cuantos te conocen te envidien,
por esa herencia tan suculenta que imaginan que has obtenido. Marta, incluso, alguna
vez, había bromeado sobre mi presunta fortuna.
Hoy, al llegar a casa, la encuentro sentada en una silla,
maniatada, con un ojo amoratado, y con una pistola apuntándola en la sien;
suplicándome, entre sollozos, que la ayudara. A su lado, un tipo barbudo, con
gafas de concha. Me da una carta y me dice que, en cuanto salga por la puerta
con mi novia prisionera, la lea con detenimiento. Si quiero que ella siga con
vida, deberé cumplir con lo que está
escrito.
Me lío a puñetazos con
todo lo que pillo a mano. Me descubro llorando, temiendo por el futuro de mi amada.
Mareo mi cerebro pensando en ese tipo y caigo en la cuenta de que coincidí con él
un par de veces en el banco; la última fue la mañana en que, al salir de la
sucursal, conocí a Marta; el día en que contraté aquel fondo por medio millón
de euros.
Sigo rumiando su cara y reparo en que sus chispeantes ojos
son los mismos que vi, a hurtadillas, en la foto que ella guardaba en su
cartera. Está claro. Es su hermano… o su marido… o su socio. Todo este tiempo he
sido engañado. Tanto padre rico, tanto hijo único… tanto cariño malgastado. Sólo
querían mi dinero, el dinero que ya es de mis acreedores.
Es buenisimo!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegra que te haya gustado el cuento. Eres una de mis tres seguidoras y media favoritas.
ResponderEliminarUn beso.
Cuentón.
Fíjate todo lo que puede salir de una mente brillante (como la tuya) tan solo con una frasecita sin importancia.
ResponderEliminarEstupendo Cuentón.
Un abrazo grandísimo.
¡Gracias, halagadora!, por hacerme una visita cada quince días. Enhorabuena por tu gran blog, donde nos muetras tu modo de ver la vida, http://platonenmismanos.blogspot.com.es/, que recomiendo a mis tres seguidores y medio. Y que todo el mundo se entere de que ha sido el más votado de tu categoría en los premio 20blogs.
EliminarUn beso.
Hola Melodie, bienvenida a "Los cuentos tontos". Comentarios como los tuyos me ayudan a continuar trabajando por este sitio, que, como cantaría Antonio Vega, es el de mi recreo. Espero que los próximos capítulos también te gusten. Me daré un paseo con Lara y contigo por tu blog.
ResponderEliminarUn beso.
Peroquémestáscontando, Cuentón? Que los diosesdelolimpo me alejen de borrar ningún comentario. Es más, me crezco con los que son más desagradables. De verdad, que no he borrado ningún comentario tuyo (al menos voluntariamente) y el problema es que tampoco me acuerdo de haberlo leído. En cualquier caso mil gracias por tu enhorabuena y efectivamenteysí Towanda y su hiperactividad (no sé como nos contesta a todos sin tener ni un Community Manager ni ná) mereceria venirse conmigo a la fiesta. Larga vida a tus CuentosTontos. Bizzz
ResponderEliminarQuizás me enfrasqué en la burocracia bloggera y no acabé de consumar el acto. No obstante, lo que te vendría a decir sería una tontada más de las mías ¡Corre por los cinco mil euros! Que el muñequito, aunque sea, lo compramos en los chinos.
EliminarPero qué ven mis ojos???? La rubia y Cuentón con una mención a mí misma, jajajaja.
ResponderEliminarTú sí que sabes (a la rubia, le digo) elegir sitios para visitar. Éste es bueno y formal, Cuentón es un estupendo cuentista, te lo digo yo.
Me alegro, y te lo digo desde aquí también, de tu posición de finalista y espero que les ganes a los otros dos.
Unos besotazos.
En el próximo concurso, seguro que se tendrá en cuenta tu esfuerzo y, sobre todo, tu valía. Aunque que mejor premio que la fidelidad de tus seguidores.
EliminarUn tontósculo.
Cuentón, hay que ser elegante en la victoria y -sobretodo- en la derrota. No siempre un@ puede gustar a tod@ y no por eso hay que desanimarse. Me cabreó más que me sancionaran (sin razón, por mi parte) que no estar entre los finalistas; te lo digo de verdad.
EliminarTengo un premio muy grande, como dices tú, que es el grupito que desde hace un tiempo me sigue y eso es muy importante en un mundillo caprichoso como éste.
Nos vemos mañana y otra vez será, si es que tiene que ser.
Besos y nos vemos.
Saludos, Cuentón.
ResponderEliminarMuy buen cuento. Un claro exponente de que muchas veces las cosas no son lo que parece...
No puede fiarse uno de las apariencias. Llevar un Lacoste no siempre significa que seas pijo y no renovar apenas el vestuario quiere decir que seas pobre. También están los Burberry de mercadillo y a los que les dura mucho las prendas de Saint Laurent.
EliminarSaludos desde la meseta.
Saludos Cuentón: Recuerda aquella canción referida al "Mardito parné". El dinero lo pudre todo; hasta el amor. ¿Que tendrá el c.!
ResponderEliminarMuy buen relato.
Aldade.
http://colocotroco.blogspot.com.es/
Gracias Aldade por visitar este modesto blog. Celebro que te haya gustado el cuento. Me daré una vuelta por "El Rey de Colocotroco".
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