Por primera vez, y sin ánimo de que se
convierta en norma, voy a romper la disciplina del blog. En vez de un nuevo
cuento, publico una versión, acatando críticas y
aplicando nuevas enseñanzas, de uno de los primeros relatos que escribí. El
original "Estrella de la pasarela" continúa alojado en el capítulo 8.
Como dije en su momento, la
premisa más significativa que me impusieron a la hora de escribir este cuento
policíaco era la aparición de un cadáver sin dientes y con las manos cortadas.
Como su extensión es más larga de la habitual, voy a facilitar un enlace, por si alguien quiere descargarlo o
imprimirlo.
¿El motivo de esta nueva versión?: las diez mil visitas. Sé que la cifra, después de un
año, no parece muy elevada, pero teniendo en cuenta que sólo edito dos entradas
al mes y que no son precisamente cortas, ni fáciles, me hace sentir muy contento.
Aunque haya sido por casualidad, han aparecido visitantes de
cincuenta países de todos los continentes. Por supuesto, en su mayoría provenientes de España. Muchos son también los procedentes de América, principalmente de Argentina, México y Estados Unidos. Viendo las
estadísticas, y sólo como muestra, diré que he contado con seguidores
habituales en las argentinas Lomas de Zamora y Villa Carlos Paz, en las
catalanas Fornells de la Selva
y Premiá de Mar o en las californianas Montain View y Palo Alto, sin olvidar a
la canaria San Cristóbal de La Laguna
o a la puertorriqueña San José, a cuyos lectores envío un agradecido saludo, como el que mando a todos los demás que se han paseado por mis cuentos. El mismo
que doy a los que estén leyendo ahora estas letras.
Igual de contento que me ponen
mis lectores lo hace esta canción, que siempre que la escucho me pinta la
sonrisa en la cara. Es el clásico "Your smiling face", del gran James
Taylor. Disfrutadla.
Amanecía despejada y fría la mañana del miércoles
23 de marzo, después de varios días chubascosos. Llegó corriendo el inspector
De la Varga a
la pequeña rotonda, refulgente de azul y rojo, donde empieza Camino de
Vinateros, en un extremo del puente que franquea la circunvalatoria M-30.
En el centro de la plaza se encontraba la juez,
acompañada de un oficial de su juzgado, junto a una pareja de la Policía Judicial
y una patrulla de municipales, procediendo al levantamiento del cadáver. Nada
más descubrir lo que aparecía dentro de esa especie de disfraz, en forma de
estrella, soltó una arcada que casi le hizo echar la bilis, único inquilino de
su maltrecho estómago. Era el cuerpo de un hombre, con la cabeza segada en
diagonal. Siguieron retirando el envoltorio, que tenía unida con velcro la
parte superior y la inferior, y se descubrieron los brazos, con las manos
amputadas. Cuando le quitaron la vestimenta del todo se vio lo que se temía el
inspector, las piernas con los pies mutilados a la altura de los tobillos. Todo
ello vestido con un traje azul, cubierto de sangre casi en su totalidad.
Andrés de la Varga no quería ni imaginarse que con la edad, en
vez de endurecerse, se estaba haciendo más sensible. Prefería creer que la
noche anterior había bebido más de la cuenta, como tantas veces en los últimos
meses, desde que su mujer prefirió convivir con otro hombre de vida más
ordenada y, de paso, más joven.
*****
La comisaria de la Unidad Central de
Delincuencia Especializada y Violenta, Julia Durán, reunió en su despacho al
inspector De la Varga
y a la oficial Paloma Dafauce, a los que había asignado la investigación del
caso.
─¡Manda fuerza! Nos ha vuelto a tocar el
gordo de la lotería criminal, y eso que yo no juego. No sé vosotros. Nos
encontramos ante una verdadera obra de arte; del sadismo, por supuesto. Parece
como si a nuestro hombre le hubieran hecho probar en sus propias carnes la
maquinaria de despiece de una granja de pollos. Encima, no disponemos de las
huellas dactilares, ni tenemos piezas bucales que comparar. Lo único que
podríamos utilizar es el ADN, pero ¿con qué lo cotejamos?
─No sé si has asignado el caso a la persona
idónea ─adujo De la Varga─,
ya no estoy en mi mejor momento; sabes que he solicitado el pase a segunda
actividad. Hay otros inspectores, procedentes de la academia, más jóvenes y
mucho mejor preparados.
─No me jeringues, Andrés, no peques de
modesto ─le rebatió la comisaria─.
Cuando te jubiles te entretienes en la universidad, como hacen tantos
viejecitos, y en paz. Con licenciatura o sin ella, tú eres el mejor de la UDEV. Por algo será que tus compañeros te llaman “el profe”.
La comisaria resumió el informe que Científica
había hecho del lugar de localización del cuerpo. Las rodaduras correspondían a
neumáticos de un todoterreno de los grandes. Había marcadas huellas de cuatro
personas: unas botas de agua, del número 41, que pertenecían al jardinero que
encontró el cadáver, dos pisadas diferentes del número 42, de unas Adidas y
unos Camper, y unas del número 46, con una forma especial en la puntera, que coincidían con la de unos mocasines
italianos, muy exclusivos, de la marca Priamo.
Cuando iban a abandonar el despacho, llegó un fax
con un adelanto del informe del forense, que Durán procedió a extractar.
─El cadáver se corresponde con el de un
hombre, de unos 35 años, que falleció entre 36 y 48 horas antes de ser
encontrado por el jardinero. Había recibido tres disparos por la espalda, a la
altura del tórax, dos de ellos mortales de necesidad, pertenecientes a munición
de 9 mm.
parabellun, probablemente de una Beretta 92 DS. No muchas horas después fue
mutilado con una podadora eléctrica. Esperaron entre 24 y 30 horas, desde el
fallecimiento, para manipular las extremidades, una vez extinguido el rigor
mortis… No voy a haceros pasar el mal trago de escuchar, de forma científica,
los detalles de las mutilaciones que ya conocéis.
Tras dedicar unos segundos a repasar el texto en
silencio, continúo la comisaria.
─Según cálculos óseos, el angelito mediría
sobre metro noventa; complexión atlética, de raza blanca, cabello negro, piel
bronceada con rayos UVA; mostraba, en lo que quedaba de muñeca izquierda, la
señal de un reloj de unos cuarenta y cinco milímetros de diámetro. En el hombro
izquierdo portaba un tatuaje, en forma de estrella, con los colores del arco
iris en su interior. No aparecían otras marcas, exceptuando las provocadas por
los proyectiles.
Bajó el papel y dirigió una sonrisa a sus
compañeros.
─Parece ser ─añadió con su particular y poco apreciado
gracejo─ que se trataba de un buen tallo, aunque me da, por lo del tatuaje, que
tú, Juan Luis, le hubieras gustado más que yo, o que Paloma, aunque sea más
joven y marque “tipito”.
Durán río su gracia, ante la mirada seria de la
oficial, a la que alguno de sus compañeros apodaban “Tipito”, y retomó la
lectura.
—La vestimenta en forma de estrella que le
envolvía era de algodón, jaspeado con hilos de diferentes tonalidades doradas.
El difunto vestía prendas de las marcas más exclusivas. Entre la ropa se
encontraron acículas, las hojas puntiagudas de los pinos. Los bolsillos estaban
vacíos, excepto uno de los pequeñitos del interior de la americana, donde
apareció un trozo arrugado de papel, en el que rezaba un número de teléfono
escrito a mano con una pluma estilográfica. No aparecen huellas dactilares, los
asesinos se lo curraron para no dejarnos ningún souvenir. Vamos, que ni
sumando nuestros tres poderosísimos sueldos podríamos pensar en vestir como
este galán ─concluyó la comisaria, mientras los policías cruzaban una
mirada de complicidad ante el peculiar humor de la superiora.
*****
Un par de horas después, mientras comían, De la Varga y Dafauce repasaron
todos los datos de que disponían, que no eran demasiados para empezar la
investigación. El único hilo de dónde tirar era un número de teléfono.
La oficial se encargaría de averiguar a quién
correspondía la línea y el inspector indagaría si alguna persona había echado
de menos a un hombre con las características conocidas del ejecutado.
A primera hora del día siguiente se dirigió la
pareja de policías al Camino de Vinateros. La rotonda aún seguía precintada.
Dos agentes de científica estaban examinando el terreno, sin encontrar nada
nuevo que pudiera ayudar en la investigación.
Entraron en una cafetería desde donde, a través de
sus amplios ventanales, se podía contemplar la plaza.
─La verdad, Paloma, es que la gente está
cada vez más trastornada. Te lo cargas, lo mutilas y lo metes en un disfraz…,
un disfraz de estrella ─observó el inspector, mientras levantaba el vaso
para dar el penúltimo trago a su carajillo de aguardiente—. Por cierto, parece
ser que nadie ha añorado a nuestro hombre.
─¡Una estrella! ─dio
un respingo la oficial, casi atragantándose con un trozo de pan─.
El disfraz, la colocación del cuerpo, el tatuaje..., hasta, si me apuras, la
rotonda; fíjate, Camino de Vinateros tiene dos calzadas, hacia donde apuntaban
las dos piernas; en el lado opuesto está la calle Estrella Polar, donde marcaba
el cuello y lo poco de la quebrantada cabeza, y la calle Sirio, que atraviesa
de norte a sur, donde señalaban los brazos. Al lado, la estación de metro
Estrella; esto es el Barrio de La Estrella; hasta la
cafetería donde estamos ahora se llama “La Estrella”.
─Tienes razón, es como un juego macabro;
todo se relaciona con la palabra estrella. Pero…, no sé a dónde nos lleva todo
esto.
—¿Te acuerdas de que la autopsia indicaba que
entre la ropa aparecieron acículas? —cambió de tema Paloma—. Pues no eran de por aquí, no se ven pinos; el
cuerpo debió andar tirado por otra zona.
*****
Dafauce se había puesto en contacto con los
titulares del número de teléfono, perteneciente a una tienda de ropa infantil,
todavía sin inaugurar, y que hasta hacía unas semanas había correspondido a una
de prendas de diseño, por lo que resolvió localizar a los antiguos dueños, que
se acababan de jubilar. Al facilitarlos
los pocos datos del fallecido pudieron recordar algunas personas que pudieran encajar
con ellos: un cliente de Albacete que solía comprarles ropa descatalogada, un
italiano muy simpático que distribuía ropa de diversos diseñadores europeos, un
comercial de una firma española de alta costura y otro de un diseñador francés.
Señalaron que esas características físicas eran muy comunes en muchos de sus
clientes.
Como pareciera lo más razonable, escogieron los
policías la ruta de las tiendas de ropa de diseño, dejando la infantil como una
segunda opción.
*****
A la mañana siguiente fueron reunidos por la
comisaria Durán. Unos atletas que estaban entrenando en la Casa de Campo habían
encontrado unos casquillos de balas, por lo que avisaron al 112. Los compañeros
que peinaron la zona, muy cerca de donde se ejerce la prostitución, sobre todo
la homosexual, hallaron, amén de los casquillos de calibre 9 mm. Parabellum, manchas de
sangre, desde la base del tronco de un pino hasta las rodaduras de un
todoterreno, iguales a las localizadas en el barrio de la Estrella, además de
marcas de pisadas. Tres de ellas se correspondían con las de la rotonda del
barrio de la Estrella,
las otras pertenecían a unas deportivas
Nike, del mismo número que los mocasines italianos, cuyas huellas aparecían
sólo en la zona ensangrentada y no en la cercanía del automóvil. En pocos días
estaría cotejado el ADN.
Pasados unos segundos de reflexión, y mirándolos
por encima de las gafitas que pocos días atrás había empezado a utilizar,
continuó la comisaria.
─Dama, caballero, a falta de confirmación
analítica, parece que ya sabemos dónde se produjo el crimen. Esto nos confirma,
como mi menda presagiaba, la posible homosexualidad de la víctima. Tendréis que
hacer un hueco en vuestros quehaceres nocturnos y visitar la zona. Espero no
jeringaros ningún affaire; sobre todo
a ti, Paloma, que últimamente no pareces sobrada de pretendientes. Por favor,
extremad las precauciones.
Salieron los dos policías del despacho, dando la
oficial, que hubiera saltado a la yugular de su jefa si no fuera por el paquete
que le caería, un portazo que hizo temblar la cristalera.
*****
Esa misma noche, sobre las nueve, antes de que
hubiera demasiados clientes, comenzaron a tantear a los ocupantes de la zona,
la gran mayoría, hombres; ninguno estaba
a menos de cien metros del pino ensangrentado.
Fue una moldava, muy asustada al principio,
temiendo por su estancia ilegal en el país, la que le contó a Paloma, en su
torpe castellano, que conocía a un italiano que coincidía con las
características descritas, se llamaba Andrea y aparecía por ese lugar
esporádicamente. Era muy simpático y elegante. Había sido modelo y contaba que
era “la stella di la passerella”. Habían trabado cierta amistad, que terminaba
al concluir su trabajo. Una vez le mostró el tatuaje del hombro.
La chica, a la que la oficial le ofrecía cierta
confianza, quizás por aparentar una edad parecida a la suya, le describió lo
mejor que supo y pudo. La última vez que coincidió con él fue quince o veinte
días atrás. También recordó que lo vio hablar con un chico de unos 25 ó 30
años; no pudo distinguir la conversación ni las facciones del muchacho, aunque
le pareció atractivo; éste se marchó dando voces, muy irritado, como si
estuviera amenazando al italiano. Informaron a la mujer de que posiblemente
tuviera que ir a declarar a comisaría. La tranquilizaron en lo relativo a su falta
de permisos.
*****
A la mañana siguiente se repartieron las tiendas a
visitar. Dafauce recorrería el margen oeste del Paseo de la Castellana y De la Varga la zona oriental,
aunque lo primero sería hacer una visita a los comerciantes jubilados.
Le constataron al comisario que el distribuidor
italiano, uno de los que ya habían indicado a Paloma, se parecía al descrito
por la prostituta. La mujer recordó entonces su nombre; a su marido le vino a
la memoria que una vez le oyó decir algo así como Andrea “la stella”, pero no
sabía si era su apellido, un apodo o qué, ya que siempre estaba de broma.
Prosiguieron visitando establecimientos durante
varios días, alternándolo con aburridas labores burocráticas. Mientras tanto,
se había confirmado la coincidencia del ADN de los restos de sangre
encontrados.
Nunca se hubiera imaginado el funcionario la
cantidad de tiendas tan lujosas que podría haber en Madrid. Tampoco hubiera
supuesto los precios que se exhibían en las prendas. La mayor concentración la
encontró en el Barrio de Salamanca. En cuatro locales dijeron conocer al
transalpino, sin que pudieran aportar ningún dato significativo. Ya sólo
quedaban por visitar cinco comercios. De las fachadas de sus cuadriculadas
calles le sorprendieron los carteles de los “Caballeros del honor”,
organización de corte fascista, perseguida durante la transición democrática
por sus actividades violentas, principalmente contra homosexuales, que él ya
creía disuelta. Mientras tanto, Paloma Dafauce no había descubierto nada
destacable en sus visitas.
Eran las dos menos veinte de la tarde del jueves
31 de marzo cuando el inspector entró en un establecimiento en el 82 de Claudio
Coello, donde le atendió una jovial dependienta que dijo conocer a Andrea,
Andrea “la stella”, confirmó, que había visitado la tienda en algunas
ocasiones; pero era mejor que hablara con el dueño, que le conocía mejor.
Estaba en su otra tienda, llamada “Templario”. Le acompañó hasta la salida y le
indicó amablemente donde le encontraría, en la acera de enfrente, en el número
109.
Cruzó al otro lado de la calle, llamándole la
atención un gran todoterreno estacionado a unos diez metros del local, un
Toyota Land Cruiser. “Vaya tanque”, pensó; “275/75/16, cada rueda debe valer un
dineral”. Intentó ver el interior del vehículo, pero no fue capaz, debido al
tinte de los cristales. Antes de entrar en la tienda estuvo observando el
escaparate, lleno de soldaditos de plomo, guerreros de todas las
civilizaciones, cruzados, templarios, monjes y otros personajes que el inspector
no supo reconocer.
Había cuatro clientes y dos dependientes. Uno de ellos de estatura
media, el otro podría ser jugador de baloncesto. El local era bastante amplio,
con aire medieval; estaba presidido por una añeja mesa redonda, de noble
madera, con un tablero labrado de algún juego desconocido para el policía;
había armaduras, figuras antiguas, libros viejos y nuevos, trajes de diferentes
ejércitos y órdenes religiosas, distintos tipos de armas, una máquina de coser
en un rincón y rollos de tela de bonitas tonalidades.
Se sobresaltó, ya que, sigiloso, se acercó por
detrás un joven, que debió salir de la trastienda, consultando en qué podía
ayudarle. De la Varga,
que supuso que era el dueño, prefirió no preguntarle aún por el italiano; le
contó que estaba mirando telas para hacer un disfraz a su nieto. Se interesó
por el horario, para volver en otro momento.
Continuó observándolo todo, desde la zona donde
estaban situadas las telas. Le llamó la atención el reloj del dependiente más
bajo, que, a pesar de su gran tamaño, le pareció precioso. Se cayó una figurita
al suelo y, al seguir los movimientos del alto con la mirada, reparó en la
elegancia y la originalidad de los zapatos que llevaba puestos. Por un hueco de
la puerta del despacho le pareció ver, sobre una silla, un paquete plastificado
de carteles de “Caballeros del honor”.
Recibió el dueño una llamada en su teléfono.
Mientras escuchaba a su interlocutor, fijó su circunspecta mirada en el
inspector. Éste se imaginó que estaba hablando con la dependienta de la otra
tienda.
De la Varga abandono el
local, con un casi inaudible “hasta
luego”. Descendió caminando hasta la calle Padilla, giró un par de metros e
hizo una llamada a la Unidad;
esperó un momento y subió por donde había bajado, hasta esconderse detrás de
una furgoneta de Correos. Al cabo de un par de minutos, salieron los clientes
que quedaban adentro, quejándose de las prisas, junto con los tres vendedores,
que cerraron de inmediato la cancela de la tienda y entraron a toda prisa en el
todoterreno. Cuando arrancaron y empezaban a maniobrar se acercó el inspector a
la ventanilla encañonando con su arma al conductor, el dueño de la tienda. En
ese momento sonaron las sirenas de dos coches patrulla que aparecieron en
Claudio Coello, cada una en un sentido de la calle.
*****
Tras el cristal de
la sala de interrogatorios, la moldava no acabó de reconocer a Álvaro
Valcarce, el dueño de Templario, como el que había discutido con Andrea, hasta
que le oyó gritar histérico.
─ ¡Era un maricón! Siempre que venía a la
tienda se me insinuaba y me llamaba cara bonita, faccia bella; faccia bella,
tienes que venir a Italia con Andrea, la
stella di la passerella. ¡La stella!,
¡la puta stella! Teníamos que darle
una lección. Él se creía una puta estrella, pues así debería acabar.
Los otros dos detenidos, que eran miembros
destacados de la estructura de “Caballeros del honor”, organización reactivada
tras la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, a la que también pertenecía su jefe, aunque
persuadido por sus amigos, habían acabado reconociendo, tras un buen apretado
de tuercas, su participación en el asesinato. El más alto fue el que le disparó
por la espalda, con un arma del padre de Álvaro. El otro mutiló el cadáver. Los
dos lo hicieron para vengar el acoso y las ofensas de “ese maricón” italiano a
su amigo.
─ No te parece ─interrogaba
la oficial Dafauce a Álvaro Valcarce─ demasiada venganza, por muy machito y
homófobo que seas, porque un tío te tirara
los tejos.
Estuvieron unos tensos segundos en silencio, hasta
que intervino el comisario De la
Varga.
─ Sí que debes ser muy machito, como dice
mi compañera. Pinta tienes. Aunque, según me ha contado un pajarito, no parece
importarte demasiado frecuentar ciertos lugares donde abundan esos chicos, un
tanto amanerados, que tanto odias. Sabemos que alguna vez estuviste allí... con
alguna estrella, y te vieron
discutir. Tú, ¿cómo ibas?..., ¿pagando o cobrando?
Álvaro Valcarce se desmoronó y empezó a llorar sin
consuelo, no tanto por arrepentimiento como por espanto a lo que pudieran
pensar de él su familia, sus amigos y los caballeros.
Le dejaron que se desahogara y, al cabo de un rato, acabó contándolo todo.
*****
Andrea, distribuidor independiente de ropa de
diseño, con pequeñas taras, casi imperceptibles, viajaba periódicamente a Madrid. Visitó
varias veces la tienda de ropa de Álvaro, siempre insinuándose entre bromas.
Pero eso no fue lo que provocó su asesinato. Lo que lo desencadenó fue el hecho
de que le hubiera visto con otro hombre, en actitud amorosa, en la Casa de Campo. A partir de
ese día el italiano empezó a incomodarlo, diciéndole que tenía fotos e iba a
contarlo todo. Pero no podía arriesgarse a que lo hiciera. Nadie de su entorno
conocía su orientación sexual. Sus amigos, cabecillas de la homófoba
“Caballeros del honor”, nunca le perdonarían su desviación; mucho peor sería si
se enterasen en su casa, su padre, teniente coronel de la Guardia Civil, ya jubilado, le
mataría si supiera que tenía un hijo maricón.
Convenció a sus amigos, exagerando los acosos del
trasalpino, para, interpretando de forma caprichosa las normas de un juego de
rol, acabar con la víctima convertida en lo que siempre había querido ser, una
estrella. Sabía que nadie le echaría de menos.
La noche del 21 de marzo se hizo el encontradizo
con Andrea, engatusándole para que se alejaran unos cien metros de donde
estaban los demás ejercientes. Allí, escondidos, los esperaban sus amigos.
Debajo de la copa de un pino, acabaron con su vida.
Metieron el cadáver en el todoterreno y lo
llevaron a un chalet, medio aislado, que la familia de Álvaro tenía en Becerril
de la Sierra,
donde apenas pisaban, ya que sus padres estaban casi todo el año en Alicante.
Allí lo descuartizaron. Al día siguiente, cuando se relajó el cuerpo, lo
introdujeron en el disfraz y lo trasladaron a la rotonda del barrio de la Estrella, donde, tras
orientar sus extremidades, lo abandonaron. Era el final del juego.
Antes se desprendieron de los restos humanos y
vaciaron los bolsillos, excepto el inadvertido papelito con el número de
teléfono. Se quedaron con los mocasines granates, de los que se encaprichó el
alto, el reloj, el dinero y otros objetos de valor. Se repartieron entre los
dos amigos, como agradecimiento, todo lo que merecía la pena. Pero, debajo de
un sillón, quedó despistada la documentación.
Andrea Martino, natural de Brescia, Italia, nacido
el 3 de marzo de 1976 (Stella di la
passerella)
Gracias por reinventar esta historia pues si no, me la hubiera perdido. Asesinato de una estrella en La Estrella. Virgendelamorhermoso: ya no quedan sitios seguros en estos nuestros Madriles.
ResponderEliminarÁndate con cuidado, rubia, que no estamos a salvo ni en los barrios más tranquilos. Y tú eres una estrella del rock.
EliminarSaludos cuentónicos.
¿Para cuando la película?
ResponderEliminarInteresante, Cuentón. Muy interesante.
Gracias Aldade por tu opinión y, sobre todo, por haber leído el cuento. No parece que mis lectores habituales, viendo su extensión, se animen demasiado a hacerlo. Por lo que las probabilidades de que lo hiciera algún promotor cinematográfico serían prácticamente nulas. Y, si se diera el caso, que le gustara sería un "miracolo".
EliminarSaludos, madrugador.
Buenas tardes Cuentón.
ResponderEliminarAcabo de leer el comentario que me has dejado en el blog "Positiva Dimensión" (anteriormente llamado "Diario de una chica Positiva". Decirte que seguramente hayamos coincidido en Los Premios20Blogs del año pasado. No tenía conocimiento alguno de que compartíamos tantas seguidoras en común... Casualidades de la vida o el destino.
Será un placer enlazarte en mi web, me gusta todo lo que sea positivo.
Un saludo amigo.
M.
Puedes pasear cuando quieras por la bahía de Los cuentos tontos, Melodie. Siempre hace buen tiempo. Bueno, casi siempre.
EliminarHola, Cuentón.
ResponderEliminarYa tienes tu novela corta o tu cuento largo...
Creo que tienes madera para lo policíaco y qué casualidad que pasara todo tan cerca de casita, justo en Estrella.
Me lo descargué esta mañana y lo he terminado de leer ahora con un café y una napolitana de crema.
Te felicito, Cuentón.
Un abrazotazo.
No me apetecía desplazarme más lejos. ¿No te habrás tomado el café en la cafetería La Estrella?
EliminarUn cuentístico abrazo, Towi.
http://platonenmismanos.blogspot.com.es/