
Mademoiselle Esther nos dio libertad
para escribir un cuento. La inspiración me vino en el trabajo, una mañana fría
de lunes, cuando las máquinas de refrigeración aún andaban perezosas, reacias,
como la mayoría, a ponernos a trabajar. Una canción que había escuchado en el
coche, el “Born to be wild”, de Steppenwolf, emblema del hippismo rodante, me abrió
camino a la historia.
Pero me faltaban ingredientes. Me llamó
la atención el salvapantallas –algunos me recuerdan a las paredes de un taller
de automóviles- del ordenador de un compañero, donde aparecía una chica que me
trajo a la memoria un famoso anunció de colonia. La mujer decía: “Busco a un
hombre llamado Jacqs”, y se desabrochaba, casi hasta el ombligo, la cremallera
de su mono rojo de motera. Sin nada debajo, por supuesto. Me quedé con el
nombre y con la chica, pero la hice más discreta y que no tuviera que buscar a
su hombre, ya lo había encontrado y ahora lo estaba esperando para casarse.
Aunque es uno de los temas que suele ilustrar las películas de carretera, no voy a poner la canción que escuché
esa mañana en la radio. Os dejaré con “The
Pusher”, del mismo grupo, y que también forma parte de la banda sonora de la
película “Easy Rider”, donde podréis ver al otro Jack, a Nicholson, de paquete en una moto,
haciendo el ganso con una chuleta de cordero en la mano.
¡Qué os guste!
A Irene le faltan sólo veinte minutos para fundir
su destino con el de Jack. Espera sentada, mecida por la inercia de su cuerpo
menudo, en un columpio que fue naranja, y que, junto con los otros seis que se
alinean a los lados, representan los colores del arco iris. Es el patio de la
guardería municipal, desde hace tiempo sin párvulos, donde ella jugó y aprendió
durante sus primeros años.
Como todos los lunes de invierno, la oficina
amanecía helada. Se había solicitado a los responsables de mantenimiento que
programaran el encendido de la calefacción un par de horas antes, pero siempre
se quedaba en falsos compromisos. No obstante, ese día el ambiente se templó
antes de lo previsto. Recibió Irene en su puesto a un barbudo de mediana edad,
vestido de cuero negro, que depositó, dando un golpazo en la mesa, la
notificación de una multa por mal aparcamiento a nombre de Jacinto Jesús López
Soler.
—¿Desde cuándo está prohibido el estacionamiento
de motos en la acera?
—Perdone, caballero, pero hasta que no revise su
expediente no puedo manifestarme sobre el asunto.
—La cuestión es recaudar y hacer perder el tiempo
a los ciudadanos ocupados—prosiguió el hombre—. Vendí mi coche hace años, ya
que esta ciudad es intransitable, utilizando mi motocicleta para poder
desplazarme libremente a visitar a mis pacientes. ¿Te imaginas cómo se puede
llegar a tiempo a auxiliar a una anciana si no te mueves en dos ruedas?
A Irene, que solía salir airosa de las discusiones
con los infractores, le costaba sostener la conversación.
—Si continúa usted con esta actitud —intervino el
jefe de negociado, que andaba siempre husmeando con cara de asco y superioridad
entre las mesas—, llamaré a seguridad.
—No te preocupes, Melquiades; está todo controlado
—adujo la joven funcionaria.
—La señorita se sobra para atenderme. Sólo hay que
mirarla a los ojos para adivinar que puede resolver este asunto con sentido
común —intervino el motorista fingiendo mayor irritación, haciendo huir al
superior con gesto indignado. El otro le despidió con una mueca burlona que
provocó en Irene una carcajada que, a su vez,
desencadenó la lacerante mirada de su jefe.
A lo lejos, vislumbra la rechoncha figura de
Cesáreo, el alcalde, que asciende por la carretera desde su casa. Viene
acompañado de su mujer y su hija, que firmarán como testigos. Hace más de cinco
años que no celebra un matrimonio y es la primera vez, en sus tres
legislaturas, que lo realiza fuera de la
casa consistorial.
—¿Tú no eres la que hace dos años me atendió
cuando fui a reclamar una multa, que, por cierto, después me anularon?
—preguntó extrañado el médico a la nieta, y único familiar, de la mujer que
acababa de fallecer.
—Puede ser. Hace dos años trabajaba en el
ayuntamiento de la capital, en el departamento de multas. Después conseguí una
plaza de maestra en un pueblo a cinco kilómetros de aquí. —Contestó Irene, que
le había reconocido nada más cruzar la puerta, cuando vino a certificar la
defunción de su abuela.
Jacinto Jesús, que había terminado la última
visita del día, hizo compañía a la chica, que ahora vivía sola en su casa en
las afueras de la aldea, hasta que, de madrugada, llegaron los servicios funerarios.
—Si vengo por aquí otro día, y no te parece mal,
pasaré a hacerte una visita. Podríamos tomar a una cerveza en el bar, si es que
hay alguno en este pueblo.
—Muchas gracias, Jacinto, pero no hace falta que
te molestes.
—Si no es molestia, es por Gertrud, mi vieja
motocicleta, a la que le gusta mucho la montaña. Echa de menos la serranía
conquense—argumentó el barbudo, exhibiendo una nostálgica expresión—. Y, por
favor, odio el nombre de Jacinto. Mejor, llámame Jack.
Pasan dos minutos de las cinco en el reloj de la
novia. El edil y sus mujeres se encuentran ya a escasos metros del lugar de la
boda. De pronto, unos lejanos y ahogados ronquidos le hacen enarbolar a Irene
la más generosa de sus sonrisas. Ya puede
sentir cómo se acerca Jack, con su indumentaria negra remachada en plata, el
brillante casco, la poblada barba, gafas oscuras y su personal gesto guasón,
cabalgando en su Harley Dadvison Panhead de 1964, como escapado de la película
“Easy rider”, dispuesto a regalarle, subiéndola a pulso al asiento de la
motocicleta, el más apasionado de los besos de celuloide, antes de convertirla
en su esposa.
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...muy bueno!
ResponderEliminarMe ha gustado tu manera de narrar esta historia...llena de detalles y referencias.
Estupendo el tema musical elegido.
Saludos...éxitos!
Ramón
Me alegra mucho que te haya gustado el cuento, y el tema. Si lo primero no vale, siempre queda lo segundo.
Eliminar¡Muchas gracias, Ramón!
Cuentón
Ay Cuentón, vaya borntobe wild de Cuenca que te has agenciado.... Entrañable, as usual¡¡¡
ResponderEliminarQuizás pueda llevarte, a la grupa de Gertrud, a tu próximo concierto. Si a Irene no le molesta, que me da que no.
EliminarUn beso roudmuviano.
Hola, Cuentón.
ResponderEliminarJack es mucho Jack, da gusto imaginarle con su gesto guasón.
Hace falta más gente guasona como Jacinto o la Rubia.
Besotes.
¡Qué buena pareja harían!
ResponderEliminarJack y la rubia, claro.
Besos cuentónicos.