
La señorita
Esther se propuso que conociéramos nuevos géneros literarios. Estilos no muy
utilizados en España, pero sí habituales en otros países, sobre todo en los hispanohablantes.
Nos habló de lo real maravilloso, término
acuñado por Alejo Carpentier, de los realismos mágico y fantástico, en los que
destacaron García Márquez o Juan Rulfo. No os voy a contar las características
de cada uno de ellos, principalmente, porque todavía no he conseguido
aclararme.
Como nos
temíamos, nos pidió que escribiéramos un cuento de ese tipo, en concreto de
realismo fantástico. Creo que sólo una de las discípulas fue capaz de ceñirse al
género en el primer intento. Yo tuve que hacer varias versiones, dándome por
vencido sin acertar. Posteriormente hice una nueva modificación, la que aquí
presento, sin llegar a saber si me acerqué a dicho estilo. Os pido clemencia
por mis desaciertos. Leed el relato sin pretensiones, pensando que sólo pertenece
al elemental estilo cuentónico.
Os dejo con la aterciopelada voz de Andrea Echeverri, interpretando "Bolero Falaz", tema que dedico al protagonista del cuento.
A los de espíritu navideño, os deseo una muy feliz Navidad. Y los que no lo tenéis, poneos una coraza y que seáis muy felices también.
Os dejo con la aterciopelada voz de Andrea Echeverri, interpretando "Bolero Falaz", tema que dedico al protagonista del cuento.
A los de espíritu navideño, os deseo una muy feliz Navidad. Y los que no lo tenéis, poneos una coraza y que seáis muy felices también.
No se te ocurra hacer lo que estás pensando
La cara de estupefacción que debí poner no le pasó
inadvertida a Bernal. Cuando la noche empezaba a incendiarse, llegó el mensaje
a mi teléfono. Lo rescaté de entre dos güisquis, unos pantys y un plato de almendras y leí
el texto: “No se te ocurra hacer lo que estás pensando”.
No lo puedo remediar, lo reconozco: las mujeres me
enajenan. Qué decir si son bellas, casi todas, y no superan los treinta. No es
complicado conseguir trofeos dentro de la empresa. Abunda el personal en
prácticas y muchos son los que, por mantenerse en plantilla, realizarían
acciones consideradas indecorosas. A pesar de mis más de cuatro décadas de
existencia, conservo intacto el poder de
persuasión y el físico aún me acompaña. Mi puesto de director de recursos
humanos puede que también colabore.
Hace tres meses, un martes por la noche, cuando
todo el personal había desaparecido antes de lo previsto, quizás por aquel
partido en Mestalla tan importante, quedamos en mi despacho Valverde y yo. Esa cara
de colegiala. Su minifalda. Aquellas medias negras de rejilla. Su sonrisa
insinuante. Mis dedos jugando a las damas entre los rombos de sus piernas. A
punto de lanzarme sobre ella… ¡Zas! El mensaje: “No se te ocurra hacer lo que
estás pensando”. La pasión se diluyó como un chorro de sacarina líquida en el
café de un diabético.
Hará más o menos un año, a la salida del trabajo. González,
una niña bien, coleccionista de títulos postgrado, alta, ojos claros, piel de
seda, me invitó a una copa en su coqueto apartamento de la
Gran Vía , de los más exclusivos de Valencia.
Unos cuantos tragos calentaron el ambiente. Cuando empezábamos a juguetear y la
mecha estaba a punto de provocar una explosión, de mi bolsillo salieron los
pitidos amenazantes. El mismo aviso de siempre. El termómetro descendió hasta registros
antárticos.
La primera vez que recibí el aviso fue hace dos
años, un lunes. Me había costado convencer a Rubio para que tomara una cerveza
a la salida. Desde el día de su estreno en la oficina, con un traje de chaqueta
gris que bordeaba sus rodillas y esa turbación que iluminaba sus ojos oceánicos,
me propuse seducirla. Me costó casi los tres meses del periodo de prueba.
Después de varias cervezas con jazz en vivo en Russafa, conseguí la total
empatía. Buscamos una mesa apartada. Mientras leía las líneas de su mano, me
adosaba con mucha diplomacia. Me excitaba como con ninguna otra antes, hasta
que, desde el pantalón, una vibración me avisaba de lo que no debía hacer.
Odiaba a la madre de mi mujer. Me había calado desde
el primer día, al contrario que su ingenua hija. Varias veces me amenazó con desvelar
mis propósitos y darme un escarmiento, advirtiéndome de que no me quitaría el
ojo de encima. Siempre sospeché que me espiaba, enviándome aquellos persuasivos
mensajes. Como cuando estaba a punto desatarme con Rubio, Valverde, González y
tantas otras aspirantes a contrato indefinido. Pero algo me deja ahora desarmado
del todo. Con Bernal, ¿por qué?, si mi suegra lleva dos meses fallecida.

Hola, Cuentón.
ResponderEliminarUf, no sé yo si será realismo fantástico... Pero lo cierto es que te ha quedado estupendo. Ese final es muy bueno y muestra lo que no se debe nunca hacer; ya me entiendes.
Un abrazo.
¿Lo qué?
Eliminar¡Feliz Navidad! amiga Towanda.
BSSS Y ABRAZOS PARA LA MEJOR DE LAS MADRES Y SU HIJO. GRACIAS POR EL PASEO DE LA OTRA TARDE,BELEN INCLUIDO. ME HA GUSTADO CUENTON.
ResponderEliminarJ.L.
Bienvenido, J.L., a la bahía de Los cuentos tontos. Ya sabes por dónde puedes pasear, aunque no haya belén.
EliminarUn abrazo,
Cuentón.
Muy cuentónico, si señor. Realismo, lo que se dice realismo....nusé pero fantástico, seguro.
ResponderEliminarDejémoslo en cuentónico.
EliminarSaludos.
Un cuento dice lo que quiere decir con TODAS sus palabras.
ResponderEliminarNo lo dice con su argumento o con su sorpresa final: lo dice a cada palabra.
Lo que es escribir puede verse reflexionando sobre esta comparación:
"La pasión se diluyó como un chorro de sacarina líquida en el café de un diabético."
¿Qué tiene que ver con el sentido último del cuento comparar el frenazo de la pasión con la disolución de la sacarina líquida? Nada.
En la auténtica obra de arte, CADA pieza está imantada por la intención única que la gobierna: todo dice lo mismo a cada paso.
Tendré en cuenta tus consejos para próximas narraciones.
EliminarGracias por pasearte por el rincón de este aprendiz de cuentista.