lunes, 16 de diciembre de 2013

36. No se te ocurra hacer lo que estás pensando

Leer el cuento

La señorita Esther se propuso que conociéramos nuevos géneros literarios. Estilos no muy utilizados en España, pero sí habituales en otros países, sobre todo en los hispanohablantes. Nos habló de lo real maravilloso, término acuñado por Alejo Carpentier, de los realismos mágico y fantástico, en los que destacaron García Márquez o Juan Rulfo. No os voy a contar las características de cada uno de ellos, principalmente, porque todavía no he conseguido aclararme.

Como nos temíamos, nos pidió que escribiéramos un cuento de ese tipo, en concreto de realismo fantástico. Creo que sólo una de las discípulas fue capaz de ceñirse al género en el primer intento. Yo tuve que hacer varias versiones, dándome por vencido sin acertar. Posteriormente hice una nueva modificación, la que aquí presento, sin llegar a saber si me acerqué a dicho estilo. Os pido clemencia por mis desaciertos. Leed el relato sin pretensiones, pensando que sólo pertenece al elemental estilo cuentónico.

Os dejo con la aterciopelada voz de Andrea Echeverri, interpretando "Bolero Falaz", tema que dedico al protagonista del cuento.

A los de espíritu navideño, os deseo una muy feliz Navidad. Y los que no lo tenéis, poneos una coraza y que seáis muy felices también.








No se te ocurra hacer lo que estás pensando

La cara de estupefacción que debí poner no le pasó inadvertida a Bernal. Cuando la noche empezaba a incendiarse, llegó el mensaje a mi teléfono. Lo rescaté de entre dos güisquis, unos pantys y un plato de almendras y leí el texto: “No se te ocurra hacer lo que estás pensando”.

No lo puedo remediar, lo reconozco: las mujeres me enajenan. Qué decir si son bellas, casi todas, y no superan los treinta. No es complicado conseguir trofeos dentro de la empresa. Abunda el personal en prácticas y muchos son los que, por mantenerse en plantilla, realizarían acciones consideradas indecorosas. A pesar de mis más de cuatro décadas de existencia, conservo intacto  el poder de persuasión y el físico aún me acompaña. Mi puesto de director de recursos humanos puede que también colabore.

Hace tres meses, un martes por la noche, cuando todo el personal había desaparecido antes de lo previsto, quizás por aquel partido en Mestalla tan importante, quedamos en mi despacho Valverde y yo. Esa cara de colegiala. Su minifalda. Aquellas medias negras de rejilla. Su sonrisa insinuante. Mis dedos jugando a las damas entre los rombos de sus piernas. A punto de lanzarme sobre ella… ¡Zas! El mensaje: “No se te ocurra hacer lo que estás pensando”. La pasión se diluyó como un chorro de sacarina líquida en el café de un diabético.

Hará más o menos un año, a la salida del trabajo. González, una niña bien, coleccionista de títulos postgrado, alta, ojos claros, piel de seda, me invitó a una copa en su coqueto apartamento de la Gran Vía, de los más exclusivos de Valencia. Unos cuantos tragos calentaron el ambiente. Cuando empezábamos a juguetear y la mecha estaba a punto de provocar una explosión, de mi bolsillo salieron los pitidos amenazantes. El mismo aviso de siempre. El termómetro descendió hasta registros antárticos.

La primera vez que recibí el aviso fue hace dos años, un lunes. Me había costado convencer a Rubio para que tomara una cerveza a la salida. Desde el día de su estreno en la oficina, con un traje de chaqueta gris que bordeaba sus rodillas y esa turbación que iluminaba sus ojos oceánicos, me propuse seducirla. Me costó casi los tres meses del periodo de prueba. Después de varias cervezas con jazz en vivo en Russafa, conseguí la total empatía. Buscamos una mesa apartada. Mientras leía las líneas de su mano, me adosaba con mucha diplomacia. Me excitaba como con ninguna otra antes, hasta que, desde el pantalón, una vibración me avisaba de lo que no debía hacer.

Odiaba a la madre de mi mujer. Me había calado desde el primer día, al contrario que su ingenua hija. Varias veces me amenazó con desvelar mis propósitos y darme un escarmiento, advirtiéndome de que no me quitaría el ojo de encima. Siempre sospeché que me espiaba, enviándome aquellos persuasivos mensajes. Como cuando estaba a punto desatarme con Rubio, Valverde, González y tantas otras aspirantes a contrato indefinido. Pero algo me deja ahora desarmado del todo. Con Bernal, ¿por qué?, si mi suegra lleva dos meses fallecida.

Siguiente entrada              

8 comentarios:

  1. Hola, Cuentón.
    Uf, no sé yo si será realismo fantástico... Pero lo cierto es que te ha quedado estupendo. Ese final es muy bueno y muestra lo que no se debe nunca hacer; ya me entiendes.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. BSSS Y ABRAZOS PARA LA MEJOR DE LAS MADRES Y SU HIJO. GRACIAS POR EL PASEO DE LA OTRA TARDE,BELEN INCLUIDO. ME HA GUSTADO CUENTON.
    J.L.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bienvenido, J.L., a la bahía de Los cuentos tontos. Ya sabes por dónde puedes pasear, aunque no haya belén.

      Un abrazo,
      Cuentón.

      Eliminar
  3. Muy cuentónico, si señor. Realismo, lo que se dice realismo....nusé pero fantástico, seguro.

    ResponderEliminar
  4. Un cuento dice lo que quiere decir con TODAS sus palabras.
    No lo dice con su argumento o con su sorpresa final: lo dice a cada palabra.

    Lo que es escribir puede verse reflexionando sobre esta comparación:
    "La pasión se diluyó como un chorro de sacarina líquida en el café de un diabético."
    ¿Qué tiene que ver con el sentido último del cuento comparar el frenazo de la pasión con la disolución de la sacarina líquida? Nada.
    En la auténtica obra de arte, CADA pieza está imantada por la intención única que la gobierna: todo dice lo mismo a cada paso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tendré en cuenta tus consejos para próximas narraciones.
      Gracias por pasearte por el rincón de este aprendiz de cuentista.

      Eliminar

Espero tu comentario