
Una de las recompensas obtenidas con la escritura
narrativa, aún haciéndolo fatal, sin sentido, con mil faltas de ortografía y pasando de concordancia sintáctica, es la facultad de crear. Puedes concebir personajes a los que les regalas
la vida, aunque algunas veces, si pudieran, dirían que te la metieras por ahí mismo.
Silvia fue el primer personaje al que cogí
verdadero cariño, llegándola a sentir como algo mío. Y eso que durante un
tiempo me fue infiel y se marchó a la pluma de mi amigo José Antonio (supo
elegir bien), que la hizo mayor y le regaló un perro llamado Falopio, como era
su deseo. Estoy seguro de que superará esos pequeños obstáculos de la infancia y tendrá un futuro muy
feliz.
En honor a Silvia, he pegado un video de Andrea
Motis, una joven cantante catalana que, además, toca varios
instrumentos. A mí me gusta.
Tengo
que aprenderme para mañana el tema de la reproducción, que hay examen, pero
llevo toda la tarde con el libro delante y sólo me he aprendido que las mujeres
tenemos unas trompas, de Falopio. ¿Quién sería ése? Es lo único divertido del
tema. ¿Te acuerdas el otro día en clase de Música, cómo tocaba David la flauta?
¡Qué mal! y se le hinchaba la cara como un globo. ¡Anda!, qué lo de esta mañana,
el médico nuevo, todo el rato haciéndome preguntas: ¿prestas atención en
clase?, ¿qué tal con tus padres?, Silvia ¿quién es tu mejor amiga? Pues tú,
Linda, le dije, ¿cómo es?, pues no sé, como yo quiera; ¡Qué pesado!; y encima
me dice que tengo que tomar una medicina todas las mañanas.
Con
el desayuno me he tomado la pastilla que me mandó ayer el médico nuevo; dice mi
madre que es un psicólogo, que ayuda a las personas a sentirse bien, que no es
un médico; pero con esa bata blanca y esas gafitas tiene pinta de médico, que
los psicólogos van con traje y son muy guapos, que los he visto en la tele.
Pues yo ahora no me siento nada bien, Linda. Me duele la tripa y me sabe muy
mal la boca. El examen de “cono” me ha salido regular. Sólo me acordaba de
algunas cosas que repasé ayer con mi madre, mientras cenaba. No pude ver la
tele, así que hoy no podemos hablar de nuestro programa favorito. No me han
preguntado nada del Falopio ése. Si algún día mis padres me compran un perro lo
llamaré Falopio. ¿A que molaría?
Ya
verás, Linda. Voy a meter una canasta que se va a acordar el enano de
Guillermo, que me tiene harta, que está todo el rato llamándome jirafa inútil y
dice que no soy capaz de meter ni una canasta. O mejor, me dejo caer encima de
él cuando coja la pelota y le aplasto, para que llore un poco, como siempre que
se meten con él, que es un “mimao”.
Parece
que me duele menos la tripa, aunque me encuentro un poco rara, ya no me río
contigo como me reía antes. No te enfades Linda, sigues siendo mi mejor amiga,
pero tengo que prestar más atención en clase, que si no, voy a tener que
repetir, y mis padres se van a enfadar mucho, sobre todo mi madre, y mi padre
se va a poner muy triste. Yo sí me encuentro un poco triste.
El
profesor de Matemáticas me ha dicho que he hecho muy bien las fracciones; pero
yo no me he puesto contenta y me ha dicho qué si me daba igual, y, como siempre,
han empezado todos a decirme cosas, entonces yo le he dicho idiota a Marta y el
profe me ha advertido que la próxima vez me castiga; creo que me tiene manía;
todos se meten conmigo y nunca digo nada, y para una vez que digo algo me
quiere castigar. Bueno Linda, no tengo más ganas de hablar. Voy a hacer los
ejercicios de lengua. Mi padre me dice que acabe la merienda, que llevo una
hora con ella, pero no tengo hambre, llevo unos días que como menos, y con lo
flaca que estoy.
Linda,
tengo poco que contarte. Bueno, sí, que me aburro mucho. Pero no creas que sólo
contigo, con todos. Mis padres dicen que estoy muy seria y que no hago nada más
que dar malas contestaciones; ¿que qué me pasa?; y luego cuchichean algo de las
pastillas. Yo también creo que las pastillas me van mal, pongo algo más de
interés en clase, pero tampoco me sirven para mucho. Prefiero ser como era
antes, cuando jugaba contigo. Pero es mejor que ya no juguemos, ya no me lo
paso bien.
Hoy
he ido al psicólogo y me ha dicho que ya no tengo que tomar pastillas, pero que
tengo que prestar mucha atención en clase. Mamá y papá parecían contentos. Yo
también, porque desde que empecé a tomarlas soy como otra niña. Lo malo es que ya
no tengo a nadie a quien contárselo. Si por lo menos tuviese a Linda, pero como
le dije que era mejor que no nos viéramos más. Como me gustaría volver a ser su
amiga.
Amigo Cuentón --querido amigo Vicente--, traté a Silvia lo mejor que pude y ella me dejó. Fue una adultera honrada, pues no dejó de hablarme de ti mientras la utilizaba. Si algo te echó en cara, fue, que tú, no le proporcionaste un perro; y yo sí. Pero aún así, en sus momentos más íntimos --dildo en mano y todo--, se acordó de ti.
ResponderEliminarLo has conseguido, este blog consigue sonrisas. Me cambió hasta la cara de mi foto. Je, je.
Un abrazo.
José Antonio
Perdona por la tardanza, amigo Jose Antonio. La confianza da asco. Muchas gracias por el comentario, aunque sea con veintiocho meses de retraso y publicado el cuento final. Un abrazo.
EliminarMe ha encantado el relato y en general el blog. Visitaré este lugar regularmente. Silvia me ha parecido muy tierna.
ResponderEliminarAquí te esperamos Silvia y yo, para cuando te plazca visitarnos.
EliminarBienvenida a la bahía de Los cuentos tontos.
Bonito cuento, aunque por ser quisquillosa, los psicólogos no pueden recetar pastillas :)
ResponderEliminarNo obstante, me alegro de haber descubierto este blog, pasaré más por aquí.
Saludos de una psicóloga
Si ya a Silvia -no olvidemos que es la narradora- que aunque no se le daban muy bien los estudios, era muy inteligente, le extrañó que el psicólogo llevara bata blanca. Seguramente que sus padres prefirieron llamarle así en vez de médico especialista con nombre parecido. Un eufemismo más.
EliminarMuchas gracias, psicóloga anónima, por tu acertado comentario. Sabes que cuando quieras puedes pasear por la Bahía de los cuentos tontos. Y me gusta que mis lectores comenten. Lo hacen muy poco.