lunes, 10 de septiembre de 2012

3. Sol de justicia


Leer el cuento


Éste fue el relato “demente”. Digo esto porque la profe se cabreó por la cantidad de adverbios terminados en “mente” que utilicé, y tuve que eliminar, amén de otras correcciones. Llegó un momento en que nos prohibió utilizarlos, procurando todos cumplir y evitar posibles broncas.
Felicitas te dejaba acabar de leer el cuento de turno, pero terminabas esperando su posible reacción. Si sonreía, respirabas. Normalmente caían unas cuantas críticas. Y si no te dejaba acabar de leerlo… Eso sí, siempre aprendíamos.
El tema de este cuento tenía que girar alrededor del Sol, como elemento principal. Además debían aparecer una mujer, la llanura, un barco y el amanecer.
Para ambientar la narración, esta imagen de la playa de Cabo de Gata.



Salió de su ciudad castellana sobre las siete de la tarde del primer jueves del mes de septiembre. Partía a una convención que su empresa iba a celebrar en su sede central de Madrid; por lo que para estar a las ocho de la mañana en un céntrico hotel, la compañía le había reservado una habitación. Eso dijo en casa. La verdad era que, aprovechando un día libre, que le habían concedido por sacar de un apuro a su jefe en una auditoría, se dirigía a ese pueblo de la costa almeriense, hasta hace poco de pescadores, donde había pasado los mejores momentos de cada verano.
Eran días más calurosos de lo normal. Incluso con el aire acondicionado, el sol que se colaba casi horizontalmente por la ventanilla calentaba la piel del conductor. Era un sol de justicia. Al día siguiente, con sus primeros rayos, se saldaría esa deuda contraída hace tantos años.
Rodeó Madrid por la carretera de circunvalación, mientras sonaba Radio Futura; esas melodías que tanto se repitieron aquellas vacaciones. Tenía hambre y paró en uno de tantos centros comerciales que asedian la capital. Se cuidó mucho de no beber ni una gota de alcohol y de tomar un café muy cargado; el viaje era largo. En ningún momento durante la cena su pensamiento se apartó de la mujer que le esperaba.
El resplandor que emitía esa luna casi llena le hizo contemplar la llanura manchega de una forma desconocida para él. Se llevó una grata sorpresa, al parar a llenar el depósito,  y ver que, a pesar de ser la una de la madrugada,  estaba abierto ese colmado donde siempre compraban dulces, vino, y embutidos cuando volvían a casa después de las vacaciones. Por ese motivo siempre le había parecido tan triste ese lugar de la llanura conquense. Esa noche, sin embargo, se le antojó un sitio maravilloso. Compró dulces típicos y una botella de moscatel, pensando que podría constituir el desayuno perfecto para esa ocasión tan especial  junto a esa mujer.
Se conocieron hace veinte años, siendo adolescentes. Él veraneaba  en el pueblo donde vivía ella. Desde entonces habían coincidido casi todas las temporadas. Al principio compartían pandilla. Después asistían a las mismas fiestas, pero saliendo en grupos diferentes. Y en los últimos tiempos se saludaban o conversaban solo un instante, ya cada uno con su propia familia. No obstante, en ninguna de aquellas ocasiones habían dejado de recordar cuando el mes de agosto en que se conocieron, en un juego nocturno en la playa -no sin las risas pícaras de sus amigos- los dos coincidieron en el mismo deseo, aunque sin reconocer, por vergüenza, que en el de cada uno aparecía el otro. A finales del pasado mes de junio, cuando se vieron en la panadería, y volvieron a rememorar esa situación, se despojaron de la timidez que les había silenciado tanto tiempo y decidieron cumplir su deseo.
Por fin, dentro de unas horas, a las seis de la madrugada, se verán en el muelle. Y en el barco de una amiga común, partirán rumbo a alta mar. Después de navegar varias millas, no sin cierto pudor, tras ese largo tiempo que ha madurado sus cuerpos y sus almas,  se desnudarán; se acomodarán cada uno en una hamaca; se darán la mano; y verán amanecer, como en aquel deseo que ambos reconocieron a medias aquella noche. Se mirarán fijamente a los ojos, se abrazarán, se besarán y se amarán con toda la pasión atesorada durante esos veinte años. 



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2 comentarios:

  1. ¡Qué tiempos aquellos! Cuando empezaron los sueños y cuando comenzamos a escribir tan pausada-mente.
    ¡qué grande Felicitas!

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  2. ¡Muy grande! ¿Qué será de ella?
    Un saludo.

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