sábado, 13 de octubre de 2012

8. Estrella de la pasarela


         El siguiente cuento a escribir es policiaco, de unos siete folios… Mala leche tiene la profe. Tiene que aparecer, en una zona poco conflictiva, el cadáver de un ejecutivo, con las manos cortadas y sin dientes, de forma que las únicas pistas nos las pueda dar el ADN, aunque no tengamos nada con qué cotejarlo.
        En seguida me acordé del guardia civil Bevilacqua y del policía Wallander, personajes de las novelas de Lorenzo Silva y Henning Mankell, pero comprendí que, por el hecho de haber leído varios libros sobre ellos, no iba a ser capaz de crear una narración policial.
        Me costó lo mío imaginarme un crimen con esas características. A partir de ahí, fui tejiendo una historia sin pies ni cabeza. Sobre este género, por muy buen escritor que seas (no es mi caso, por supuesto), debes tener, además de mucha imaginación, ciertos conocimientos madereros, por lo que tuve que buscar en Internet sobre diferentes materias, como tipos de armas, de coches, de zapatos, organización policial, ubicación de las calles…, además de contar con la valiosa colaboración de mi compañera de trabajo, La Pemó, que conocía ciertos entresijos del cuerpo.
Otro factor a tener en cuenta es el casting. En clase me criticaron el uso de muchos personajes. Tenían razón. Me inventé un protagonista (que no tiene nada que ver con ningún cantante de los setenta) al que no le gustaba mucho el protagonismo, por eso  le hice acompañar de varios compañeros.
El engendro resultó ser “Estrella de la Pasarela”. Ahí lo suelto, por si hay algún valiente que se atreva a leerlo. Para aligerar, acompaño con un vídeo de unos policías recién salidos de la academia.



Estrella de la pasarela
Amaneció despejada y fría la mañana del miércoles 23 de marzo, después de varios días con débiles chubascos. Llegó corriendo el inspector Abraira, a la pequeña rotonda donde empieza el Camino de Vinateros. Allí estaba el juez, acompañado de un oficial de su juzgado, junto a una pareja de la Policía Judicial y una patrulla de municipales, procediendo al levantamiento del cadáver. Nada más ver lo que aparecía dentro de esa especie de disfraz, en forma de estrella, soltó una arcada que casi le hizo echar las bilis, lo único que tenía en su maltrecho estómago; era el cuerpo de un hombre, con la cabeza segada, en diagonal, desde el maxilar inferior hasta la zona occipital, quedando como la prolongación de su largo cuello. Siguieron retirando el envoltorio, que tenía unida con velcro la parte superior y la inferior, y se descubrieron los brazos, con las manos amputadas. Cuando le quitaron la vestimenta del todo, se vio lo que se temía el inspector, las piernas con los pies mutilados a la altura de los tobillos. Todo ello vestido con un traje azul, cubierto de sangre casi en su totalidad.
Juan Pablo Abraira no quería ni imaginarse que con la edad, en vez de endurecerse, se estaba haciendo más sensible; prefería pensar que la noche anterior, como tantas veces en los últimos meses, desde que falleció su mujer, había bebido más de la cuenta.
La comisaria de la Unidad Central de Delincuencia y Violencia Especializada, Lourdes Bordallo, reunió en su despacho al inspector Abraira y a la oficial Joaquina Beltrán, a los que había asignado la investigación del caso.
—Este asunto, como ya os habréis dado cuenta, es delicado de narices. Nunca nos había llegado un suceso como éste, una verdadera obra de arte del sadismo. No disponemos de las huellas dactilares de la víctima, no tenemos piezas bucales que comparar, lo único que podríamos utilizar es el ADN, pero ¿con qué lo cotejamos?
—No sé si has asignado el caso a la persona más adecuada —adujo Abraira, ya no estoy en mi mejor momento; sabes que he solicitado el pase a segunda actividad; hay otros inspectores, procedentes de la academia, más jóvenes y mucho mejor preparados.
—No me fastidies, Juan Pablo, no me vengas de modesto —le rebatió la comisaria,  cuando te jubiles, estudias una carrera, como hacen tantos viejecitos, y en paz. Tú eres el más experto de la Unidad; además podéis disponer de Sarmiento y Amapola, que, aunque son muy jóvenes, apuntan maneras.
La comisaria resumió el informe que Científica había hecho del lugar de localización del cuerpo. Las rodaduras que se marcaron en una zona calva de la rotonda, por donde el vehículo subió las ruedas izquierdas por encima del bordillo circular, se corresponden con neumáticos típicos de un todoterreno, de 275 mm. de ancho, que por la distancia entre ejes, debe ser de los grandes; aunque aún no han podido precisar el modelo. Entre las rodaduras y donde yacía el cuerpo, había marcadas huellas de cuatro personas: unas botas de agua, del número 41, que corresponden al jardinero que encontró el cadáver, dos pisadas diferentes del número 42, unas pertenecen a unas deportivas de la marca Adidas, las otras a unos zapatos marca Camper, y unas del número 46, muy peculiares, con una forma especial en la puntera, más larga de lo normal, acabada en forma casi rectangular,  que coinciden con la de unos mocasines italianos, muy exclusivos, de la marca Priamo.
Cuando iban a abandonar el despacho, les entregaron un fax con un adelanto del informe del forense; la superiora procedió a extractarlo según lo iba leyendo.
—El cadáver, que apareció desangrado,  se corresponde con el de un hombre, de unos 35 años, que falleció entre 36 y 48 horas antes de ser encontrado por el jardinero, había recibido tres disparos por la espalda, a la altura del tórax, dos de ellos mortales de necesidad; pertenecientes a munición de 9 mm. parabellun, parece ser que de una pistola Beretta 92 DS, arma muy común, utilizada, por ejemplo, por los compañeros de la Guardia Civil. No muchas horas después, fue mutilado con un cuchillo eléctrico, posiblemente de podar; esperaron entre 24 y 30 horas, desde el fallecimiento, para manipular las extremidades, una vez extinguido el rigor mortis. No voy a haceros pasar el mal trago de escuchar, de forma científica, los detalles de las mutilaciones que ya conocéis.
—Según cálculos óseos —continúo la comisaria, mediría sobre metro noventa, complexión atlética, de raza blanca, cabello negro, piel bronceada con rayos UVA; mostraba, en lo que quedaba de muñeca izquierda, la señal, apenas visible, de un reloj de unos cuarenta y cinco milímetros de diámetro. En el hombro izquierdo tenía un tatuaje, en forma de estrella, con los colores del arco iris en su interior; no aparecían otras marcas, exceptuando las provocadas por los proyectiles.
—Parece ser —añadió la comisaria, con su particular humor— que se trataba de un buen tallo, aunque me da, por lo del tatuaje, que tú, Juan Luis, le hubieras gustado más que yo.
La vestimenta en forma de estrella que le envolvía —siguió leyendo—, era de algodón de muy buen género, jaspeado con hilos de diferentes tonalidades doradas; llevaba adheridos restos de césped y de tierra, todavía algo húmeda.  El finado llevaba puesto un traje azul marino, ensangrentado casi por completo, mezcla de lana y viscosa, de una calidad excelente, de la marca Armani; la camisa color celeste, de algodón, con restos de sangre, sobre todo en la mitad superior, era de la firma Versace;  y los calzoncillos estampados, tipo boxer, también de algodón, eran de Dolce e Gabanna. Entre la ropa se encontraron acículas, las hojas puntiagudas de los pinos. Los bolsillos estaban vacíos, excepto uno de los pequeñitos del interior de la americana, donde apareció un trozo de papel con un número de teléfono, escrito a mano con una pluma estilográfica. No aparecen huellas dactilares, los asesinos trabajaron con guantes.
Vamos,  que si sumáramos nuestros tres sueldos, tal vez podríamos pensar en vestir como este galán —concluyó la comisaria, mientras se miraban de reojo la oficial y el inspector.
Un par de horas después, comieron en la amplia cafetería, que ocupaba uno de los edificios  del complejo policial de Canillas,  el inspector Abraira, la oficial Beltrán y los policías, llegados de la academia meses atrás, Juan Luis Sarmiento y Amapola Sánchez. Repasaron todos los datos de que disponían, que no eran muchos para empezar la investigación. El único hilo claro de dónde tirar era un número de teléfono.
Amapola se encargaría de averiguar a quién correspondía el número escrito a mano en el trozo de papel; Sarmiento iría a la sección de desaparecidos, a ver si alguna persona había echado de menos a alguien, con características parecidas a lo poco que se sabía del asesinado; Abraira y Beltrán habían quedado en volver, a la mañana siguiente, al lugar donde fue encontrado el cuerpo.
A primera hora, se presentaron el inspector y la oficial en el Camino de Vinateros. La rotonda aún seguía precintada, dos agentes de científica seguían revisando el terreno; no habían encontrado nuevas pruebas que pudieran ayudar en la investigación.
Entraron a desayunar en una cafetería cercana. Pidieron un carajillo y un café con leche con barrita a la plancha.
—La verdad, es que la gente está cada vez más trastornada. Le matas, le mutilas y le metes en un disfraz…, un disfraz de estrella —observó el inspector, mientras levantaba su vaso para dar el penúltimo trago.
— ¡Una estrella! —saltó agitada la oficial, casi atragantándose con un trozo de pan—. El disfraz, la forma del cuerpo, el tatuaje..., hasta la rotonda; fíjate, Camino de Vinateros tiene dos calzadas, una en cada sentido, y, según me contaste, a cada una de ellas apuntaba una pierna; en el lado opuesto está la calle Estrella Polar, donde marcaba el cuello y lo poco de la quebrantada cabeza, que podría considerarse, aunque pequeña, como una extremidad más, y la calle Sirio, que atraviesa de norte a sur, donde señalaban los brazos; al lado, la estación de metro Estrella,  esto es el barrio de la Estrella; hasta la cafetería donde estamos desayunando se llama “La Estrella”.
—Claro Joaqui, esto tiene la pinta de ser un juego macabro; todo tiene que ver con la palabra estrella; pero la verdad, no sé a dónde nos lleva esto. Por cierto —cambió de tema Abraira—, ¿te acuerdas de que la autopsia indicaba que entre la ropa habían aparecido unas acículas?, pues no eran de esta zona, no he visto ningún pino por aquí; el cuerpo anduvo tirado por otro terreno.
Volvieron a reunirse los cuatro policías, antes de la hora del almuerzo, para poner en común los avances en la investigación. Sarmiento, que estaba en contacto con la sección de Desparecidos, no pudo aportar nada; lo que le extrañó fue que el tatuaje fuera en forma de estrella, porque son habituales los tatuajes de arco iris, pero en forma de corazón, bastante común dentro del colectivo gay.
Amapola se había puesto en contacto con los titulares del número de teléfono, perteneciente a una tienda de ropa infantil, que todavía no se había inaugurado; hasta hace unas semanas había correspondido a una tienda de ropa de diseño. Consideró más razonable avanzar por el negocio anterior, por lo que localizó a los antiguos dueños, que se acababan de  jubilar. Cuando les facilitó los datos del fallecido, mencionaron a varias personas, que recordaron en ese momento, que pudieran coincidir con esos datos: un cliente de Albacete que solía comprarles ropa descatalogada, a precio de liquidación, un italiano muy simpático que distribuía libremente ropa de diversos diseñadores europeos, un comercial de una firma española de alta costura, otro de un diseñador francés. Hicieron hincapié en que, además, con esas características físicas, abundaban los clientes en este tipo de establecimientos.
Decidieron que el camino más lógico por donde continuar era el de las tiendas de ropa de lujo; sacarían una lista con los locales de estas características y empezarían a pateárselas una a una, repartiéndose las zonas. Si no consiguieran avanzar en este sector, seguirían por el de ropa infantil.
A las nueve de la mañana del día siguiente, fue reunido el equipo por la comisaria Bordallo. Unos corredores que estaban entrenando en la Casa de Campo, habían encontrado unos casquillos de balas, por lo que avisaron al 112. Los compañeros que peinaron la zona, muy cerca de donde se ejerce la prostitución, sobre todo la homosexual, habían encontrado, además de los tres casquillos de calibre 9 mm. Parabellum, restos de sangre en la base del tronco de un pino y en el terreno circundante. También aparecieron unas rodaduras de un todoterreno, iguales a las localizadas en el barrio de la Estrella, y huellas de pisadas; tres de ellas correspondían con las de la rotonda del barrio de la Estrella, las otras pertenecían a  unas deportivas Nike del número 46; lo chocante era que las huellas de los mocasines italianos estaban en la zona ensangrentada, pero no aparecieron, como sí ocurría con las otras tres, entre el tronco y las marcas de los neumáticos; lo que quiere decir que los llevaba puestos el fallecido, pero en la rotonda los calzaba, casi con seguridad, el dueño de las Nike. En pocos días estaría cotejado el ADN.
— Señoras, señores —dijo la comisaria, mirándoles por encima de las gafitas, que pocos días antes había empezado a utilizar—, a falta de confirmación analítica, parece que ya sabemos dónde se produjo el crimen. Esto nos confirma la posible homosexualidad de la víctima. Tendréis que hacer un hueco en vuestros quehaceres nocturnos y visitar la zona. Os ruego que extreméis las precauciones.

Esa misma noche, sobre las nueve, antes de que hubiera demasiados clientes, comenzaron a tantear a los ocupantes de la zona, la gran mayoría  eran hombres, pero había alguna mujer; ninguno estaba a menos de cien metros del pino ensangrentado. Por un lado, sondearon Abraira y Violeta, por otro, Joaquina y Sarmiento.
Fue una moldava, muy asustada al principio, temiendo por su estancia ilegal en el país, la que le contó a Violeta, en su torpe castellano, que sí conocía a un “bello” italiano, que coincidía con las características descritas, se llamaba Andrea y aparecía por ese lugar esporádicamente; muy simpático, siempre tan elegante, había sido modelo, decía él que era “la stella di la passerella”; habían trabado cierta amistad, que terminaba al salir de la Casa de Campo. Una vez le había enseñado el tatuaje del hombro, que se había hecho en forma de estrella, su palabra preferida, en vez de en corazón, como era lo normal.
La chica, a la que Violeta le ofrecía confianza, quizás por aparentar la misma edad, le describió lo mejor que pudo y supo. La última vez que coincidió con él fue quince o veinte días atrás. También recordó que le vio hablar con un chico, que juraría no haberle visto antes, de unos 25 ó 30 años; no pudo distinguir la conversación ni las facciones del muchacho, aunque le pareció atractivo; éste se marchó dando voces, muy irritado, como si estuviera amenazando al italiano. El inspector informó a la mujer de que, posiblemente, tuviera que ir a declarar a comisaría; la tranquilizaron en lo relativo a su falta de permisos.
A la mañana siguiente, se repartieron las zonas de tiendas a recorrer. La oficial Beltrán recorrería Pozuelo, Las Rozas y demás localidades del noroeste; Sarmiento iría por Chamartín y La Moraleja; Amapola visitaría las del oeste de la Castellana; y  Abraira las de la zona este, aunque primero haría una visita a los comerciantes jubilados.
Al comisario le constataron que el distribuidor italiano, uno de los que habían indicado anteriormente a Amapola, se parecía al descrito por la prostituta. La mujer recordó entonces que se llamaba Andrea; a su marido le vino a la memoria, que una vez le oyó decir algo así como Andrea “la stella”, pero no sabía si era su apellido, un apodo o qué, ya que siempre estaba de broma.
Prosiguió Abraira, al igual que sus compañeros, recorriendo su ruta durante tres días, alternándolo con alguna aburrida labor burocrática que tenía pendiente. Mientras tanto, se había confirmado la coincidencia del ADN de los restos de sangre encontrados.
Nunca se hubiera imaginado el funcionario la cantidad de tiendas tan lujosas que podría haber en Madrid, tampoco hubiera supuesto los precios que se exhibían en las prendas. En dos locales de la calle Serrano, en uno de Velázquez y en otro de Ortega y Gasset conocían al comercial transalpino, sin aportar ningún dato significativo. Ya sólo quedaban por visitar cinco comercios en Lagasca y Claudio Coello.
Eran cerca de las dos de la tarde, del jueves 31 de marzo, cuando el inspector entró en un establecimiento en Claudio Coello, 82, donde le atendió una simpática dependienta, que dijo conocer a Andrea, Andrea “la stella”, confirmó, que había visitado la tienda en algunas ocasiones; pero era mejor que hablara con el dueño, que le conocía mejor; estaba en su otra tienda, llamada “Templario”. Le acompañó hasta la salida y le indicó donde le encontraría, en la acera de enfrente, en el número 109.
Cruzó al otro lado de la calle, llamándole la atención un gran todoterreno estacionado a unos diez metros del local, un Toyota Land Cruiser. Vaya tanque, pensó;  275/75/16, cada rueda debe valer un dineral; intentó ver el interior del vehículo, pero no fue capaz, dado que los cristales estaban más tintados de lo normal. Antes de entrar en la tienda estuvo observando el escaparate, lleno de soldaditos de plomo, o de un material semejante, guerreros de todas las civilizaciones, cruzados, templarios, monjes y otros personajes que el inspector no supo reconocer.
Había cuatro clientes y  dos personas atendiendo, una de ellas, de estatura media, la otra podría ser jugador de baloncesto. El local era bastante amplio, con aire medieval, estaba presidido por una antigua y grande mesa redonda, de noble madera, con un tablero labrado, de algún juego desconocido para el policía; había armaduras, figuras antiguas, libros viejos y nuevos, trajes de diferentes ejércitos y órdenes religiosas, distintos tipos de armas, una máquina de coser en un rincón, y rollos de tela de bonitos colores; reparó que una de ellas se parecía mucho a la de la estrella que envolvía el cuerpo mutilado.
Se sobresaltó, ya que, sigiloso, se acercó por detrás un joven, de unos 30 años, que debió salir de la trastienda, preguntándole en qué podía ayudarle. Abraira, que supuso que era el dueño, prefirió no preguntarle por el italiano; le contó que estaba mirando telas para hacer un disfraz a su nieto y le consultó el precio, aunque en ese momento no podía comprarlo, porque su hija no le había dicho qué medida necesitaba; le preguntó el horario, para venir en otro momento.
Continúo observándolo todo, desde la zona en que estaban situadas las telas. Le llamó la atención el tamaño del reloj del dependiente más bajo, que a pesar de lo grande, le pareció muy elegante. Se cayó una figurita al suelo, y al seguir los movimientos del alto con la mirada, reparó en los lustrosos zapatos que llevaba puestos, recordando los mocasines mencionados en los informes.
Recibió el dueño una llamada en su teléfono móvil; de pronto, mientras escuchaba a su interlocutor, miró al inspector con cara circunspecta; sin duda, la dependienta de la otra tienda le preguntaba por la supuesta charla con el policía.
 Abraira se despidió con un "hasta luego"; bajó andando hasta la calle Padilla, giró un par de metros e hizo una llamada a la Unidad; esperó un momento y subió por donde había bajado, hasta esconderse detrás de una furgoneta. Al cabo de un par de minutos, salieron los clientes que quedaban adentro, quejándose de las prisas, junto con los tres vendedores, que cerraron de inmediato la cancela de la tienda, y entraron a toda prisa en el todoterreno. Cuando arrancaron y empezaban a maniobrar se acercó el inspector a la ventanilla encañonando con su arma al conductor, el dueño de la tienda. En ese momento sonaron las sirenas de dos coches patrullas que subían por Claudio Coello.
Tras el cristal de  la sala de interrogatorios, la moldava no acabó de reconocer a Álvaro Valcarce, el dueño de la tienda, como el que había discutido con Andrea, hasta que no le oyó gritar histérico:
— Era un maricón, siempre que venía a la tienda se me insinuaba y me llamaba cara bonita, “faccia bella”, “faccia bella”, tienes que venir a Italia con Andrea, la “stella di la passerella”, “la stella”, “la puta stella”. Teníamos que darle una lección. Él se creía una puta estrella, pues tenía que acabar como se merecía, como una puta estrella.
Los otros dos detenidos, que además de amigos, eran socios minoritarios del negocio, habían acabado reconociendo, un rato antes, su participación en el asesinato, no sin que hubieran necesitado un buen apretado de tuercas. El más alto, Jaime Robles, fue el que le disparó por la espalda, con un arma del padre de Álvaro. El otro, Luis Merlín, fue el que mutiló el cadáver. Los dos lo hicieron para vengar el acoso y las ofensas de “ese maricón” a su amigo.
— No te parece —interrogaba la oficial Beltrán a Álvaro Valcarce— que era demasiada venganza, por muy machitos y homófobos que seáis, porque un tío te tirara los tejos.
Estuvieron unos tensos segundos en silencio, hasta que intervino el comisario Abraira.
— Sí que eres muy machito, pinta tienes; pero según me ha contado un pajarito, no te importa mucho ir por alguna zona recóndita de la bucólica Casa de Campo, donde abundan esos chicos un poco amanerados, que tanto odias. Sabemos que alguna vez te viste allí... con alguna estrella, y te vieron discutir. ¿Tú, que ibas, pagando o cobrando?
Álvaro Valcarce se desmoronó y empezó a llorar desconsolado, no tanto por arrepentimiento como por espanto a lo que pudieran pensar de él su familia y sus amigos. Le dejaron que se desahogara y, al cabo de un rato, acabó contándolo todo.
Andrea, distribuidor autónomo de ropa de diseño, con pequeñas taras, casi imperceptibles,  realizaba esporádicos viajes a Madrid. Visitó varias veces la tienda de ropa de Álvaro, siempre insinuándose entre bromas; pero eso no fue lo que provocó su asesinato; lo que lo desencadenó fue el hecho de que le hubiera visto con otro hombre, en actitud amorosa, en la Casa de Campo. A partir de ese día, empezó a presionarle el italiano, aunque no supo asegurar si era en serio o en broma, diciendo que iba a contárselo a sus amigos; pero no podía arriesgarse a que lo hiciera. Nadie conocía su orientación sexual. Sus amigos nunca le perdonarían su desviación, mucho peor sería si se enterasen en su casa; su padre, teniente coronel de la Guardia Civil, ya jubilado, le mataría si supiera que tenía un hijo maricón.
Convenció a sus amigos, exagerando los acosos del italiano, para, interpretando de forma caprichosa las normas de un juego de rol, acabar con la víctima convertida en lo que siempre había querido ser, una estrella. Sabía que nadie iba a echarle de menos. Pidió a sus socios que le siguieran, dándoles las suficientes pistas para que le vieran el la Casa de Campo. Álvaro, como si nunca hubiera estado allí, les acompaño la siguiente noche al mencionado sitio, “desconocido” para él; se hizo el encontradizo con Andrea, engatusándole para que se alejaran unos cien metros de donde estaban los demás ejercientes; allí, escondidos, les esperaban sus amigos. En ese lugar, debajo de la copa de un pino, acabaron con su vida.
Le metieron en el todoterreno y lo llevaron a un chalet, medio aislado, que tenía la familia de Álvaro en Guadarrama, donde iban de pascuas a ramos, ya que sus padres pasaban casi todo el año en Alicante. Allí le descuartizaron. Al día siguiente, cuando se relajó el rígido cuerpo, le metieron en el disfraz y le llevaron a la rotonda del barrio de la Estrella, donde le abandonaron. Era el final del plan. Antes, se habían desprendido de los restos humanos, le vaciaron los bolsillos, o eso creyeron, pero se quedaron con los zapatos, que estaban nuevos y eran muy caros, el reloj, la pluma, joyas, la cartera y otros objetos de valor que llevaba encima. Se repartieron entre los dos amigos, como agradecimiento, todo lo que merecía la pena, pero la documentación quedó olvidada debajo de un sillón.
Andrea Martino, nacido en Brescia, 3 de marzo de 1976. “Stella di la passerella”.
Cuentón 
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4 comentarios:

  1. Abraira, Amapola, Vinateros... ¡anda que no das pistas! jajajaja.
    Bueno, te veo muy metido en este mundo de los cuentos-relatos, seguro que aparece un gavilán o paloma por ahí, anticipo que eres capaz de introducir un factor sorpresa para el desenlace.
    Te felicito, porque me ha divertido.

    Espero el desenlace para cuando sea.
    Besos.

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    1. Gracias Towanda. Veremos a ver cómo se resuelve el cuento. Bueno, ya está resuelto desde hace tiempo, aunque hasta el próximo fin de semana no lo publicaré. Espero no defraudar.
      Yo sigo con interés tu atractivo blog "Mi modo de ver la vida" http://platonenmismanos.blogspot.com.es/, que recomiendo a todos.

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    2. Estimado,
      Creo que concuerdo con la crítica del uso de demasiados personajes. A eso le sumo los eternos párrafos donde describes cosas o elementos que no usarás para la trama. A ratos cabeceaba con tanta descripción. Ahora, te tranquilizo ya que es un recurso muy usado en la Novela Negra, por ejemplo American Phyco. Para mí es una lata y generalmente adelanto esas hojas.
      Tengo muchos reparos, pero entiendo que fue un trabajo literario propuesto por la profesora, para que soltaran la mano y para que aprendieran a desarrollar este género, que en lo personal me apasiona.
      Agradezco tu invitación y espero que visites y comentes mis varios sitios de internet, pero en especial aquel en el que he subido el primer capítulo de mi libro.
      Buena suerte y estamos leyéndonos.

      D.R. Ricaldi
      @DRRICALDI
      http://drricaldinp.wix.com/drricaldi
      http://drricaldi.es.tl
      http://obrerosliterarios.blogspot.com

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    3. Muchas gracias por tu objetiva crítica. Seguiré tus textos e invito a mis lectores a que también lo hagan.
      Saludos.

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