
El cuento es una narración
breve, generalmente de ficción, con una trama sencilla, donde aparecen un
número reducido de personajes.
A diferencia de otros países, en
España se suele identificar el cuento con literatura infantil, cuando éste puede
abarcar cualquier género de los narrativos.
Después de casi dos años en el
taller, nos encomendaron la escritura de un cuento infantil. Este tipo de narraciones,
de afán moralizador, transmitidas entre generaciones, están dotadas de grandes
dosis de fantasía y terror, aderezadas con algo de humor. Sin duda, entre la
literatura más leída en todo el mundo se encuentran un puñado de cuentos
infantiles. No voy a mencionar ninguno, ya que son muy conocidos, y el que más
o el que menos los ha leído.
Pues yo soy de los que menos; nunca
fui mucho de cuentos, en su sentido más tradicional. Creo que siempre he sido
un poco viejo. De preferir algo, la literatura realista y, a poder ser,
contemporánea. Pero no voy a engañaros, aunque ahora me entretenga escribiendo relatos
cortos, bastantes mediocres, por cierto, en absoluto he sido un buen lector;
quizás por eso no pueden ser buenos. “Lo siento mucho, me he equivocado, y no volverá a ocurrir”, digo como diría el otro, tras cargarse una cadera y unos cuantos
elefantes en Botswana. Menos mal que no pasó por nuestro parque.
De mi Word surgió “El Parque del Elefante”. ¿Un cuento infantil? No diría
yo tanto. Más bien lo definiría como un anticuento.
Para ilustrar este capítulo, me
viene a la mente una canción que editó Radio Futura en 1987. Aunque está basada
en un poema, bien podría considerarse como cuento, uno de los más bellos
escrito por uno de los más grandes cuentistas, amén de novelista, poeta,
ensayista, periodista... resumiendo, uno de los más grandes escritores del
siglo XIX: Edgar Allan Poe. El tema: “Annabel Lee”. Disfrutadlo.
En una ciudad muy
grande, había un parque muy pequeño, al que los vecinos llamaban el Parque del Elefante. El único juego que tenía se componía de dos columpios y un tobogán en
un extremo, que visto desde lejos se asemejaba a ese animal.
A un lado del parque
había unas viviendas muy bonitas, con unas grandes terrazas y un portal con
brillantes paredes que siempre olía a flores. Las familias que residían en
estas casas tenían mucho dinero. Bueno, no tanto como los futbolistas o como
los que salen en la televisión, pero podían comer unos alimentos muy ricos y
jugosos y comprar a sus hijos los mejores juguetes, consolas y teléfonos
móviles. La mayoría de los hombres que habitaban en estas viviendas se quedaban
en la oficina hasta altas horas de la noche, muy ocupados siempre celebrando
reuniones.
En la otra parte
del parque se encontraban unas casas muy viejas, con las paredes grises y con
unos portales muy pequeños y oscuros, que olían a coliflor. Mucha gente de la
que vivía en estas casas no encontraba trabajo y algunos de los hombres se
gastaban el poco dinero que tenían en el bar, donde pasaban casi todo el día. Había
abuelitos que no sabían leer ni escribir, porque nunca habían ido al colegio.
Todas las tardes,
el Parque del elefante se llenaba de niños, tanto de las casas bonitas como de
las casas viejas, que merendaban y jugaban hasta que se hacía de noche.
Entonces sólo quedaban algunos niños, que a sus padres se les olvidaba llamar.
Entre los niños
que jugaban en el Parque del Elefante, estaban el Jose y la Josefina, hermanos
mellizos de 8 años, que vivían en las casas viejas, y a los que todo el mundo
llamaba los Josefinos. Había otros dos hermanos mellizos, de la misma edad,
Manolito y Manoli, llamados los Manolitos, que vivían en las casas bonitas.
Los Josefinos,
aunque eran un poco pobres, tenían una consola vieja, que les regaló un primo
suyo, que tampoco tenía mucho dinero, pero se la había encontrado un día en la
puerta de un colegio. Siempre se peleaban por jugar con ella. Al Jose le
gustaba un juego de atropellar ancianitas. A la Josefina le gustaba jugar a
poner faldas muy cortas a unas señoras que vivían en un convento. Un convento
es una casa muy grande, donde viven unas señoras que no se casan y casi nunca
salen a la calle, porque siempre están rezando, haciendo mantelitos o cocinando
unas galletas muy ricas.
A los Manolitos
les gustaba mucho leer. La niña leía cuentos de hadas. Cuando lo hacía, se
podía adivinar lo que pasaba. Si decía un ¡Ooooooh! largo, es que ocurría algo
emocionante; si decía un ¡Oh! muy cortito, es que sucedía algo malo. El niño,
sin embargo, leía libros de mayores, sobre todo de escritores rusos, que habían nacido hacía más de cien años.

La Josefina le
deshacía los lazos rosas a Manoli. El Jose hacía de rabiar al hermano,
llamándole Manolito el gafoso, porque una vez había oído hablar de un libro que
se llamaba así, o algo parecido, y le hizo mucha gracia. Sus gafas tenían unos
cristales muy gordos, porque leía mucho y casi nunca miraba a lo lejos. Mirar al
horizonte es muy bueno para la vista, así los ojos no se vuelven vagos y no hay que utilizar gafas.
A los hermanos de
la casa bonita su madre les hacía merendar un bocadillo con jamón y un chorrito
de aceite de oliva; decía que era una merienda muy sana para el corazón. A los
hermanos de la casa vieja, su madre les preparaba bocadillos de mortadela; decía que era muy nutritiva. El jamón tenía
unas rayitas de tocino de color rosado, la mortadela, si la tocabas, te dejaba
los dedos de color rosa.
Los Josefinos se
reían de los Manolitos porque siempre comían bocadillos aburridos, mientras que
los suyos eran mucho más ricos y divertidos. Pero un día decidieron quitarles
la merienda para ver cómo sabía. Al probarla, se quedaron asombrados de lo rico
que estaba el bocadillo de jamón con tocinillo rosa y aceite de oliva.
Cuando la madre de
los Manolitos, que se llamaba Manuela, se enteró de que habían quitado el bocadillo a sus hijos, se dirigió a casa de los Josefinos y discutió con la
madre, que se llamaba Josefa, en el portal que olía a coliflor. Le dijo que
fuera la última vez que les quitaban la merienda a sus hijos. Que ese jamón era
muy especial y se lo traían de un pueblecito de Andalucía llamado Jabugo.
La señora Manuela,
aunque era muy guapa y elegante, tenía muy malas pulgas y era la que más
gritaba… y la que más palabrotas decía. Cuando estaban las dos dando voces como
unas locas, salió un vecino que vivía al lado de los Josefinos, que era
policía. Llevaba una camisa con los botones desabrochados hasta el ombligo,
olía a sudor y a vino y llevaba una pistola en la mano. Dijo que si no se
callaban iba a dispararlas y, nada más decirlo, se le escapó un tiro que pasó
entremedias de las dos madres. Todos los Josefos se metieron deprisa en su casa
y todos los Manolos, muy asustados, bajaron volando las escaleras.
Los Josefinos
pidieron a su madre que fuera a ese pueblo a comprarles jamón. Ella les dijo
que si estaban tontos, si se creían que eran millonarios, que era carísimo. Si
querían comer jamón, tendrían que quitárselo a los otros niños. Bueno, mejor
sería que cambiaran los bocadillos.
Al día siguiente
preguntaron a los Manolitos que qué preferían, o les quitaban el bocadillo o se
lo cambiaban. Como éstos tenían mucho apetito, nunca utilizaban la palabra
hambre, que era muy vulgar, prefirieron cambiarlos; aunque la niña del lazo
rosa dijo que no sabía si le iba a gustar la mortadela, pues nunca la había
probado, ya que su madre decía que los niños se volvían gordos de comerla.
Los Manolitos se
comieron el bocadillo de mortadela en un pispás. Pensaron que era un gran
manjar y no entendían como su madre nunca la compraba. Acabaron con los labios
y los dedos pringados de grasilla rosada, del mismo color que los lazos de
Manoli.
Desde esa tarde, se
intercambiaban los bocadillos y se hicieron muy amigos, aunque no se lo
contaban a sus madres, por si les prohibían jugar juntos. La Josefina seguía
poniendo faldas muy cortas a las señoras del convento y Manoli aprendió a
vestirlas de princesas con unos escotes muy grandes, como en las películas.
Manolito se
aficionó también a atropellar ancianitas. El Jose le cogió el gusto a los
libros. El que más le gustaba era Guerra y Paz,
de un escritor ruso llamado León. Colocaban el libro encima de un banco
y jugaban los dos al tiro al león; a ver quién lo hacía caer antes disparando
con el tirachinas.
Y así pasaban las
tardes felices los Josefinos y los Manolitos en el Parque del Elefante. Eso sí,
sin que sus madres se enterasen. Pero no se lo cuentes tú.

Me recuerda a cuando eramos pequeños que siempre nos gustaba más el bocadilo de los demás. Yo tenía una amiga que comía sardinas arenques, su madre la ponia en un papel que luego ponia en la puerta y al cerrarla se limpiaba la sardina y a mi por el sólo. hecho de ver esa maniobra ya me parecia que el bocadillo estaba delicioso.
ResponderEliminarEntonces, estabas deseando que llegara la hora de la merienda para comerte un bocadillo. Ahora también, pero te aguantas.
EliminarUn beso
¡¡HOLA CUENTÓN!! Te animo a que hoy, de manera especial, te pases por 12:45pm ;)... http://docecuarentaycincopm.blogspot.com/2013/06/dia-312-el-1-de-junio-y-el-punto-y.html
ResponderEliminarUn abrazo y ¡¡ENHORABUENA!!
Por allí me paso. Gracias.
Eliminar¡¡MUY BUENO CUENTON!! ME ha encantado la historia, muy visual y probablemente menos ficticia de lo que pudieramos pensar.
ResponderEliminarTu blog siempre me hace volar, me encanta haberlo descubireto hace ya un tiempo.
Ayer te envié un email, cuando puedas enviame la información por favor ;).
Te deseo un Domingo maravilloso y MUCHO ANIMO con el reto de escritura que te toca hoy, ¡seguro lo bordas!. Eres un experto :).
Un abrazo muy fuerte.
Muchas gracias por tus comentarios, pero de experto, nada, aprendiz.
EliminarBuena semana en tu paraíso caribeño.
Hola, Cuentón.
ResponderEliminarHe de decirte que si algo me gustaba de pequeña (y de mayor también) eran y son los cuentos. Los leídos y los inventados.
En este parque del elfante se han globalizado los niños ricos y los que no lo son tanto... Habría que tomar ejemplo, ¿no te parece?
Me ha gustado mucho y me encantaría que lo leyeran en el Parlamento Europeo a ver si aprendemos a mirar un poco más hacía los que viven en las casas viejas.
Un abrazotazo.
Te lo presto para que lo lleves al Parlamento Europeo. Lo malo es que decidan que vivamos todos en la casa con olor a coliflor en vez de en la que huele a flores y que merendemos sólo mortadela, como mucho chopped. Ya se sabe cómo nos quieren a los hispánicos.
EliminarUn beso.