Parecía demasiado idílico que nuestra jefa de taller nos
hubiera encomendado, aun con la complejidad de lo erótico, la redacción de un
cuento de una sola página, sin más condicionantes; para lo cual elaboré “La
oportuna avería”. Pues a la clase siguiente, ¡zasca! Otro cuento del mismo
estilo, también de un folio de extensión, sólo que con la siguiente premisa:
El o la protagonista será una
persona ciega, dispuesta en el marco de un concierto.
Volvía la señorita Señorita
Rottenmeier.
Claro que yo hice una pequeña trampa. Sí, era ciego y estaba
en un concierto, pero le retrotraje a su
pubertad, cuando todavía veía, propiciando un erotismo más inocente. ¡Ah, se
siente! De eso no dijo nada la
Esther. Así que me beneficié de ese vacío legal.
Para “El único beso” volví a contratar a Silvia, que trabajó también en "La oportuna avería", y a Luis, que ya protagonizaron “La presentación”. Ambos veteranos en
mis producciones. Saben que nunca les voy a pagar un salario, pero son felices si son leídos.
“Cuentame tus secretos,
y hazme tus preguntas,
¡oh!, volvamos al principio.”
y hazme tus preguntas,
¡oh!, volvamos al principio.”
Os dejo con esta hermosa canción de licántropo final antes de
que os sumerjáis, si os place, en “El único beso”.
“Aquí hay sitio, Luis”, me orienta Juan. Avanzo
cuatro asientos, hasta que mi hermano me indica que me siente. Él se acomoda a
mi derecha.
Por fin voy a poder ver, aunque sea sintiendo su
presencia en el vello de mis brazos, a mi cantante favorita. Es guapísima, con
esas facciones tan finas y esa generosa melena negra con que me la ha descrito
Juan. Sólo hay que escucharla, interpretando fados, para advertir lo bella que
es.
Alguien se acerca. Se ha sentado a mi lado. Es una
mujer. Le dice a su amiga que es un buen sitio, que se ve perfectamente desde
aquí. Su bonito timbre de voz sugiere una edad cercana a la mía.
Mi vecina de asiento tiene el pelo largo, y
limpio; acaba de liberar su cabello y, ese aroma a cantueso y espliego, me ha
hecho evocar mi infancia.
Tenía trece años. Lo bien que lo pasaba con la
pandilla en el pueblo. Yo siempre procuraba estar cerca de Silvia. Algunas
tardes, al final del verano, ya sin nuestros amigos veraneantes, dábamos los
dos largos paseos por el camino que rodea el cementerio, junto al río. A
menudo, se nos hacía de noche, y se
asustaba, o lo parecía. Entonces, se abrazaba a mí y me decía: “se puede
escapar un espíritu, me da miedo”. Yo le decía: “no seas ñoña”; pero esperaba
con ansia ese momento, que procuraba propiciar. Notaba sus tímidos pechos,
presionando mi torso, mientras su áurea melena cosquilleaba mi nariz,
esparciendo ese fresco aroma a cantueso y a espliego. Al retirarlo de mi cara,
aprovechaba para acariciarlo, sintiendo tal suavidad entre mis dedos, que se
estremecía hasta el más diminuto de mis poros. Descubría mi inocente sexo
comprimido, que, seguro, ella también adivinaba. Un día me espetó: “¿no me
dices nada?” Yo callé. Me besó en los labios. Quedé paralizado, mientras ella,
con risa burlona, corría en dirección al pueblo. Aquel sabor a mantequilla y
azúcar quedó guardado, bajo llave, en la alacena que construí en mi memoria.
Ese beso fue único, el único. A los pocos días los
padres de Silvia se marcharon del pueblo. Al verano siguiente contraje la
afección que me hizo perder la visión.
Ya ha terminado el concierto. Mi contigua
compañera se levanta y vuelve a agitar su cabellera, deleitándome de nuevo con
su perfume. Su amiga le comenta: “bonito concierto, ¿verdad, Silvia?”.
Jolin! Siempre acaban tan pronto......
ResponderEliminarSon del tamaño que nos manda la profe. Aunque si fueran largos y malos no habría quien los terminara. Mejor que sean cortos y dejen con ganas de más.
EliminarUn beso.
Quisiera saber de donde proviene el placer que conlleva terminar un cuento En mi caso personal, la sensación es como si atravesara una nube de humo aguantando la respiración y sólo al poner el punto final, pudiera atracarme de aire. Este cuento tonto, como tú le llamas, tiene más carga que algún Premio Planeta.
ResponderEliminarUn saludo.
La verdad es que no sé que contestarte. Creo que eres demasiado generoso en tu crítica.
EliminarEn cualquier caso, gracias y un abrazo, cronista de Ganímedes.
Habemus cuento nuevo y yo viviendo en la innopia. Estoy segura que esto tiene que ser sancionable.
ResponderEliminarUna vez más mi más sincera enhorabuena, me ha gustado intensamente.
Cierto es que un folia se ha quedado escaso, nos has dejado con sabor a mantequilla y azúcar en los labios ;).
Que tenags un Jueves y un fon de semana MAGNÍFICO amigo.
http://docecuarentaycincopm.blogspot.com/
La sanción consiste en leer el próximo, que se publicará, como corresponde, el uno de septiembre. Que, por cierto, este rinconcito cumplirá el año.
EliminarY yo, con estos pelos.
Un transoceánico abrazo.
Cuentón.
Nobody said it was easy.... Preciosa banda sonora la que me has escogido hoy, dear Big Tale (uséase Cuentón). Espero que a mi hija de trece años no le huela ya el pelo a cantueso y a espliego.... Bizzzz
ResponderEliminarDesde luego que queda mucho mejor Big Tale que Talón, que también sería posible. Estoy negociando con Garnier una variedad de Fructis de cantueso y espliego. Cuando me manden las muestras os envío un par, para que las probéis.
EliminarQuises.