domingo, 1 de septiembre de 2013

29. Las imágenes de Silvia

Leer el cuento


Yo nunca había oído hablar del traductor de cuentos. En todo caso, del traductor de idiomas. Cabría la posibilidad de que nuestra “idolatrada” señorita Esther nos pidiera traducir nuestro último cuento al idioma de Malasia. Seleccionaríamos todo, copiaríamos, iríamos al Google Translator, buscaríamos del Español al Malayo, pegaríamos y le daríamos Traducir.

Pero no. Ella quería que lo tradujésemos al romántico. O sea, que nos metiésemos en las mentes, ya difuntas, de Chateaubriand, Poe o Espronceda y convirtiéramos nuestro anterior relato en un cuento propio del romanticismo.

Menos mal, que, buscando, buscando, encontré una página de un pequeño país de las antípodas que tenía un traductor del erótico al romántico. La web era en su idioma aborigen, del que hice un curso en mi anterior empresa, que no sabía en qué gastar el presupuesto de formación. Metí “El único beso” y me salió “Las imágenes de Silvia”. Asombroso.

Claro, que eso supuso una pequeña controversia en casa. “¿Y por qué sale tanto Silvia en tus cuentos? ¿No tendrás nada con ninguna Silvia? ¿Quién es esa Silvia?”  Prometí que no volvería a aparecer en ninguna historia más. Con lo bien que me trabajaba. Así que, si a algún lector le gusta escribir y anda buscando un personaje femenino, se lo recomiendo fervientemente. Sé que se ha embarcado en una hipoteca y necesita papeles que protagonizar.

Y así, a lo tonto, a lo tonto, como no podía ser de otra manera, hemos llegado al primer aniversario de este rincón pseudoliterario. Me he tirado un añito haciendo el indio (a mucha honra), para más señas, el comanche, “viviendo contento conmigo y con la gente que yo quiero”, “en cuanto decidas venir, aquí te espero compañero, esperando que se pase este sueño pasajero”. Y para celebrarlo, qué mejor que “Comanche”. Os dejo con este magnífico tema (mestizo-fronterizo) de Jairo Zavala (DePedro), para mí, uno de los mejores músicos españoles, que, seguro, os hará disfrutar.





Me encuentro a escasos metros del escenario, donde va a actuar mi artista favorita. La cadencia de unos pasos me anuncia la llegada de una mujer que se sienta en la butaca de mi izquierda.

De pronto, el aroma a cantueso y espliego, que desprende su cabello al liberarse, me hace evocar los dichosos días de mi niñez en las tierras elíseas que me vieron nacer. 

En ese tiempo en el que la infancia va cediendo espacio a esa edad, en la que los sentidos empiezan a destilar nuevas sensaciones. Cuando las vivencias con los amigos te despiertan en sueños llenos de alborozo. Donde mi idolatrada Silvia y yo dábamos largos paseos por la aromatizada senda, rodeada  de fragante vegetación, que circundaba el camposanto, arrullados por el rumor del cristalino regato, que vigilaba nuestros movimientos.

A menudo, el tiempo se escapaba en nuestro camino, ocupando las estrellas su lugar. Entonces, ella me abrazaba, participándome su miedo a los espíritus, que querrían arrebatármela y transportarla al más remoto de los universos.

Esperaba con ansia la llegada de esos luceros, que habrían de conducirla a mis brazos. Sentía sus tímidos pechos apretados contra los míos, inyectándome raudales de felicidad, que fluía por cada célula de mi ser. Su pelo dorado cosquilleaba mi nariz, inundándome de aroma a espliego y cantueso, trasladándome a un mundo de dulces y picantes aromas. Al acariciar su melena, tormentas de escalofríos descargaban sobre mis dedos. En ese momento, era imposible que existiera en la tierra persona más dichosa que yo. Podría quedarme fundido en ella hasta el día del tránsito a otra vida, que no lograría ser más afortunada que ésta.

El sabor de aquel furtivo beso que me regaló esa noche lo conservo aún en un cofre, que enterré en el subsuelo de mis remembranzas, circundado con un alambre de espinos, que impide el paso de cualquier otro recuerdo que quiera ocupar su lugar.

A las pocas semanas, quise morir. La que iba a hacerme feliz por el resto de mis días, marchaba, junto a sus padres, a un lejano lugar. Mi respiración dejó de ser automática; necesitaba realizar titánicos esfuerzos para que no se me detuviese el hálito. A tanta desdicha siguió tal desaliento, que, en unos meses, culminó en la pérdida de visión.  Quizás, para que las imágenes que conservaba de Silvia, permanecieran intactas para siempre.
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5 comentarios:

  1. ¡Ay Cuentón!, que ligera y acertada pluma tiene usted. Suspiro inquieta cada vez que pulso la tecla de mi ratón que me lleva a su web, esperando ansiosa encontrar una nueva publicación repleta de emoción y sentimiento.

    Mi corazón nunca queda desfraudado por su delicadeza y perspicacia.

    Las expectativas de nuestro encuentro furtivo a través de la pantalla siempre quedan satisfechas, pues usted no escribe un solo cuento en cada publicación, ¡valgame Dios que disparatado pensamiento!, usted escribe dos relatos en un solo post.

    Su puesta en escena siempre impecable y su relato cuentísitico... ¡toda una evidencia de su trazo lingüístico creativo y ameno!.

    Una vez más le entrego mis más sinceras enhorabuenas, a la espera de que sean románticamente aceptadas y confiando que no se me confunda con Silvia, pues mis ingénuas intenciones no llegan más allá de la admiración literaria.

    Mis respetos a su esposa y mis cordiales saludos a su señoría... me despido poseída por su temática romántica deseándole pase una maravillosa jornada y esperando volvamos a cruzar nuestra miradas cuentísticas dentro de poco.

    http://docecuarentaycincopm.blogspot.com/

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    1. Anonadado, y sin palabras, quedo ante tanto halago transatlántico. No me dais más alternativa que la de pasar por el almacén de monemas, y así componer más vocablos que me permitan edificar mi próxima gamberrada.

      A sus pies.

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  2. Querido Cuentón: se me queda corto.
    Me ronda la cabeza la necesidad de aconsejarle que felicite a su maestra en la razonable medida que se merezca y, además, se felicite a sí mismo por dos razones: una, por el demostrado aprovechamiento de esas enseñanzas y, la otra, por haber conseguido captar la atención de admiradoras como docecuarentaycincopm... ¡Quien pudiera! ¿Se me nota la malsana envidia...?
    Saludos cordiales.

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    1. En primer lugar, agradecer sus felicitaciones, en mi nombre y en el de mi maestra, a la que, en su momento, daré su merecido.
      Respecto a lo segundo, le diré que, aunque en modesta cantidad, tengo unos seguidores fieles e inteligentes, que, incluso, me siguen el juego pseudoliterario y, encima, lo hacen con buen humor.
      A todos ellos invito a que visiten “El rey de Colocotroco”, http://colocotroco.blogspot.com.es/, y se den un paseo por sus pertenencias.
      Por cierto, si alguien estuviera interesado en asistir al taller de relato breve impartido por la señorita Esther, sepa que hasta el día diez del presente se pueden entregar las solicitudes. http://www.madrid.org/agenda-cultural/attachments/article/529/Relato%20breve.pdf

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    2. Agradecido en todo, Cuentón. Aquí un inquieto y fiel seguidor.
      Saludos cordiales.

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