miércoles, 16 de octubre de 2013

32. La tía Olvido

Leer el cuento

Los personajes son componentes necesarios en toda narración. Los hay protagonistas, que se convierten en el eje central del argumento, y antagonistas, que se oponen a los anteriores; los hay principales, que suelen coincidir con los protagonistas,  y secundarios, cuya participación es menor. Pero existen más tipos de clasificaciones. Según su caracterización, por mencionar otra tipología, los personajes pueden ser como los palillos  de dientes: planos, cuyas cualidades no cambian a través de la narración, y redondos, cuya personalidad va evolucionando durante el transcurso de la historia.

Pues la señorita Esther nos hizo el encargo de escribir un "cuentecito" de cinco páginas en el que prestáramos mayor atención a un personaje, redondeándole, de forma que fuera evolucionando durante la trama, transformándose de bueno en malvado o viceversa.

Yo hice lo que pude. Las cinco páginas se me hicieron un poco largas. Esta circunstancia tiene su importancia. Escribir más hojas de las necesarias te puede obligar, y lo habréis notado en muchas lecturas, a rellenar con paja el relato. Yo procuré no utilizarla. Claro, que nunca me hubiera planteado esta cuestión si yo fuera, como diría el presidente de mi país, un escritor como Dios manda. La transformación que hice del personaje de Olvido no sé si calificarla como malévola, benévola o normalévola. En clase, sin embargo, se produjo más controversia de la que esperaba. Vosotros podéis ayudar a acrecentarla dejando vuestra opinión en un comentario. 

Dedicado a la tía Olvido y, quizás más, a su sobrino Paquito, dejo este tema de Lenny Kravitz. 



 —Venga Olvi, déjalo todo y arréglate. Ya saco yo los platos del lavavajillas, que vais a llegar tarde —indicó gracioso Paco, mientras hacía gestos con las manos a su cuñada para que saliera de la cocina—. Besadle la mano al cura de mi parte. ¡Ah! Y cuidado con los vermús que os toméis a la salida.

La misa de doce, con su posterior aperitivo, era para Olvido el mejor momento de la semana; de las del pueblo, una de las pocas  costumbres que conservaba. Asistía con su hermana María Antonia y con su sobrino, juntándose a la salida con varias madres y algún padre del colegio de Paquito. Algunas veces, pocas, se les unía Paco. Después, charlaban un rato en algún bar del barrio. Las dos hermanas tomaban vermú y, si repetían ronda, producía en ellas gran algarada, descubriendo el genuino acento que normalmente procuraban disimular. De vuelta a casa, recogían del asador la comida que previamente habían encargado para no cocinar ese día.

Toñi, como todos le llamaban, era dos años mayor que Olvido. Poseían dispar personalidad. La primera, aunque con innegable parecido, era más agraciada físicamente que su hermana, o quizás sabía sacarle más partido. Había sido muy fantasiosa y no demasiado aplicada. Siempre había un chico rondándola. A ello contribuía su zalamería y su gracia. Olvido, por lo contrario, más apocada y poco atendida por el sexo opuesto, se había cobijado en los estudios y en las labores domésticas, ayudando a su madre, sobre todo en la cocina, donde se mostraba desenvuelta. Más constante que inteligente, su propósito era buscar un trabajo que le permitiera  estudiar la carrera de Historia y, después, un hombre con el que fundar una familia.

Vivieron la adolescencia con desigual dicha. Toñi, al contrario que Olvido, aún a costa de repetir algún curso, disfrutaba de la amistad y de los chicos. Algunas veces, sobre todo cuando insistían sus padres, se llevaba a su hermana pequeña, aunque ninguna de las dos se encontraba demasiado a gusto. Pero, a pesar de sus diferencias, la relación entre ellas era buena, profesándose un gran cariño, especialmente de puertas para adentro.

Con diecisiete años Toñi abandonó el colegio y consiguió trabajo en un supermercado de la capital, por lo que se trasladó a casa de una prima de su padre que vivía en el madrileño barrio de Fuencarral.

Olvido continúo con su anodina vida. Avanzaba en sus estudios, esperando terminar el bachillerato y plantearse su existencia fuera del pueblo. La marcha de su hermana la había entristecido. Ansiaba la llegada del verano o de los pocos días libres que permitían a Toñi regresar a su hogar.

Pero las visitas de su hermana se espaciaban cada vez más. Había conocido a Paco, con el que mantenía un estable noviazgo.

Éste, varios años mayor que Toñi, era un hombre simpático y ocurrente, que trabajaba como jefe administrativo en una empresa de servicios. Estaba esperando que le entregaran las llaves de un piso en uno de los nuevos distritos proyectados en las afueras de Madrid.

No obstante, ni su hermana ni Paco faltaron a la fiesta de graduación de Olvido, que había conseguido nota de sobra para matricularse en cualquier Facultad de Geografía e Historia. Esto sucedió varios meses después de que la pareja contrajera matrimonio, una vez en posesión de su nuevo piso.

Aquel verano transcurrió feliz para todos, especialmente para Olvido. El mes de permiso de los flamantes esposos lo compartieron con su familia. Quince días en el pueblo, celebrando las fiestas patronales, y otros tantos en la costa onubense, la más cercana a su tierra. La buena posición laboral de Paco les permitió alquilar un bonito apartamento en la playa para los cinco. Olvido no recordaba haber pasado tanto tiempo disfrutando con y de su hermana. Añadiendo a eso la presencia de sus padres, que nunca habían vivido unas verdaderas vacaciones, y de la nueva adquisición de la familia, su cuñado. Todos pudieron comprobar, a la vuelta de la playa, las buenas dotes culinarias de Olvi. Como compensación, por las noches compartía estrellas con la pareja en la terraza de un hotel cercano, donde, por primera vez, se atrevió con algún paso de baile y recibió la pícara mirada de algún veraneante.

Pasado el mes de agosto las dudas se instalaron en Olvido. Quería realizar su sueño de licenciarse, pero no resolvía en dónde hacerlo. El pueblo estaba a mitad de camino entre Sevilla y Salamanca. En Madrid, con su hermana recién casada, no creía que fuera lo más apropiado. En casa de su tía, cuyos hijos consideraba estúpidos, no le apetecía en absoluto.

La tarde del veinte de septiembre recibió una llamada de Toñi.

—Olvi, Paco ha presentado parte de la documentación para que te matricules en la Facultad de Geografía e Historia. Sólo falta que entregues los papeles que restan. Hemos decidido que te vengas a casa mientras vas a la universidad. El plazo acaba en una semana. Haz la maleta y coge el autobús. Nosotros te recogemos en la estación.

Olvido prometió contestarle al día siguiente. Tenía que pensarlo. Transcurrida esa noche sin dormir, y animada por sus padres, decidió que marcharía a la capital, a vivir en casa de su hermana.

Comenzó el curso y la chica aprendió a duras penas a moverse por Madrid. Tenía que atravesar la ciudad hasta el lado opuesto. Acostumbrada a la tranquilidad del pueblo, la capital se le hacía infinita. Aquello contribuyó a un mediocre comienzo de curso.

Poco a poco se fue acostumbrando a la rutina de la gran urbe y decidió que tenía que encontrar un trabajo a tiempo parcial, a fin de colaborar con los gastos de la casa. Consiguió un contrato para trabajar por las tardes en un supermercado de una cadena distinta a la de Toñi.

Durante meses se mantuvieron todos muy atareados. Paco trabajaba desde muy temprano hasta media tarde, menos los viernes, que comía en casa. Toñi, mañana y tarde durante toda la semana. Olvido, de lunes a viernes por la mañana en la facultad, por las tardes en el supermercado. Entre todos se repartían las tareas domésticas, aprovechando Olvido las mañanas de los sábados para preparar las comidas de la semana.

Confiaba Olvido en conocer algún chico que consiguiera darle lo mismo que Paco le ofrecía a su hermana. En la facultad sobraban hombres, pero nadie, de los que ella consideraba idóneos, se interesaba por ella. Pensaba que sería por su carácter pacato o por el poso pueblerino.

Mediaba el tercer curso cuando Toñi quedó embarazada. Enseguida surgieron complicaciones que la obligaron a permanecer en reposo absoluto. Olvido, que había acrecentado el apego a su hermana, se ofreció para cuidarla. Pactó con la empresa la suspensión temporal de su contrato. A pesar del dificultoso curso, consiguió aprobar en junio.

Fue la sombra de Toñi hasta que, en noviembre, nació Paquito, un hermoso sobrino, al que consideraba casi como hijo suyo, aunque sólo fuera por todo lo que había cuidado de él y de su madre durante el embarazo.

Los cuatro meses que siguieron al parto fueron extraordinarios para Olvido, que compartió minuto a minuto con su hermana y el bebé, convirtiéndose en la culpable de que todo en el hogar engranara correctamente, a costa de arrinconar el curso.

Se acercaba la primavera y el desconsuelo planeaba sobre ellos, pensando en la reincorporación de Toñi y en la vuelta de Olvido a sus obligaciones.

Después de algún llanto conjunto, convinieron que la tía se quedara en casa cuidando de Paquito. Renunciando a las vacaciones, consiguió acabar cuarto en septiembre y se hizo definitivamente jefa de la casa. Abandonó temporalmente la carrera, pensando que ese curso  que le quedaba no tardaría en realizarlo.

Quitando la compra semanal, que normalmente hacía Paco, y alguna ayuda aislada que recibía de su hermana, la carga de trabajo en el hogar la llevaba Olvido. Se ocupaba de la limpieza, del lavado, de la plancha, de Paquito y el colegio y, como no podía ser de otra manera, de la comida. También procuraba abastecerlos de la infusión de hierbas idónea según la ocasión, disciplina que cada vez manejaba con mayor maestría. Su escasa vida social se redujo a poco más que la misa y al aperitivo de los domingos.

La buena relación entre tía y sobrino era incuestionable. El niño congeniaba con ella mejor que con ningún otro miembro de la familia. Por contra, Toñi y Paco empezaban a mostrar ciertos síntomas de distanciamiento. Olvido no podía entender por qué a veces discutían por tan poca cosa, sobre todo cuando el niño estaba delante.

Paquito crecía y su tía estaba cada vez más inmersa en sus labores. Quitando las vacaciones, las misas, su afición a las hierbas y, por supuesto, su sobrino, su vida transcurría con poco aliciente.  Ya casi había olvidado que le quedaba un curso para acabar la carrera de Historia. No se atrevía ni a mencionar a su hermana la posibilidad de marcharse y, por otro lado, no podría alejarse del niño. El volver al pueblo le producía escalofríos. En cuanto a la oportunidad de buscar pareja y formar una familia, esa esperanza iba disipándose como la espuma que queda en el lavabo tras un afeitado.

A pesar de la servidumbre, que asumía sin oposición, su devoción por Paquito se acrecentaba día a día. Le llevaba y recogía del colegio, le preparaba la comida con tanto mimo que, hasta lo que todo niño odiaba, a él le parecía sabroso. Por la tarde, otra vez ida y vuelta. Le gustaba mucho que su tía Olvido le contara historias de la colonización de Norteamérica, su tema predilecto. Le hablaba de los viajes de Hernán Cortes, de Francisco de Ulloa, de los británicos Drake y Cook y, sobre todo, del franciscano Fray Junípero Serra, sin duda, su personaje preferido.

        Tantas aventuras había referido la tía sobre el fraile mallorquín, que cuando hacían la compra en la barriada de San Diego, cerca de su domicilio, decían que iban de "shopping" a California.

Las responsabilidades de Paco y Toñi en sus respectivos trabajos habían crecido en los últimos meses. Él se había convertido en director de área y a ella le hicieron encargada de supermercado. Eso se tradujo en una plena dedicación a sus nuevas labores. El menor tiempo que pasaban en casa no sólo propiciaba más distanciamiento entre la pareja, sino también respecto a la tía y al niño. Parecía más que éstos fueran madre e hijo.

Hacía casi doce años que la tía había abandonado el pueblo y ya había superado la treintena. Paquito iba camino de los diez. En los últimos años no habían parado las noticias en las que se contaban logros académicos, matrimonios,  nacimientos o  éxitos profesionales de los conocidos del pueblo. Cuantas más novedades llegaban, mayor era la desazón que almacenaba en el estómago; un sentimiento que Olvido nunca hubiera imaginado.

Una sábado que fueron a comprar unos zapatos al niño, aprovecharon para hacerse unas fotos de carnet. Le dijo al chico que se las habían pedido en la iglesia, para la catequesis.

En los últimos días, durante las clases matutinas de su sobrino, Olvido había estado ocupada arreglando papeles en distintos lugares de Madrid. También estuvo sopesando la posibilidad de conseguir algún trabajo que le permitiera sobrevivir fuera de casa.

Una mañana, Olvido se maquilló bastante más de lo que solía hacerlo. Lo hizo al estilo de Toñi. Al terminar de arreglarse, reparó en que se parecían mucho más de lo que pensaba. Comprobó que perfectamente pasaría por ella. Es más, dedujo que podría resultar hasta más guapa. Recogió al niño un poco antes de lo habitual y, cumpliendo con la cita prevista, se presentó en comisaría, en la sección de pasaportes, con las fotografías, con toda la documentación necesaria y con el DNI de su hermana, que con sigilo le había sustraído la noche anterior.

—Paquito, ¿te gustaría, igual que a mí, conocer la auténtica California?

—¿Donde estuvo Fray Junípero enseñando a los indios? —preguntó el niño.

—Sí. San Diego, San Francisco, Los Ángeles…

—Claro, tía, me gustaría mucho.

Marcharon los dos a casa con una sonrisa dibujada en el rostro.

Pasados unos días, con mucho tacto para que nadie se percatara de su propósito, Olvido fue preparando la ropa necesaria, casi la justa, para ultimar el equipaje el mismo día del viaje. Dispuso dinero en efectivo y comprobó el saldo que tenía en la nueva cuenta unipersonal que contrató, donde había ingresado todo lo ahorrado en los últimos años, con lo que, de una forma parecida a una asignación adolescente, le había ido entregando puntualmente su hermana. Lo había reintegrado, con toda la cautela, de la cuenta que compartía con Toñi.

Un miércoles del mes de abril, Paquito, con su mochila, y su tía, con una bolsa de viaje, en vez de dirigirse al colegio, tomaron un taxi hacia la estación de Atocha, prefiriendo no dejar huella en el aeropuerto de Barajas. A las 9:30 les esperaba un tren de alta velocidad con destino Barcelona. A las 14:05 salía un avión para Londres. Y a las 19:30 cogieron un vuelo con dirección a Los Ángeles, California. 

“Querida hermana:

Nunca pensé que reuniría la suficiente valentía para  tomar esta determinación, que a Paco y a ti os parecerá una locura. Lo he pensado durante largo tiempo y he decidido que era lo mejor. Con vuestras responsabilidades laborales estáis de sobra ocupados. Quizás en vuestros trabajos también estéis satisfechos afectivamente.

Créeme que si no estuviera segura de que conmigo Paquito iba a tener cubiertas todas sus necesidades, no nos hubiéramos movido de casa. Él es lo que más quiero y creo que para él yo he pasado a ser la persona más importante. Llevamos años compartiéndolo todo. Hace tiempo que tuve que renunciar a encontrar un marido y a tener mis propios hijos, pero el niño llena con creces ese vacío.

Explícales todo a nuestros padres, a los que quiero muchísimo, y da recuerdos a nuestros amigos. Echaré de menos la misa de doce y nuestros vermús de después.

Supongo que llamaréis en seguida a la policía. Tarde o temprano nos localizarán. Si no fuera así, me pondría en contacto vosotros más adelante. No temáis por nosotros. Ya tengo apalabrado un trabajo que nos permitirá vivir dignamente y un colegio para Paquito. Además podré terminar mis estudios.

Un beso muy grande de quien os quiere mucho.

Olvi.

P.D. En el frigorífico he dejado una jarra con una infusión de tila,  pasiflora y amapola de California. Seguro que os vendrá bien.”
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2 comentarios:

  1. Hola, Cuentón: A mí me tienes ganado. ¡Vamos!, un incondicional; pero tengo un interés morboso en saber las calificaciones que te da la profe.
    De este melón que has abierto, solo nos das una tajada. No sé, pero creo que tendrás que repartir el resto.
    Saludos cordiales.

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    Respuestas
    1. El resto lo tengo pendiente, pero no creas que las ideas fluyen como el Guadiana bajo el puente romano de Mérida. En este taller que acaba de empezar debería meterme con algo más que un cuento, pero no encuentro por dónde hincarle el diente al tema.
      En cuanto a las calificaciones, la señorita Esther es, en el fondo, muy buena y todos aprobamos. Sin más.

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