domingo, 16 de marzo de 2014

42. El lago que nos une

Leer el cuento
        ¿Hay algo peor que madrugar por obligación? Yo pienso que deberíamos levantarnos cuando la claridad del día y la señora que limpia la escalera, dando golpes a la puerta con el cepillo, nos despertasen. Eso, en invierno.  Porque en verano, con lo que cuesta dormirse por la noche, con más de treinta grados en el exterior, el mejor momento para estar en la cama es al amanecer; es el único rato en que el fresco entra por la ventana.

        Estás tan feliz, a las seis de la mañana, sumergido en un mundo diferente al real -aunque parezca auténtico-, unas veces mejor y otras para salir corriendo, cuando sientes un martillazo en la cabeza, das un aullido, te incorporas -si puedes-, pero no sabes en dónde te encuentras, si en ese barquito de vela, sujetando una caña de pescar, o en esa inspección de hacienda, por no haber pedido factura en la reparación del inodoro que te inundó la casa, que aparecían en tus sueños, o en la jodida realidad. Y estás en la jodida realidad. Recobras como puedes el conocimiento y... deprisa a la ducha, a desayunar de pie mientras te vistes y adecentas la cama y corriendo al coche, que llegas tarde al trabajo. Y dando gracias por no engrosar las listas del paro.

        Te montas en tu excrementada lata con ruedas y enciendes la radio, que vas oyendo de manera inconsciente. Si fueras al colegio y te preguntaran el resumen del noticiero de ese 2 de mayo de 2013, suspenderías. "El gobierno subirá el copago a los dependientes", "Capriles impugna las elecciones", "Facebook incrementa su beneficio", "La ONU critica a India por no penar la violación dentro del matrimonio"... Hasta que escuchas algo que te llama la atención. Sucede en la localidad de Cáseda, en las Bardenas Reales de Navarra, un lugar que nunca aparece en las noticias. Y en ese momento recobras el conocimiento y dices: "ya sé de qué va a tratar mi próximo cuento".








—Papá, me parece que me estoy mojando. No sé si me la he puesto bien.

—No te preocupes, cariño. Luego en el baño del colegio te la colocas mejor. Tienes que decírselo a la señorita Mercedes; que sepa que has tenido tu primera menstruación. En la mochila tienes otras bragas y más compresas.

—Mamá me hubiera enseñado a ponérmela bien. Tú no sabes nada —Se quejó Leyre, colocando esos pucheros que tanto le hacían reír a su madre.

Javier observaba de reojo a su hija a través del retrovisor, sin descuidar la atención a la carretera que rodeaba el extenso lago, al que los primeros rayos maquillaban con trazos argénteos, y que tantas mañanas los habían deleitado con sus caprichosas tonalidades.

De pronto, el gesto irritado de la niña  se volvió sonrisa. Un hilillo de saliva empezó a correr por su barbilla y Leyre, que siempre llevaba  un pañuelo a mano, se apresuró a limpiarse.

Los ojos de Javier brillaban, licuándose entre sus párpados. Se los secó con la mano izquierda.

—¿Por qué ha tenido que irse mamá? Ella me ayudaba a hacer las cosas. Tú lo haces todo mal. ¿Estás llorando, papito?

—No cariño. Es que anoche me acosté tarde y tengo sueño.

—Tengo la coleta torcida. Se va a reír Paloma de mí coleta tan mal hecha.

—Ya verás cómo voy a aprender a hacértela muy bien y vas a ser la niña mejor peinada del colegio.

—Papáaa —continuó Leyre mientras liberaba un gran bostezo—, yo también tengo mucho sueño. No sé qué me pasa hoy.

—Duérmete un rato; te vendrá bien. Así estarás luego más descansada.

—¿Seguro que no estás triste? Yo lloro muchas veces acordándome de mamá. Cuando venía a buscarme por la tarde lo pasábamos muy bien en el coche, jugando a las adivinanzas. Mamá siempre estaba contenta y tú ya no te ríes, estás siempre serio. Creo que ya no me quieres.

—No digas eso, que me partes el corazón. Si tú eres todo para mí. Pero yo también la echo mucho de menos. Ella siempre estaba pendiente de todo, de ti, de mí; con la sonrisa en los labios. Pero no temas, a partir de ahora todo va a cambiar. Vamos a volver a estar como cuando éramos felices los tres juntos.

—Sí, pero como antes de que se pusiera mala. Como cuando la cepillaba esa melena —otro bostezo le interrumpió la frase— negra tan suave.

La niña apoyó la cabeza en el cristal y cerró los ojos. Javier no pudo reprimir el llanto. Las imágenes se precipitaban como un torrente. La fiesta cuando conoció a Beatriz. La boda en el castillo del lago. El nacimiento de Leyre. La larga conversación con los pediatras. La primera comunión. La repentina enfermedad. El terrible tratamiento. La muerte. La primera regla. El fuerte tranquilizante que le dio esta mañana…

Conducía pausado contemplando como el agua se teñía púrpura. Tras la larga recta, tomó una estrecha carretera que bordeaba el lago sobre una suerte de acantilado, plagado de cerradas curvas. Prohibido circular a más de treinta en los próximos dos kilómetros. Las pulsaciones se disparaban. La cabeza le volteaba como cuándo montaban los tres en el pulpo, en la feria del pueblo. Continuaron las lentas revueltas, hasta llegar al lugar adecuado. Un pequeño trecho, el suficiente, antes de un pronunciado giro a la izquierda. Al frente, la líquida extensión de brillantes y absorbentes colores, con el castillo al fondo. Javier hundió el pie derecho y cerró los ojos.



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11 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Desgraciadamente, la vida es así de dura. En este cuento me limité a recrear un hecho real. Gracias por leerlo.

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  2. Perdón, demasiado lacónico. Terrible, porque hay pocas razones que justifiquen el final. Seguro que si te esfuerzas puedes salvarlos, parecen buena gente

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    1. Seguro que podría salvarlos. Pero en este caso estaba relatando un suceso real. Gracias por pasearte por este rincón.

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  3. Hola, cuentón.
    Un gran cuento, sí señor, con un final que te deja helada.

    Besos.

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    1. El final es desolador. Pero en este caso, me limité a recrear un suceso real.

      Besos.

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  4. Es un relato estremecedor. Pero tienes razón, así es la vida, y hay circunstancias que nos hacen dejar de ser quienes somos para cometer grandes locuras.
    Felicidades! Muy bien narrado.

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    1. Hola, María Clara. Se te echaba de menos por estos lares. Gracias, por tu lectura y tus comentarios.

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    2. Gracias por la visita y los comentarios. Se te echaba de menos.

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