Preñá, panchito, bodorrio, enterao, solterón, empollón,
tiquismiquis, perroflauta, rojo, meapilas, facha, pijo, hortera, cuarentón… son
algunas de términos que se consideran ofensivos o que, sin serlo en su acepción
principal, se utilizan a veces para humillar.
Pues en el uso de este tipo de palabras se debería apoyar el
cuento que nos encomendó doña Esther, nuestra jefa de taller. Un relato que,
desde antes de su nacimiento, estaba destinado a narrar juicios y prejuicios.
La verdad es que no tenía que distanciarme mucho de lo más cotidiano
para encontrar tema. Prácticamente todo el mundo, menos yo, y alguno y alguna más,
claro, se pasa el día hablando de los demás. Y casi siempre, mal.
Pues eso, os dejo “Podéis ir en paz”, palabras más, palabras
menos.
—¡No hables tan alto, mamá!, que te van a oír.
—Me da igual, no me estoy inventando nada.
La madre parecía enfadada con su hija por haberla
reconvenido, pero sabía que tenía razón, porque cuando se motivaba se le
disparaba el volumen.
Anduvo un rato mohína, hasta que volvió a las
andadas.
—Y la hija de la Engracia, ¿qué? Tanto,
tanto dar catequesis a los niños, para luego quedarse preñá del primer panchito
que se cruza en su camino.
—Pero si se quieren mucho, mamá. Ya sabes que se
van a casar y seguramente nos inviten a la boda. Y bien guapo que es el panchito, como tú dices.
—¡Ya! ¡Voy a ir yo a ese bodorrio! Ni por mucho que se empeñe la Engracia. Qué Dios
los guarde muchos años, pero no creo que dure demasiado ese matrimonio. Si se casan
por el bombo que le ha hecho el gachó.
—Pues no tiene nada que ver. Un accidente lo tiene
cualquiera. A veces la pasión es incontrolable.
—¡Uiii! ¡Mira la libidinosa! A ver si me vas a decir ahora que también has sentido tú la
concupiscencia. Si vas camino de convertirte en una solterona. Tendrás tres
carreras, pero no tienes un varón a quién servir. Toda la vida te la has pasado
estudiando. Por algo todos te llaman “la empollona”.
—¡Mamá, no empecemos! Creo que ya habíamos
acordado no hablar de ello.
—Bueno, hija, que tiquismiquis estás hoy. Si sabes
que tengo razón, se te va a pasar el arroz.
Se mantuvieron madre e hija unos minutos calladas,
aunque la señora no dejaba de mirar, con cara de reproche, a la hija de su amiga,
sentada unos metros más adelante, hasta que se fijo en unos adolescentes que acababan de entrar.
—¿Ese de la trencita no es el David, el de la Cloti ? —se extrañó la doña.
—Sí. Y el que viene con él es Mario, su primo.
—Vaya con los niños, que se han hecho ahora unos perroflautas de esos. Cualquier cosa, menos trabajar. Si es que esa
familia ha sido siempre muy roja. No sé qué pintan aquí.
—Para ti, mamá, los únicos majos son los meapilas,
como el facha de Borja. Mucha novena y mucha limosna para luego juntarse con
esos pijos de pacotilla, siempre con ropa de marca, aunque sean mecánicos o charcuteros, que se enrollan con las más horteras que se encuentran. Unas copitas, una vuelta en sus discretitos coches tuneados, con el banderín colgando del retrovisor, y así veamos los buenos patriotas que son, para acabar... bueno, habrá que ver cómo acaban. Y eso que son casi cuarentones.
Cuando la madre estaba dispuesta a expulsar la metralla que guardaba bajo el paladar para contrarrestar el ataque de su hija, tuvieron que dejar la cháchara y, como los demás correligionarios, ponerse de
pie.
—Hermanos, podéis ir en paz
—Demos gracias a Dios.
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No sé que calificación te pondrá tu jefa de taller, que de eso ella debe saber un montón más que yo, pero tu relato es un apunte del natural con una frescura envidiable.
ResponderEliminarLa verdad es que la jefa, aunque yo la pinte de dura, es muy buena y nos aprueba a todos.
EliminarUn saludo.