lunes, 1 de abril de 2013

19. El gordo Petete

Leer el cuento

Yo me iba pareciendo, tras la docena y media de cuentos que había escrito, que mi estilo (si me permitís que utilice este término, que hasta a mí me resulta presuntuoso) se iba decantando por el humor. Algunas veces me pregunto si no pareceré un poco simple, con la gracieta todo el día a cuestas.

Pues eso, que la tontería mana de mí Word con la mayor naturalidad. Lo malo es cuando te piden que escribas un cuento humorístico. Así, sin epidural ni . Es como ir a la discoteca (¡qué tiempos!) y que te obliguen a ligar con alguien en particular. Es demasiado forzado. Diferente es que te enrolles con quién te apetezca; sobre la marcha. Aunque al final, viene a ser lo mismo. No te comes un dónut de ninguna de las dos maneras.

En esta narración debería describirse un encuentro, donde abundara el diálogo, pero en escenas que no fueran totalmente estáticas, que tuvieran movimiento. Esther nos había dado pistas: situaciones absurdas, lenguaje improcedente, palabras incorrectas, contrasentidos, nombres graciosos… Pero nuestra empresa era ardua, teniendo en cuenta que acabaríamos derrotados, con un par de puñetazos en los morros, por su idolatrado Jardiel.

Pensando en nombres chistosos  me acordé de un compañero que tuve en el servicio militar (limpiábamos juntos las lanzas con "ALEX METAL"), al que llamábamos Petete, pues se daba un aire al rechoncho pingüino del libro gordo. Así fue como, partiendo de un hipotético reencuentro con Petete, surgió esta historia.

Os dejo con la canción que, de haberlo escrito unos meses después, hubiera despedido a los tres amigos tras su reencuentro. No es de Manhattan, no es Alicia Keys. Canta Irene de Lema y es de Madrid.







“¿Seré capaz de reconocerlos?”, se preguntó el antiguo cabo, mientras se rascaba la mejilla izquierda, cubierta desde hacía una semana por una cenicienta y punzante barba, que había dejado crecer buscando un aspecto más moderno.

—¡Vallejo! —Voceó Flores, entre las notas de una canción de Rihanna, mientras agitaba los brazos en un extremo del amplio y remodelado bar, que solían frecuentar en los locos ochenta—. ¡Soy yo, Flowers!

Buscó con la mirada el origen de la voz y encontró a su amigo, de pie, entre la mesa de un grupo de tres divertidos veinteañeros  y la de una pareja formada por una monumental rubia y un hombre, bastante mayor que ella, agazapado entre unas gafas de sol y un sombrero de cuadros. Se acercó regateando jovenzuelos de descuidada indumentaria, enseñando los pajizos dientes que llenaban su inmensa sonrisa.

—¡A la orden, mi cabo! —Soltó un taconazo Vallejo, mientras representaba el más marcial de los saludos—. A pesar de lo hermoso que estás, todavía se te reconoce. Dame un abrazo; pero no me pinches con tu barba de cinco días a lo Michel Bosé.

El viejo compañero de camareta le estrujó entre sus brazos, apretando, con malicia, sus púas contra la mejilla, haciendo que éste le profiriera un insulto rimante con la pata trasera del cerdo.

—Me alegra saber que aún mantengo cierto parecido con el hijo del torero y de la artista.

—Sí, pero con el del torero y la folclórica. Lo de Michel iba por los michelines.

—A ver si tú te crees, Vallejito, que eres el Yors Cluny. Como mucho John Malkovich, el que anuncia con él la cafetera. Lo digo por lo de la alopecia.

—Anda cabo, agénciate un par pelotazos… bueno, tres, a ver si mientras tanto viene Petete. Supongo que le seguirá gustando el ron con limón, que se los bebía doblados.

—Pues ya verás éste. Si ya estaba gordo con veinte años, imagínate con casi cincuenta. A su lado, el Falete va a parecer un esmirriao.

Vallejo se quedó sentado, mientras observaba amagos de torpeza en los movimientos del que fue su cabo cocina. Seguramente que también él había empezado a perder habilidad, especulaba nostálgico. Aunque de espíritu se sentía como un chaval, el espejo le humillaba cada mañana. No obstante, siempre aparecería alguien que le haría sentirse más joven. En cuanto llegara el que estaban esperando.

—Este capullo no llega, Flowers. Cuando le llamé cogió el recado una voz del otro lado del océano. Seguro que su mujer le dejó y ha pillado lo primero que ha encontrado por ahí. No creo que Petete sea capaz de vivir sólo.

De pronto, unas largas y fragantes piernas, desnudas hasta el tercio norte del muslo, rozaron el brazo de Vallejo, sobresaltándole, y un sombrero de cuadros se posó sobre su cabeza. En la mesa de la derecha, un interesante cuarentón, ataviado con modernas gafas de sol, se dirigió a los dos amigos:

—Seguís tan impresentables como siempre. La juerga de esta noche la paga Petete, que para eso ahora el bar es suyo. Por cierto, la que te ha puesto el sombrero, Vallejito, es Sonia, mi novia. 

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5 comentarios:

  1. Hola, Cuentón.
    Otro hombre con sus historias de la mili... ¡Dios! ¿por qué?, jajajaja.

    Ya en serio, me gusta mucho el manejo de los diálogos, se nota que tu profe te enseñó y muy bien por cierto.
    Me he fijado en los cuadros de la derecha, me encantaron por cierto.

    Un besotazo a la artista y al anfitrión.


    PD: "realismo fantástico", dos palabras que nos persiguen, jajajaja.

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    1. Si fueras un par de años más joven, todavía, podrías haber hecho la mili. La cantidad de historias que hubieras contado.

      La artista, Elena Briñas, narra fantásticamente, aunque con pinceles.

      Un beso y a por lo versos.

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    2. No creo, algo me hubiera inventado para librarme por ejemplo los pies planos. No soporto la disciplina que se impone "por galones".

      Ya te pediré algún cuadro para ilustrar algún cuentecillo, con permiso de la artista por supesto.

      Estoy ahí con los versos y creo que voy a tirar por el haiku... Ya veremos.

      Besotazos.

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  2. Ay Cuentón Delos80 y de Todas las Discotecas.... Tú sí que sabes sonrojar a una blogger rebelrebel.

    Que sepas que me siento identificada con Petete: no porque ahora esté amancebada con un pivonazo rabiosamente juvenil (que también) sino porque yo también me bebo los copazos doblaos.

    En cualquier caso, yo, si fuera tu profesora, también te pondría una muy buena nota de "progresa adecuadamente".

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    1. Fíjate que en aquella época, en un bar de mi barrio, todavía conocido como Pueblo de Vallecas, ahora se le llama Villa, vendían, además del corto de cerveza, el chispazo, de anís, coñac... y el medio. Un medio era un cuba libre pequeño, con la mitad de licor y con media cocacola. Habrá que volver a esas medidas, y no sólo por la crisis.

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