A la profe no le debió parecer
suficiente padecimiento hacernos comenzar el curso con un relato de
ciencia-ficción, porque aprovechó una de sus grandes ocurrencias para que
siguiéramos sufriendo con el segundo cuento. Había que escribirlo en segunda
persona, que de todos los narradores que se encuentran a la venta es de los más caros y delicados. Y el tema...
¡qué me decís del tema!: alguien con
querencia de pezón. Sí, sí. Así es la señorita Esther.
Qué contaros del esfuerzo
imaginativo. Cuando había conseguido una neurona y cuarto de las dos que perdí
con "Preparando el camino hacia la libertad", volví a dejarme otras
tantas sobre el escritorio. Menos mal que se me van regenerando. Aunque noto
que cada vez con más lentitud.
La canción de hoy, Roxanne, de
The Police, parece ser que fue inspirada por una prostituta durante la primera
visita del grupo a París, ciudad donde transcurre gran parte de "La
recaída". Aprovecharemos la coincidencia.
Esta obsesión le
acompaña desde sus primeros pasos. Si no la has visto en tales circunstancias,
te puede parecer muy extraño o, incluso, una gran patraña por mi parte. Pero
puedo jurarte, por lo más sagrado, que todo lo que te cuento es absolutamente
cierto.
Hace unos cuatro años
consigues, por fin, realizar un viaje en pareja a París. Os acompaña un tiempo
estupendo. Es tan calurosa esa tarde de martes, que te ves en la necesidad de
despojarte de la camiseta, no sin algo de reparo, en los coquetos jardines de
Luxemburgo. La colocas debajo de tu espalda y te tumbas sobre la mullida y
verde alfombra que circunda el pequeño lago. Ella empieza a jugar con los dedos
entre el vello de tu pecho, después con los labios y, de repente, comienza a succionarte
los pezones con tanta ansia que tienes que emplear toda tu fuerza para
separarla de ti. “No aguantas una broma”, aduce, mientras que el público que os
rodea no puede disimular la risa. Ni te cuento la vergüenza que pasas. Es
verdad que eres su novio, desde hace dos años, pero esas demostraciones en
público nunca te han gustado. No obstante, piensas que es un arrebato y te
olvidas de ello.
A la mañana siguiente
decidís visitar el Louvre. Para contemplarlo en condiciones tenéis que ir, al menos,
durante tres días, pero calculáis que gastando uno sin descanso podéis ver lo
más importante. Preparas unos bocadillos con el embutido que llevas empaquetado
desde casa, compras un par de botellas de agua muy fría en el supermercado
cercano al hotel, donde sabes que no te van a sablear, y bajas al metro, de la
mano de tu chica, dirección al museo. Os maravilláis con “La Gioconda”, con
“Las Bodas de Caná”, os emocionáis con “La Venus de Milo”, con “La Victoria
Alada de Samotracia” y disfrutáis con la restaurada escultura de “Baco”, con su
cuerpo desnudo, apoyado en una cepa repleta de uvas. Y observas con perplejidad
cómo tu compañera se arrima a la estatua, cada vez más cerca, casi tocándola,
haciendo gestos con la boca, hasta que viene un vigilante y le ruega, y después
le exige, que se separe de ella.
Son casi las ocho
cuando salís al exterior y os dais de bruces con el sofocante atardecer.
Reparáis en las fuentes, con esa suerte de piletas triangulares que abrazan a
la pirámide de cristal, repletas de turistas refrescándose. Decides que, si
bien no eres amigo de las piscinas municipales, te vas dar un remojón, con tu
novia, aunque sea sólo por debajo del pantalón corto que vistes. Cuando de
pronto, tu chica observa a un hombre, tan maduro que podría ser su padre, con
el torso descubierto, y se lanza a por él, tirándole al agua, chupando sus
pezones con ahínco.
Ayudado por su mujer
y sus hijas, puedes separarlos, pero, si no llegas a convencerles con buenas
palabras, más bien con buenos gestos, pues no entiendes ni papa de lo que
dicen, te ves pasando la noche en la gendarmería.
Cuando vuelves a casa
le sigues dando vueltas a lo acontecido en el viaje. Lo que te extraña es que muchas veces has
estado con ella y nunca ha pasado la cosa de un contacto apasionado, como se
puede esperar de unos amantes. Resuelves que debes comentárselo a su familia.
Se ríen, con algo de nerviosismo, y te dicen que ha debido tener una recaída.
Que le pasa cada cierto tiempo. Todo se debe a un trauma infantil. Cuando tiene
un añito se queda su madre sin leche en los senos y, con lo tragona y
caprichosa que es, se obceca en que su padre tiene que sustituir en la
lactancia a su mamá. La colocan en los
pechos del hombre, con el fin de convencerla de que no era posible, y empieza a
succionar y succionar, entre angustiosos llantos, sin conseguirlo. El hombre,
abrumado por esa situación tan disparatada,
acaba concentrándose de tal manera que consigue expulsar unas gotitas
por sus pezones, provocándole dicho esfuerzo mental una apoplejía que, con su
hija en los brazos, le dejó sentado para siempre. Desde entonces,
periódicamente, retorna esa ansiedad.
Lo que no te esperas
es que, cuando hace más de tres años que
no la ves, pues pensaste que era mejor romper la relación, recibas una llamada
del jefe de seguridad del Museo del Prado y te pida por favor que te presentes
urgentemente a recogerla. Te desplazas a la pinacoteca y la ves encaramada a la
escultura de “Dioniso”, muy similar al “Baco” de París, con los labios pegados
al pecho del dios del vino, rodeada por un puñado de vigilantes y decenas de
curiosos. “Sólo se separaría de la escultura si venía usted”, te indican. En
cuanto repara en ti, se aparta del busto, se acerca con gesto enajenado y,
de un tirón, te arranca todos los botones la camisa.
¿Qué quieres que te cuente?
Otra recaída.
Gracias por leerme. Puedes dejar tu comentario y compartir en las redes sociales picando en los botones de abajo. Hasta la próxima.
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Cuentón
Virgendelamorjermoso¡¡¡¡ Pues si que hay recaídas malas. Y neuronas cuentonas, como las tuyas, bien a tope. Y lo de tu "seño", no tiene precio: qué enrevesá, la joía....
ResponderEliminarBesosrubios
PD: impecable banda sonora, como siempre
Cuánto tiempo sin verte por estos lares. Mis pollitos echaban de menos tus dejes cervantinos, apenas piaban. La seño... pa qué contarte. Besos.
EliminarTu mejor recaíada, recaer en las directrices de Esther. (Que buenos ratos).
ResponderEliminarMe has hecho reir un rato; tal y como está el patio, te comparto, suerte
ResponderEliminarGracias, Julián, por dar un poco de aire a Los Cuentos Tontos. Me alegro que te haya gustado.
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