viernes, 1 de agosto de 2014

52. Bien amarraditos

Leer el cuento
Repasábamos en clase sobre contenidos, temáticas y argumentos de los cuentos, hasta llegar al uso de los tópicos, que son una mezcla de temas y motivos que funcionan en todas las culturas habidas y por venir en este mundo. Sus denominaciones... para qué contar: Ubi sunt (¿dónde están nuestros muertos?), Beatus ille (dichoso aquel de vida sencilla), Omnia vinci amor (el amor todo lo vence)... y muchos más. Es que no sé si existirá alguna narración que no haya caído en algún tópico.

Pues nos tacaba escribir un relato en el que utilizásemos uno de ellos. Y yo no quise complicarme la vida. Así que empleé un barullo de amor, desamor, fidelidad, lo contrario... Vamos, un cuento sin nada de particular, salvo las ricas pastas que elaboraba la protagonista.

Al hilo de todo esto, os dejo con Layla, la canción que Eric Clapton dedicó a Pattie Boyd, mujer de su 'íntimo amigo' George Harrison, para que dejara al beatle y se casara con él. Y al final lo consiguió. No me extraña, le compuso una de las más grandes canciones de amor de la historia del rock. Si me la hubiera dedicado a mí, también le hubiera concedido el 'sí quiero'.






Cada martes y jueves coloca encima del escritorio de Guillem una bandeja que contiene una taza de chocolate, otra de café y un platito con carquinyols, orelletes o panellets; siempre dulces típicos de la tierra. Es la merienda  de su hijo y un detalle para David, su profesor particular de matemáticas.

Laia se casó antes de cumplir los veinte años con un chico bastante mayor que ella que conoció en una convivencia cristiana celebrada por parajes del Montseny.

Domènec, que tenía treinta años y planta de galán, era un miembro activo de una asociación católica de su pueblo, en el interior de la provincia de Barcelona, donde residía y trabajaba en el negocio familiar. Durante los periodos de actividad cinegética, ningún domingo desperdiciaba una mañana de caza. Por la tarde cambiaba de presas, las encontraba en las discotecas de la comarca. Un fin de semana -no creyeran que todo era diversión- quebró la rutina para asistir a una convivencia cristiana.

Laia ejercía de catequista en una iglesia del barcelonés barrio de Les Corts. Era una muchacha tranquila y discreta que, cuando no se quedaba estudiando, pasaba la tarde con sus amigas en el local social de la parroquia.

Nadie supo muy bien cómo se introdujeron aquellas botellas de licor en el recinto, cuando estaba absolutamente prohibido por la orden religiosa que lo regentaba. Pero en la noche del sábado se formó una suerte de guateque en algunos de los cuartos. Domènec, que ya había seleccionado a su presa, desplegó todas sus habilidades para capturar a la formalita Laia. Corrieron unos tragos y unas caladas y la víctima sucumbió, quedando malherida.

Por una insensatez, la cándida catequista se dejó arrebatar sus tesoros más valiosos: dignidad, juventud, libertad… Sus padres la conminaron a asumir las  consecuencias de sus pecados.

Laia intentó con denuedo sentir amor, al menos cariño, por Domènec, pero éste siempre la desalentaba. Sólo Guillem, la consecuencia de aquel desliz, aportaba la energía necesaria para mantener con vida la delgada unión conyugal. El hombre continuaba con el negocio familiar en el pueblo, que le ocupaba la mayor parte del día; mientras que la chica, colmadas todas sus necesidades materiales en la Ciudad Condal, estaba obligada a ser una buena madre y a tener atendido a su esposo al llegar a casa por la noche. Su única actividad social se reducía a los cursos y talleres organizados por la asociación de padres de alumnos.

Laia espera ansiosa las tardes de los martes y los jueves. Encuentra en David, el profesor de su hijo, al hombre que hubiera querido como esposo. Educado, culto, cariñoso, responsable, paciente, atractivo… Posee todas las virtudes que ella valora.

David, al que la cercanía de Laia estremece, también desea con ansia las clases de matemáticas, que impartiría sin retribución a cambio. Y no sólo porque las pastas elaboradas por su anfitriona le parezcan muchísimo más finas que las de la mejor pastelería del barrio de Gràcia.

De vez en cuando, nada más terminar el apoyo, el niño sale escopetado a casa de algún amigo. En esas ocasiones, David se queda un rato charlando con Laia, mientras toman otro café.

Desde que Guillem entrena con el equipo de basket del colegio, estos momentos se repiten con mayor frecuencia. Entre el  profesor y la madre surge un creciente clima de complicidad. Laia, que llega a tener más confianza con el enseñante que con su esposo, le transmite lo infeliz que se siente en su matrimonio. David, que intima con ella como con nadie antes había hecho, le confiesa que ninguna mujer había sido capaz de raptar su corazón.

Con el tiempo, además de conversar, deciden intercambiar conocimientos. Él domina las ciencias. Y ella que, además de talleres de repostería catalana, ha participado en cursos más cadenciosos, le enseña a bailar.

Tango, bolero, vals… Amarraditos. Bien amarraditos. 



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 Cuentón
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6 comentarios:

  1. Bonito cuento y preciosa canción.

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  2. El amor es impredecible, a veces nos atropella y nos confunde y, en otras, nos llega despacio, con calma y sosiego. Como el agua mansa.

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    1. ¡Oh, el amor! Fuente de felicidad y de dolor. En unos casos vence la primera, en otros, el segundo, a veces conviven. Pero, a priori, ¿quién lo sabe?

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  3. Y esto para desengrasar... ¿no?
    Felicidades.

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    1. Es que a las pastitas, aunque son finas, no le faltan calorías. Y hay que compensarlo de alguna manera. Saludos.

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