martes, 16 de septiembre de 2014

55. Farida

Leer el cuento
Ese martes, Esther nos estuvo hablando de la acción narrativa (conjunto de acontecimientos y situaciones que conforman una historia), de la intensidad del conflicto, de las partes en que puede dividirse la narración...

Claro está, nos comentó sobre los diferentes tipos de acción narrativa. Por ejemplo, según el modo de actuación de los personajes, puede ser positiva, cuando se hace algo por conseguir un fin, o negativa. En cuanto a la consecución de este objetivo, puede ser fallida, o lograda.

Pues la jefa de taller nos hizo un encargo. Nos encomendó la construcción de un relato aplicando algunas premisas de las mencionadas en el párrafo anterior. No diré cuáles, para no avanzar el desenlace de la historia.

Seguro que a cualquiera de los dos protagonistas de este cuento, Ernesto y Farida, no les importaría empezar de nuevo, y volver a ser un niño o niña, como cantaban Los Secretos.




A Ernesto, que emite unos apagados gemidos, le caen grandes gotas de sudor que empiezan a mojarle las lentes. Se pelea con el mando a distancia de la moderna e inmensa televisión que preside el salón, donde habitualmente, tumbado en el sillón o sentado en su silla de ruedas, pasa muchas horas al día, ya escuchando música, leyendo novelas o disfrutando de sus series favoritas. Ahora está solo. Sus padres están trabajando y la asistenta salió un momento a comprar.

Ha visto crecer a Farida, la vecina del piso de al lado, y a sus hermanos varones, que nacieron cuando ya estaban instalados en la urbanización. A través del tabique común -los largos años de silencio han conseguido desarrollar su sentido del oído más de lo normal- ha compartido juegos y llantos con ellos, aunque no rezos. Los chicos han pasado, casi desde que dejaron de gatear, gran parte del tiempo en el jardín comunitario, jugando al fútbol, subidos en los columpios o patinando, sobre todo la niña, que lo hace con gran soltura.

La madre de los niños, Paqui, hija de extremeños, aunque viste chador,   nació en el barrio del Picarral, en Zaragoza,  la ciudad en donde viven. Cuando llegó a su actual domicilio acababa de casarse con Jalil, un joven jordano que trabajaba en una pequeña fábrica del sector del automóvil, que la convirtió al Islam.

A Ernesto, al que los fórceps le produjeron una severa parálisis cerebral que le impide casi la totalidad de los movimientos y la facultad de hablar, le bajan al patio casi todos los días. Ya forma parte del paisaje humano y muchos niños le tratan con cariño, aunque siempre los hay que le faltan al respeto. Él, que va camino de los treinta años, ya no le da importancia. Le gusta observar los juegos de los chicos y daría su vida, menos ese día, por formar parte de uno de los equipos de fútbol que compiten en la cancha y emular a los jugadores del Real Zaragoza que tanto admira. Farida, que suele pasar a su lado mientras circunda el patio con sus patines, siempre le mira, algunas veces le sonríe, pero nunca le dice nada. Ernesto hace tiempo que reparó en la belleza mestiza que iba atesorando la chica.

Desde hace unos meses, Farida, que debe andar por los trece años, ya no juega. Sus hermanos se pasan el día divirtiéndose, pero ella ya no les acompaña. Sólo se la ve cuando entra y sale de su casa con su madre, vistiendo pantalón largo y blusa hasta las muñecas en pleno verano. Ayer la vio con un pañuelo cubriendo su preciosa melena. A Ernesto, que temía la llegada de este momento, se le humedecieron los ojos.

Ya no sabe qué hacer con el mando del nuevo televisor. Toca torpemente todas las teclas, pero no encuentra nada que le sirva. "¿Será porque no está conectado el wifi?" Llora de impotencia. Encima, Juani, la asistenta, tarda más que nunca. Escucha los gritos y no puede hacer nada. Sudor, mocos y lágrimas se mezclan en la comisura de sus labios. "¡Vaya mierda de tele!", se lamenta.

"¡Por fin!", respira. Ha conseguido que se le abra un pequeño cuadro de texto en la pantalla, donde, con mucha dificultad, apretando con su agarrotado dedo índice, logra escribir algo. A través del tabique, los gritos de Farida, mezclados con voces de mujeres mayores, se hacen cada vez más intensos.

Llega Juani y se encuentra con los aullidos de Ernesto. “¿Qué pasa?”, dice asustada, “si sólo he faltado un momento”. Gira la cabeza hacia la nueva televisión inteligente y, en la línea de búsqueda en YouTube, lee: “farida auxilio”. La mujer, arrimándose a la pared, repara en lo que sucede al otro lado y se apresura a llamar a la policía.

En el hospital, ginecóloga y enfermeras brindan con un café de máquina. Sólo fue un pequeño corte que cicatrizará en pocos días. Por unos segundos, no llegó a practicarse la ablación. Fuera esperan dos mujeres policías, una funcionaria de servicios sociales del Gobierno de Aragón y Elvira, la representante de la organización Justicia para las mujeres, que hacía tiempo que no encontraba un caso como éste, pues las mutilaciones suelen realizarse durante los viajes a los países de origen y a niñas más pequeñas.

Ernesto se encuentra en cama, con casi cuarenta de fiebre, pero se le pasará, ha comentado el médico. A pesar de todo, exhibe una sonrisa que transparenta la felicidad que le invade.


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 Cuentón
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6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, montañera.

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    2. Como siempre, dando en el clavo. Felicidades.

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    3. Al próximo taller al qué me apuntaré será el de carpintería, para afinar la 'clavatura'. Un abrazo.

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  2. Eres valiente, Cuentón. Este relato está bien construido, mezclando sutileza en las formas y contundencia en el mensaje.

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    1. Tu opinión es un halago para mí. Creo que cuando uno está poderosamente armado de palabras puede (cada uno verá si quiere o no) hablar de todo lo que ocurre, o de lo que no ocurre. Un abrazo.

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