miércoles, 1 de octubre de 2014

56. La orilla derecha del paseo del Prado

Leer el cuento

A la sita Esther, aunque su carita de buena diga lo contrario, le debe ir la marcha. De los diferentes géneros literarios, creo que el que más nos ha hecho utilizar es el erótico. Cada cierto tiempo, ¡zas!, un cuento.

“Podéis hacerlo de una forma sutil, sin ser demasiado explícitos, con pinceladas sensuales”, añadió, para ponerlo aún más complicado.

¿Otra vez chico y chica con arrumacos, besitos, etc.?... Pensé que tenía que cambiar de registro, y así lo hice. Pero después de leerlo en clase no recibí demasiada aprobación. “¿Eso es erotismo?”. “¡Si al final no pasa nada!”. “¡Vaya mariconada!”, sentenció la más deslenguada de mis compañeras.

Al día siguiente corrí para intentar arreglarlo. No sé si con éxito. Lo que sí quise hacer con este relato fue un pequeño homenaje a mi ciudad. Tierra de acogida. Más bella y humanitaria de lo que podamos creer. Que algunos políticos y forofos futboleros se empeñan en identificarla solo con reyes, gobiernos, centralismo, favoritismo... desestimando a sus ciudadanos, ajenos al poder, madrileños nacidos aquí y allá.

Si el cuento no os acaba de gustar, o si tan siquiera os empieza a interesar, espero que sí lo haga este tema de Jorge Drexler. Camino por Madrid en tu compañía…”







Álvaro curioseaba entre los volúmenes amontonados en la mesa de una de las librerías de la Cuesta Moyano. A su derecha aparecieron las manos blancas y cuidadas de un hombre mayor, con aspecto distinguido, que destilaba un fresco aroma floral en armonía con esa mañana nublada y cálida de finales de abril.

El joven se giró y reconoció a Gustavo, su antiguo vecino.

Después de saludarse afectuosamente, siguieron ojeando, cada uno por su lado, hasta que empezó a lloviznar y los libreros echaron las lonas sobre los expositores.

Gustavo buscó a Álvaro con la mirada. Como este no venía cubierto, y la lluvia arreciaba, se acercó a él con  el paraguas abierto.

—Tenía pensado caminar hasta la Biblioteca Nacional y coger el tren en Recoletos. Me gusta mucho pasear por la orilla derecha del paseo del Prado. Si quieres, puedes meterte, que, aunque es pequeño, cabremos los dos.

—He quedado con Lola, mi novia, en Manuel Becerra, pero hasta la hora de comer queda tiempo. Le acompañaré —aceptó el joven.

—Si me llamas de usted, me vas a hacer más viejo aún. Acabo de jubilarme.

—¡¿Ya?! Si estás estupendo. Pues no te queda nada por disfrutar. Te conservas mucho mejor que mi padre. Con el buen aspecto que tienes no te faltará buena compañía —a punto estuvo Álvaro de hablar de mujeres, pero se contuvo intuitivamente.

Anduvieron despacio –acompañados por los recurrentes goterones que, acumulados en las hojas de los árboles, repicaban sobre la tela negra del paraguas- observando, a través del enrejado, las heterogéneas especies del Real Jardín Botánico de Madrid. Gustavo, gran amante de las plantas, comentaba, con gran pasión, sobre muchas de ellas. Sentir la respiración, la cercanía y la lozanía de Álvaro le insuflaba una energía que hacía tiempo que no notaba.

Siguieron camino del Museo del Prado. Aunque el cielo se tornaba marengo, dejo de llover, y Gustavo, en contra de sus deseos, cerró el paraguas. Sonriente, rememoraba tiempos pasados, antes de cambiar de piso, cuando vivía en el mismo bloque que el muchacho.

—Te recuerdo con ese amigo con el que siempre ibas, el de ricitos. Vuestro uniforme del colegio, los dos muy arregladitos y repeinados, con el nudo de la corbata siempre en su sitio. Alguna vez merendasteis en casa. Supongo que también tendrá novia, como tú, si es que no se ha casado ya. El tiempo pasa volando.

—Ese era Claudio, al que le fascinaban esas fotografías antiguas de actores de Holywood que había en tu despacho. A él, la verdad, no le gustan mucho las chicas. Ahora vive con su novio.

—¡Vaya! La vida es una caja de sorpresas— Añadió Gustavo, soltando una corta carcajada.

—¿Y tú? ¿Sigues soltero? Mis padres se reían, porque siempre había alguna vecina tonteando contigo. Creo recordar que durante un tiempo compartiste el piso con un compañero de trabajo, muy guapo, según mi madre, que había venido de no sé donde.

—Sí. La verdad, no era compañero de trabajo. Fueron solo unos meses. Cuando te acostumbras a vivir solo, se hace difícil la convivencia con otras personas. No me decidí a hacerlo cuando era como tú, y después ya fue tarde. Prefiero seguir siendo un solterón —rió el hombre.

La lluvia apareció de nuevo, con más fuerza. El viento dispersaba el agua por debajo del paraguas, que apenas cubría los dos cuerpos, por lo que tendían a arrimarse. Gustavo llevaba su mano izquierda pegada al pecho mojado de Álvaro. Esto le hacía sentir un placer casi olvidado. Al chico no se le veía incómodo con esa cercanía.

Dejaron a un lado el hotel Ritz, la Bolsa y el Museo Naval, llegando empapados a Cibeles, refugiándose en la entrada del Palacio de Comunicaciones.

Si te queda tiempo, antes de encontrarte con tu novia, podríamos tomar un aperitivo en la cafetería. Desde la terraza se puede ver todo Madrid. Aunque sea entre nubes.

Sacó Álvaro el teléfono del bolsillo, leyó "12:45pm", y pensó que era buena hora.

—Siempre me toca esperar a mí. No pasará nada porque un día lo haga ella.


Gracias por leerme. Puedes dejar tu comentario y compartir en las redes sociales picando en los botones de abajo. Hasta la próxima.

 Cuentón
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4 comentarios:

  1. Al leerlo te quedas con ganas de más... Saludos.

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    1. Te dejo que lo termines. Un saludo desde la orilla derecha del paseo del Prado.

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  2. Es verdad te quedas con ganas de más. Besos

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  3. ¿Llegará Álvaro a la cita con su novia? Besos

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