A la sita Esther, aunque su carita de buena diga lo contrario, le
debe ir la marcha. De los diferentes géneros literarios, creo que el que más
nos ha hecho utilizar es el erótico. Cada cierto tiempo, ¡zas!, un cuento.
“Podéis hacerlo de una forma sutil, sin ser demasiado
explícitos, con pinceladas sensuales”, añadió, para ponerlo aún más
complicado.
¿Otra vez chico y chica con arrumacos, besitos, etc.?...
Pensé que tenía que cambiar de registro, y así lo hice. Pero después de leerlo
en clase no recibí demasiada aprobación. “¿Eso es erotismo?”. “¡Si al final no
pasa nada!”. “¡Vaya mariconada!”, sentenció la más deslenguada de mis
compañeras.
Al día siguiente corrí para intentar arreglarlo. No sé si con
éxito. Lo que sí quise hacer con este relato fue un pequeño homenaje a mi
ciudad. Tierra de acogida. Más bella y humanitaria de lo que podamos creer. Que algunos políticos y forofos futboleros se empeñan en identificarla solo con reyes, gobiernos, centralismo, favoritismo... desestimando a sus ciudadanos, ajenos al poder, madrileños nacidos aquí y allá.
Si el cuento no os acaba de gustar, o si tan siquiera os empieza a interesar, espero que sí lo haga este tema de
Jorge Drexler. “Camino
por Madrid en tu compañía…”
Álvaro curioseaba entre los volúmenes amontonados
en la mesa de una de las librerías de la Cuesta Moyano. A su derecha
aparecieron las manos blancas y cuidadas de un hombre mayor, con aspecto
distinguido, que destilaba un fresco aroma floral en armonía con esa mañana
nublada y cálida de finales de abril.
El joven se giró y reconoció a Gustavo, su antiguo
vecino.
Después de saludarse afectuosamente, siguieron
ojeando, cada uno por su lado, hasta que empezó a lloviznar y los libreros
echaron las lonas sobre los expositores.
Gustavo buscó a Álvaro con la mirada. Como este no
venía cubierto, y la lluvia arreciaba, se acercó a él con el paraguas abierto.
—Tenía pensado caminar hasta la Biblioteca Nacional
y coger el tren en Recoletos. Me gusta mucho pasear por la orilla derecha
del paseo del Prado. Si quieres, puedes meterte, que, aunque es pequeño,
cabremos los dos.
—He quedado con Lola, mi novia, en Manuel Becerra,
pero hasta la hora de comer queda tiempo. Le acompañaré —aceptó el joven.
—Si me llamas de usted, me vas a hacer más viejo
aún. Acabo de jubilarme.
—¡¿Ya?! Si estás estupendo. Pues no te queda nada
por disfrutar. Te conservas mucho mejor que mi padre. Con el buen aspecto que
tienes no te faltará buena compañía —a punto estuvo Álvaro de hablar de
mujeres, pero se contuvo intuitivamente.
Anduvieron despacio –acompañados por los
recurrentes goterones que, acumulados
en las hojas de los árboles, repicaban sobre la tela negra del paraguas- observando, a través
del enrejado, las heterogéneas especies del Real Jardín Botánico de Madrid.
Gustavo, gran amante de las plantas, comentaba, con gran pasión, sobre muchas
de ellas. Sentir la respiración, la cercanía y la lozanía de Álvaro le
insuflaba una energía que hacía tiempo que no notaba.
Siguieron camino del Museo
del Prado. Aunque el cielo se tornaba marengo, dejo de llover, y Gustavo, en
contra de sus deseos, cerró el paraguas. Sonriente, rememoraba tiempos pasados,
antes de cambiar de piso, cuando vivía en el mismo bloque que el muchacho.
—Te recuerdo con ese amigo con el que siempre
ibas, el de ricitos. Vuestro uniforme del colegio, los dos muy arregladitos y
repeinados, con el nudo de la corbata siempre en su sitio. Alguna vez
merendasteis en casa. Supongo que también tendrá novia, como tú, si es que no
se ha casado ya. El tiempo pasa volando.
—Ese era Claudio, al que le fascinaban esas
fotografías antiguas de actores de Holywood que había en tu despacho. A él, la
verdad, no le gustan mucho las chicas. Ahora vive con su novio.
—¡Vaya! La vida es una caja de sorpresas— Añadió
Gustavo, soltando una corta carcajada.
—¿Y tú? ¿Sigues soltero? Mis padres se reían,
porque siempre había alguna vecina tonteando contigo. Creo recordar que durante un tiempo compartiste el piso con un compañero de trabajo, muy guapo, según mi
madre, que había venido de no sé donde.
—Sí. La verdad, no era compañero de trabajo. Fueron solo unos meses. Cuando te acostumbras a vivir solo, se hace difícil la
convivencia con otras personas. No me decidí a hacerlo cuando era como tú, y
después ya fue tarde. Prefiero seguir siendo un solterón —rió el hombre.
La lluvia apareció de nuevo, con más fuerza. El
viento dispersaba el agua por debajo del paraguas, que apenas cubría los dos
cuerpos, por lo que tendían a arrimarse. Gustavo llevaba su mano izquierda
pegada al pecho mojado de Álvaro. Esto le hacía sentir un placer casi olvidado.
Al chico no se le veía incómodo con esa cercanía.
Dejaron a un lado el hotel Ritz, la Bolsa y el Museo Naval,
llegando empapados a Cibeles, refugiándose en la entrada del Palacio de Comunicaciones.
—Si te queda tiempo,
antes de encontrarte con tu novia, podríamos tomar un aperitivo en la cafetería. Desde
la terraza se puede ver todo Madrid. Aunque sea entre nubes.
Sacó Álvaro el teléfono del bolsillo, leyó "12:45pm", y pensó que era buena hora.
Sacó Álvaro el teléfono del bolsillo, leyó "12:45pm", y pensó que era buena hora.
—Siempre me toca esperar a mí. No pasará nada porque un día lo haga ella.
Gracias por leerme. Puedes dejar tu comentario y compartir en las redes sociales picando en los botones de abajo. Hasta la próxima.
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Cuentón
Al leerlo te quedas con ganas de más... Saludos.
ResponderEliminarTe dejo que lo termines. Un saludo desde la orilla derecha del paseo del Prado.
EliminarEs verdad te quedas con ganas de más. Besos
ResponderEliminar¿Llegará Álvaro a la cita con su novia? Besos
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