Estaban concluyendo las ligas de
futbol española y europea de campeones -donde llegaban a la final dos equipos
de Madrid- y se empezaba a especular ya sobre el mundial que vendría
posteriormente, cuando tuve que escribir el correspondiente cuento para el taller
de relatos de la señorita Esther. Y me inspiré en ese momento para realizarlo.
Se hablaba de la selección
española como una de las favoritas para ganar el campeonato. También se
comentaba sobre las millonarias cantidades que cobrarían sus integrantes en
caso de triunfar. Asunto recurrente en las tertulias de futboleros y, mucho
más, en la de los que no lo eran.
Afortunadamente para el anciano
protagonista de ‘¡Campeones!’, y desgraciadamente para su hijo, el cuento
se quedó en pura ficción y no se pudo basar en hechos reales, aunque casi todos los aficionados hubieran preferido que el relato fuera cierto. Pero esta vez no pudo ser.
Pero la importancia del futbol en nuestra sociedad es innegable, e,
independientemente de las cifras millonarias que se barajan, que de alguna
manera lo desvirtúan como deporte, es seguido por cientos de millones de
humanos en todo el planeta. Ahora os
dejo con uno de los mayores éxitos futbolísticos de Inglaterra en los últimos
años, que no es su selección, ni un gol, ni un jugador, es una canción, ya casi
un himno, que interpretaron Three Lyons
para la Eurocopa que celebraron en 1996: 'Football's coming home'. A mí me
gusta.
Cuando anunciaron la llegada del vuelo procedente de Río de Janeiro,
Julio llevaba más de tres horas esperando a su hijo en la Terminal 4 del aeropuerto
de Barajas. Julito, que ya no cumplía los cuarenta, apareció con vestimenta
desaliñada y cabello desgreñado, pero con bonito color de piel, entre oro y
bronce, y muy contento. Portaba en su espalda una mochila de montaña tan llena que, de
haber metido dentro el chicle que masticaba, hubiera estallado.
—¡Campeones, campeones, oé, oé, oé! —fue el cántico con el que obsequió a
su padre como saludo.
—¿Qué tal hijo, estarás cansado? Han sido muchas horas de vuelo.
—No importa, papá. Por estos chicos, cualquier sacrificio es poco. ¿Dónde
está mamá?
—Quería venir, pero no la he dejado. Está un poco pachucha. Es que ya
somos muy mayores.
—¡Qué! ¿Verías el partido? Bueno, el partidazo.
—Ya me dolió no verlo, pero nos tiramos todo el día en urgencias con tu
madre. Me iba enterando de los goles por los gritos de los médicos, que estaban
más en el fútbol que en los pacientes, menos aún en los ancianos. Alguno
hubiera preferido darnos una pastilla y que nos llevaran directamente a
velatorios.
—Entonces, te perdiste el primer gol. Cortó Javi en el centro del campo.
Levantó la cabeza, vio a Richi cómo se desmarcaba y, como con un tiralíneas, le
puso el balón en el pie. Richi hizo un quiebro, se llevó a dos defensas, y,
cuando pensaban que iba a tirar a puerta, se la puso en diagonal a David, que
rompió la red de un zurdazo.
—Ya, la pena es...
—Y el segundo… ¡Menudo tiki-tika! Sacó Gorka con la mano, a los pies de
Rubén. Este a Jorge, luego a Sergi. Es que lo he repetido tantas veces, papá,
que me he aprendido la jugada de memoria. Sergi a Chesco. Chesco marea a
Martiño y se la pasa a Juanito. Otra vez a Chesco que deja a Martiño tirado en
el suelo, mirándo cómo se le escapa. Se la adelanta a David, regatea a uno, a
dos, a tres, y, desde el costado izquierdo, la pone en el palo largo, donde
Richi, tirándose en plancha, se la clava al portero. ¡Qué golazo, Dios santo,
qué golazo!
—Ya, hijo, pero lo malo...
—Claro, que los otro no eran cojos. Y encima contaron con la ayuda del
árbitro. Que para eso eran los organizadores. Raulinho hizo un jugadón, pero se
la pasó a Rodrigues que estaba en offside.
Y el gol del empate partió de una falta en el centro del campo que cometió
Vicentinho sobre Santi.
—Si está muy bien, pero...
—Y el éxtasis llegó cuando faltaban cinco minutos para el final. A Gorka,
el portero, -que hasta mamá manejaría el balón con los pies mejor que él- le
salió un pase al hueco de Juanito, y este, que vio que el guardameta de ellos
estaba adelantado, la dejó botar y se inventó una vaselina preciosa que hizo
enmudecer Maracaná. ¡Aquello fue el delirio!
— Ya...
—¿Querías decirme algo, papá?
—Sí, que los diecisiete millones que van a pagar a los jugadores, como
premio por haber sido campeones, lo han detraído del presupuesto para reubicar
a los que nos van a demoler los antiguos pisos del Ministerio de la Vivienda. Tú te has
gastado todos nuestros ahorros en ir al mundial y mañana te vuelves a tu casa
en Dinamarca.
—Vosotros ya tenéis todo resuelto y yo no podía desperdiciar una
oportunidad como esta. Y tampoco ha sido tanto dinero. Además, te queda tu pensión.
Si no, ya os lo iré devolviendo poco a poco. No os preocupéis. Como siempre
decís vosotros, Dios aprieta pero no ahoga. Veréis cómo encontráis un par de
plazas en alguna institución de la comunidad o del ayuntamiento. Esa gente no
os va a dejar tirados. Se los ve buena gente y con un corazón muy grande. Hasta tendrán mano con la Virgen de la Paloma. La
casa estaba vieja y os daba muchos quebraderos de cabeza. Mejor que os lo den
todo hecho. Y seguro que os llevan juntos. Alégrate hombre, que traigo muchos
regalitos, y además somos... ¡Campeones, campeones, oé, oé, oé!
Vaya hijo!! Lo triste es que como este hay más de uno. El cuento como siempre estupendo.
ResponderEliminarMe ha salido un Julito un tanto egoísta. Pero, como tú dices, también existen. Un beso.
EliminarLo peor es que, a veces, la realidad supera la ficción. Un saludo desde Sofia (Bulgaría). Me recuerdas a Villoro cuando te atreves a mezclar fútbol con literatura.
ResponderEliminarVaya un paseíto que te estás dando. Adelante con la ficción búlgara, ¡campeón!
EliminarHola, Cuentón.
ResponderEliminarEste no te lo conocía, pero igual que todo lo que haces: perfecto.
¡Cuánto se te echa de menos, rebonito!
Un besazo.
Gracias, zalamera. Yo también os quiero. Cuando quedéis para tomar una cervecita (o una fanta), avisadme.
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