Con Felicitas me tocó escribir
mi primer cuento erótico, “Como casi todos los viernes”. Un largo relato, para
mi corta experiencia, que me costó bastante sostener. Ahora es Esther la que nos
introduce de nuevo en este género. ¡Gracias a Eros que nos lo pidió más corto!
Como en esto de la escritura no
todo puede ser felicidad, ya que no habría paladar que aguantara tanta melaza,
no queda más remedio que repartir cierta desventura entre los personajes.
Si leísteis el pequeño relato “Jaime”, os daríais
cuenta de que con su persona no fui demasiado generoso. Cosa que él se encargó de restregarme.
Me amenazó con fundar una asociación de víctimas de Cuentón, por lo que no tuve
más remedio que prometerle un nuevo destino más placentero. Como me gusta
cumplir con mis compromisos, le introduje como protagonista masculino en “La
oportuna avería”, el nuevo cuento, que durante un tiempo llamé “Tórrido
trayecto”. Título que cambié porque me pareció demasiado explícito.
¿Cómo acabarán Silvia y Jaime el día? ¿O que sera? Que cada uno componga su final.
Yo me conformaría con terminarlo tomando una caipiriña escuchando a estos
chicos.
—Vaya faena lo del
coche —comenta Jaime, con cierto aire timorato.
—No me lo puedo creer.
Esta mañana arrancó sin ningún problema; lo dejo en el parking de la oficina, y
al rato no funciona —contesta Silvia contrariada, sin dejar de deleitarse con
la varonil fragancia que ondula el ambiente—. Podría haber llamado al seguro,
pero dentro de una hora debemos estar en Toledo. No me hubiera dado tiempo.
Jaime se siente
cortado. Se encuentra a escasos centímetros de la directora de comunicación, la
mujer más soñada por sus compañeros varones y, apostaría él, por no pocas
compañeras.
—¿Cómo es que vas también a la convención?,
pensaba que era yo la única que asistía.
—No, no voy a la
convención. Mañana se celebra, en otro de los salones del Palacio de Congresos,
un simposio comercial. Vienen agentes de toda España. Tengo todo el día para
preparar la sala, con los medios audiovisuales; mañana, después del acto, lo
recojo todo y me vuelvo. Me preguntaron si podría llevarte.
Silvia nunca había
reparado en Jaime, ya que no suele relacionarse con personal que no sea de su
departamento. Éste, a pesar de su aspecto desaliñado, posee un especial
atractivo, favorecido por su cautivadora personalidad. La ejecutiva, cerca de
la cuarentena, y aunque sin pareja, eligió ser madre, por lo que ha estado
largo tiempo sin acudir al trabajo.
Jaime es ingeniero
informático. Tiene categoría de técnico, pero nunca se ha codeado con la
jefatura. Se considera un trabajador de base, como todos sus colegas. Recién
cumplidos los treinta, vive solo en un pequeño apartamento del centro.
—Has estado mucho
tiempo sin venir a la oficina —interviene Jaime, mientras su mirada traspasa el
ceñido cristal que cubre las piernas y se esconde bajo el dobladillo de la breve falda de su acompañante.
—Solicité un año de
excedencia —responde extrañada la mujer, a la vez que complacida porque el
chico le hubiera echado en falta—. Decidí ser madre antes de hacerme demasiado
mayor y quería disfrutar de la maternidad. Pensaba estar sólo los cuatro meses
de baja, pero preferí quedarme cerca de mi hija y que siguiera tomando pecho el
mayor tiempo posible; trabajando no podía ser, aunque no he dejado de colaborar desde casa. Hoy la he dejado con mi madre.
Jaime vislumbra,
entre los resquicios de la blusa y el despejado sujetador, unos senos que, sin
ser grandes, perfilan un sugerente dibujo, que la recién concluida lactancia, o
quizás el fresco que penetra a través de la ventanilla medio abierta, marca con unos curiosos ojos que, ya
realizado el más tierno de los cometidos,
parecen buscar otro pasatiempo.
—Es bonito este
coche; pequeño, pero elegante —considera Silvia, intentando imaginar a su dueño
utilizándolo con fines voluptuosos.
—A algunos le parece
un poco femenino, pero a mí me enamoró en cuanto lo vi —añadió con una mirada
graciosa, que hizo reír a su compañera.
Llegando a Toledo se
produce una retención, lo que obliga a Jaime a conducir utilizando la palanca
de cambios más de lo habitual, resolviendo dejar la mano descansando allí
durante un rato, consciente de la aceleración que esto ocasiona, no sólo en su
frecuencia cardíaca.
La cercanía de la
mano del conductor causa en Silvia gran desasosiego, y el cosquilleo que siente
en su interior, que no pasa inadvertido a Jaime, le obliga a separar levemente
las piernas y a bajar del todo la ventanilla, creándose aún una mayor agitación
bajo la blusa.
—¿Vuelves a Madrid o
te quedas en Toledo hasta mañana?
—Me han hecho una
reserva en el Hotel Regidor. Creo que es uno de los mejores —contesta Jaime,
que siente terribles deseos de que su mano resbale hasta el muslo de Silvia.
—Me he alojado allí un par de veces. Es
amplio y bueno, te ofrecen de todo, hasta albornoz. Además, las empresas
siempre reservan habitaciones dobles —asevera Silvia, a la que le cuesta
mantenerse quieta en el asiento—. No sé a qué hora terminará hoy la convención.
Posiblemente sea tarde y deba pasar la noche en Toledo. Llamaré a mi madre para
que se quede hoy en casa con mi hija.
Tras unos segundos de
turbado silencio…
—No conozco a nadie
aquí. Si te apetece, luego te busco y comemos juntos —se atreve la mujer,
mientras el hombre asiente, con lentos movimientos, cada vez más encendidos.
—Ya estamos en la Cuesta de las Armas. Hemos
llegado —concluye Jaime, que, tras detener el coche, regala a Silvia una tierna
mirada, acompañándola con una profunda inspiración.
Muy bien, Cuentón!
ResponderEliminarUn género complicado pero que has sabido resolver muy bien.
Has sabido hacer subir la temperatura poco a poco y dejar que cada uno imagine hasta donde puede llegar.
Me gusta lo de la palanca del cambio. Una situación muy erótica, por lo general...
Un abrazo!
Gracias María Clara. Espero que los protagonistas cumplieran con sus cometidos. Me refiero a los laborales.
EliminarUn abrazo.
Hola, Cuentón.
ResponderEliminarNo es fácil el género del erotismo. A veces podemos caer en lo grotesco u ordinario, pero tú lo has resuelto perfectamente.
Bueno, me queda felicitarte y desearte un feliz mes de agosto y a ver si tenemos suerte y nos podemos ver en octubre.
Un abrazo.
Muchas gracias, doña Towanda. Cuando se escribe un cuento, el autor intenta cumplir con el objetivo marcado. Lo que verdaderamente no sabe es si el que lo lee percibe ese cumplimiento. Me alegro de no haber resultado grotesco y ordinario.
EliminarNos vemos, seguro.
Besos cuentónicos.
Objetivo cumplido, D. Cuentón. Has subido la temperatura de este Madrid de agosto infernal. Ahora a ver quién me arregla el coche a mí....
ResponderEliminarTendrás que buscar por Alcatraz a alguien que te lleve, que con tanto viaje a Benicassim debes tener el Porsche machacao.
EliminarUn beso.
Como siempre induciendo a que la imaginación vuele, calor, temblores y miradas sugerentes. Todo un maestro de la palabra. Eros en persona. Y encima tostao por el sol atlántico.
ResponderEliminarNos vemos
LuisCar
Taspasao, zalamero. "Maestro de la palabra". Sí, el Chespir del barrio.
EliminarNos vemos, salao.
Hace tiempo que mi imaginación gana a la realidad en lo que a producción de sensaciones placenteras y para eso, un cuento de estos, corto, intenso, bien escrito, es serotonina pura.
ResponderEliminarGracias, Cuentón.
Gracias a ti, Aldade, por visitar este rincón y leer el cuento. Si éste te ha producido emociones, muchísimo mejor.
EliminarVuelve cuando quieras, todo lo que expongo, bueno, malo o regular, es para compartir.
Un saludo
Cuentón.