viernes, 1 de noviembre de 2013

33. Las cinco estrellas

Leer el cuento
Como ya anuncié en el capítulo 30, donde se exponía el cuento mitológico “La última creación de Diogenisio”, quedaba pendiente de publicación “Las cinco estrellas”, relato escrito a modo de leyenda, como nos había encomendado Esther, la jefa de taller.

Guardé estas letras bajo llave para que viese la luz precisamente hoy, cuando se cumple un año de la tragedia del Madrid-Arena, local de ocio donde fallecieron cinco chicas y se produjeron decenas de heridos.

Sin más, os invito a su lectura y, creo que es oportuno, a escuchar esta emotiva canción de Luis Eduardo Aute, “Al alba”, que, aunque fue escrita para llorar las últimas ejecuciones de la dictadura de Franco, yo quisiera proponerla para lamentar las que narro en mi cuento, producto de la dictadura de ciertos emprendedores desalmados, gente sin escrúpulos que, muy a menudo, cuentan con la simpatía y la connivencia de nuestros gobernantes, y, por desgracia, con la indiferencia de sus gobernados.






En las primeras décadas del siglo XXI, en Madrid, capital de lo que entonces se conocía como Reino de España, era costumbre que se celebraran grandes fiestas, donde acudían miles de jóvenes en busca de diversión.

En dichos eventos sonaba la música con tanta potencia, que a punto estaba de que el lugar se llenara de tímpanos reventados. Unas veces, los músicos deleitaban con sus estridentes melodías, otras, las notas las producían unos artistas que mezclaban sonidos, a los que llamaban diyéis.

Los chicos gritaban y saltaban al ritmo de la música. Lo poco que hablaban entre ellos tenían que hacerlo a gritos, debido a la elevada intensidad del ruido.

Para aguantar hasta altas horas de la madrugada, algunos jóvenes mezclaban grageas y bebidas, que los incitaba a brincar como canguros. Estos productos, en una gran cantidad de casos, los hacía sufrir alucinaciones, mareos y pérdida de conocimiento. Pero no todos las personas que asistían a esos festejos tenían las mismas costumbres. La mayoría pasaba la velada de la forma más natural.

Estas reuniones, al recibir a tantos cientos de muchachos, debían cumplir con un gran número de requerimientos por parte de sus organizadores y de las autoridades competentes.

Pero era tanta la demanda de ese tipo de jolgorios, que los que lo organizaban, movidos por la avaricia, aprovechaban para hacer rebosar sus arcas de euros, la moneda que circulaba por Europa en aquella época. Con el afán de beneficiar a estos desaprensivos, ya que eran amigos suyos, las autoridades relajaban las normas o, sencillamente, no los obligaban a cumplirlas.

Una noche de los difuntos se organizó una de esas celebraciones. Los gestores permitieron entrar el doble o el triple de  personas de las que estaban autorizadas. Los que tenían que controlar el orden en el auditorio estaban más interesados en revender entradas. Al médico, que era muy mayor, y ya le habían retirado la licencia para ejercer, no le importaban demasiado los jóvenes que necesitaban su atención. No había preparadas ambulancias para trasladar a los heridos. Las autoridades, además, pasaron por alto ciertas irregularidades de los promotores.

Esa noche, cinco lindas jovencitas murieron aplastadas por una avalancha que se precipitó contra ellas, debido a la nefasta organización de la fiesta.

Desde entonces, cada vez que puede repetirse un accidente como el de esa trágica noche, se ve brillar en el cielo, con mayor intensidad que las demás, cinco estrellas que, agrupadas, forman una nueva constelación. Si uno se fija detenidamente, puede distinguir el gesto de dolor de aquellas cinco muchachas.


Belén, Cristina, Katia, María Teresa y Rocío.

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6 comentarios:

  1. Cuando se pierden los valores, cuando el mercantilismo y la búsqueda del bienestar material y corpóreo lo llenan todo, se acaba el hombre y de él solo queda carne.
    Bonito y sentido homenaje.
    Felicidades, Cuentón

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    1. Gracias Aldade. Esperemos que, al menos, se haga justicia.

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  2. Hoy no tengo ganas de chascarrillos. Lo entiendes, ¿verdad?. Un besazo

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  3. Hola, Cuentón.

    Me pasa como a la Rubia. Qué desgracia tan grande y qué homenaje tan bonito les has sabido hacer a esas cinco estrellas.

    Besos, bonito.

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